¿Adaptación al cambio climático en ambientes de montaña? Falta de estudios y decisiones interdisciplinares


La cordillera de los Andes de Chile central está cambiando dramáticamente. La tendencia indica que estamos presenciando un aumento sostenido de la temperatura promedio del aire que se complementa con una inédita escasez de precipitaciones. La falta de precipitaciones en la región se ha extendido por más de 10 años y los estudios han acordado llamar al evento como “megasequía”. Esta “megasequía”, según recientes investigaciones,  no tiene parangón, al menos, el último milenio.
El aumento de la temperatura ha provocado el retiro de los glaciares hacia altas cumbres y también ha generado la degradación de los ambientes congelados (permafrost). Los cambios térmicos están provocando un reajuste energético en la alta montaña que se ha traducido en situaciones de riesgo, tales como derrumbes, flujos de barro, flujos de escombros y rompimiento y caída de hielos glaciares.
Las comunidades que viven en la cordillera de los Andes han sentido los impactos de estos procesos. Y es muy probable que en el escenario actual sigan experimentando situaciones como las descritas anteriormente. Las comunidades que habitan la alta montaña han demandado planes de reducción del riesgo a los gobiernos locales, pero estos últimos, en general, no han sabido responder al escenario. Y es entendible. El problema excede a sus potestades, recursos y conocimientos. Sin embargo, reitero, estos cambios de la alta montaña que revisten amenazas a las poblaciones se proyectan como cada vez más frecuentes.
A lo anterior se suma un uso cada vez más intensivo de los paisajes de alta montaña. La industria minera continúa con planes de expansión. En tanto la hidroelectricidad se ha visto en la necesidad de construir más infraestructura para enfrentar la disminución de los caudales debido a la sequía. Por otro lado, la cordillera de los Andes vive un auge turístico que ha arrastrado el crecimiento de servicios básicos e inmobiliarios en zonas donde antes no se concebía hacerlo. Mientras la actividad agrícola se ha ido expandiendo cada vez más hacia las partes altas de las cuencas. Todas estas actividades están demandando terreno, construcciones y agua. En síntesis, el ambiente de montaña está viviendo una demanda de recursos que exceden lo disponible.

Los cambios de origen natural y el uso antrópico (humano) de la montaña están provocado una transformación del paisaje andino que no tiene precedentes. Hasta hace pocos años (principio del siglo XX) la cordillera de los Andes solo era concebida como un encuadre geológico para los habitantes del Valle Central. El uso de la cordillera era más bien limitado y su exploración solo quedaba en manos de mineras, arrieros y montañistas europeos. Se debe reconocer que los pueblos indígenas hicieron uso anterior de la montaña, pero el conocimiento acerca de esas dinámicas -y su vinculación con los cambios ambientales- sigue siendo pobremente documentado en Chile central.
Hoy la situación ha cambiado y muchas de las problemáticas ambientales relacionadas con el uso de los recursos tienen lugar en la montaña. La “megasequía”, por ejemplo, ha tenido un potente impacto en las comunidades, principalmente de agricultores y crianceros. Recientemente estos últimos han demandado al Gobierno que declare estado de catástrofe, para así obtener algo de ayuda y poder alimentar al ganado y regar los cultivos.
Es preciso destacar que una de las principales demandas de las comunidades de montaña está centrada en el manejo del agua. Las comunidades están demandando que el agua no esté a disposición de las grandes industrias y que el recurso sea destinado principalmente a las necesidades de las personas y sus medios de subsistencia. Sin embargo, el agua, al ser constitucionalmente considerada como un bien privado, dificulta que los gobiernos locales o las propias comunidades puedan hacer un uso y distribución del recurso según sus intereses. Hoy, en plena “megasequía”, el que regula el agua es el mercado y eso ha provocado profundos daños en la calidad de vida de la población de montaña.
Asimismo, las comunidades de montaña están demandando una regulación o una planificación territorial en torno a los usos de la cordillera. La “competencia” por el uso de la tierra y el agua por parte de actividades productivas diametralmente distintas en un contexto de cambio climático, ha provocado el decaimiento o desplazamiento territorial de modos de vida tradicionales. El decaimiento de modos de vida tradicionales como la trashumancia, por dar un ejemplo, son evidentes mermas para la cultura y el conocimiento local respecto a las dinámicas cordilleranas. Justamente porque estas formas de vida tradicionales son las que tienen mayor conocimiento respecto a los cambios de la montaña y los ciclos naturales. A pesar de lo anterior, poco se ha investigado respecto al conocimiento acumulado en las comunidades de montaña (sean estas indígenas o no).
Hace un tiempo se han prendido las alarmas respecto al escenario que se avecina en el corto y mediano plazo en materia de ambiente de montaña y cambio climático. Se proyecta que la temperatura y las precipitaciones mantendrán su tendencia. Y también se asume que las actividades productivas seguirán asediando las altas cumbres y que, por lo tanto, los conflictos por el uso de recursos seguirán en auge. Pues, entonces, ¿cómo pensar en adaptación con tal escenario? Esta no es una pregunta fácil de responder.
Una de las claves para lograr políticas de adaptación en ambientes de montaña es entendiendo lo complejo e interrelacionado que se encuentran todos los factores, sobre todo este tipo de ambientes frágiles y dinámicos. Es muy ingenuo abordar la cordillera como una parcela de elementos aislados entre sí. Justamente este abordaje -muchas veces técnico- hoy tiene a la cordillera de los Andes como un escenario conflictivo.
Ante esta situación, es preciso convocar investigaciones relativas al área de las ciencias sociales que sean capaces de dialogar con la esfera ambiental y así reforzar proyectos tales como la Política Nacional de Montaña. O bien, promover la generación de unidades de Cambio Climático y mitigación del riesgo en gobiernos locales o regionales.
En resumen, el objetivo de esta columna es hacer un llamado de atención a los investigadores jóvenes, para hacerles entender que la cordillera de los Andes está demandando una comprensión holística, compleja e integral de lo que ocurre en ella. No se puede avanzar en planes de adaptación de montaña sin entender a la población desde su pasado, presente y futuro. Y como se ha mencionado aquí, tampoco se puede entender la multitemporalidad de la población sin su relación con la cordillera.
Entender y dar cuenta de lo complejo de las interrelaciones de los ambientes de montaña, puede permitir generar una evaluación multidisciplinar acorde a las demandas de las comunidades y gobiernos locales. Solo con información interdisciplinar se pueden tomar decisiones relativas a una adaptación al Cambio Climático en un país eminentemente cordillerano.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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