Teologías de la liberación y una política comprometida


Nos hemos propuesto escribir sobre la Teología de la Liberación (TL) y su relación con un proyecto político transformador. Para algunos puede sonar añejo, para otros, extraño en tiempos de secularización, laicismo y crisis de confianza institucional. Sin embargo, y como lo hemos expuesto en otras columnas, lo espiritual impregna a lo político, lo estimula e inspira, lo alimenta de valores y moviliza desde el interior de la persona.
En Chile, así como en el resto de América Latina, la TL sigue muy viva; en cuanto pensamiento y praxis, se lleva a cabo en comunidades de base, en pequeñas capillas de barrio, en círculos de estudio, movimientos sociales y acciones socio-políticas y culturales llenas de vida y creatividad. Ni la censura ni modificaciones ni decretos ni una cierta política vaticana, en su tiempo, consiguieron opacarla o eliminarla. ¿Por qué? Por dos razones muy sencillas, porque la TL es profundamente bíblica; es decir tiene sus raíces en los gestos y palabras de Jesús. Y segundo, porque encuentra su sentido en la liberación de los pueblos empobrecidos y marginados, es decir, es fundamentalmente social y humana.
Hoy debe conjugarse en plural. Hay teologías de la liberación y ellas responden a proyectos sociales y espirituales que promueven la liberación integral del ser humano: teología india, teología feminista, eco-teología, teología afro, teología queer… Uno de sus fundadores, el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez decía: “los verdaderos problemas de la liberación de los pobres en América Latina son su vida concreta, su hambre, la educación de sus hijos, su derecho a la vida”. Eso lo decía el año 86. Hoy no estamos muy lejos de ello; incluso, y tristemente, tendríamos que agregarles más aspectos a dichos problemas: narcotráfico, discriminación, salud, migrantes, sequías, corrupción, ecología… Las teologías de la liberación buscan pensarse y entenderse como un movimiento político y espiritual preocupado por las condiciones indignas e infrahumanas de miles; acompañando, luchando y compartiendo junto con todos los que padecen estas injusticias. Por eso es posible entenderla en plural y vinculada a las causas por una vida plena.
¿Qué tiene que ver eso con la política? Pues todo. Las TL al estar preocupadas por la reinante injusticia y al encontrarse cimentada en la esperanza -y esto es uno de sus pilares distintivos- es un tremendo insumo para complementar una política que se piensa y entiende también desde allí: como camino para una vida mejor. Como propuestas para una vida en común sostenible, fraterna, justa y en paz. Como una praxis social donde se disputa el poder a partir del diálogo, la escucha, los acuerdos. Un quehacer político en vistas del derecho y la justicia estará emparentado con las TL. No se trata de especulaciones, sino de una vinculación real con los que sufren, con los que -también en palabras de Gustavo Gutiérrez- hoy llamamos “insignificantes”. Los que no importan o no interesan, los “sacrificados” por un sistema capitalista que ha olvidado el rostro del hermano.
Las TL han expresado esta intuición fundamental como una “opción por los pobres”. Por eso la pregunta interesante es ¿Cómo hacer política desde una opción por los pobres? ¿Cómo pensar el quehacer político desde los pobres e insignificantes? Puede ser que no sea tan novedoso hacérsela, porque la política justamente lo que busca es entenderse desde allí. La vocación al servicio público no es otra que aproximarse a los problemas concretos de los ciudadanos. Sin embargo, nada es tan simple e ingenuo. La opción por los pobres conlleva una transformación humana muy profunda. Y por lo mismo, una transformación social y política. No es asistencialismo ni paternalismo, tampoco una acción bondadosa en pos de los más pobres. Se trata de un verdadero proyecto que implica ver las cosas de otro modo, entendernos como sociedad desde otro foco, acoger al otro con una mirada distinta. Desde la opción por los pobres no caben políticas de expulsión de migrantes ni maltrato a estudiantes, no tienen lugar las zonas de sacrificio ni el incumplimiento estatal de acuerdos medioambientales; de ninguna manera caben acciones militarizantes ni policiales para atender problemáticas sociales.
Las TL quieren hacerse cargo de “ese mundo donde quepan muchos mundos” y la política es uno de sus canales y herramientas principales. Es allí donde construimos justicia y democracia; es allí donde nos comprendemos en tanto co-habitantes distintos y diversos. Mientras en Chile haya marginación y miseria, falta de oportunidades y una política económica del endeudamiento; mientras se asesine a una mujer o a una persona por su condición y orientación sexual, mientras el pueblo Mapuche sea estigmatizado, criminalizado y no reconocido como sujeto ni validado en su dignidad; mientras multipliquemos el trabajo injusto y la educación no la entendemos como un derecho social y la posibilidad para democratizar nuestra sociedad; entonces las TL siguen teniendo lugar y razón de ser. Ellas aspiran a desaparecer, sin duda; pero continuarán porfiadamente proponiendo otras formas, nuevas maneras de pensar y hacer política -lejos de tendencias oligarcas y patronales- cercanas a los sencillos e insignificantes.
Detrás de todo pensamiento o visión del mundo hay una visión del ser humano, una antropología. Las TL sin duda poseen la suya. Una antropología cristiana según la cual el ser humano es valioso, bondadoso y digno de respeto y cuidado. Esta visión humanista contribuye a generar una política centrada y concentrada en la persona y sus procesos, en la persona y sus contextos, en la persona y sus condiciones históricas y medioambientales. Por eso, el humanismo cristiano es también una praxis política: todo lo humano le interesa.
Por último, destacar un aspecto interesante de las TL: son un pensamiento hecho en casa, en estas laderas del sur del mundo. En ese sentido forman parte de una riquísima y mucho más amplia tradición del pensamiento latinoamericano. En una interesante discusión con un teólogo político alemán (JB Metz), Gustavo Gutiérrez le reclamaba que aquí no nos preocupa tanto el problema del mal, como discusión metafísica: ¿Por qué existe el mal en el mundo?, sino el hambre y la miseria, las múltiples injusticias, violencias y las muertes cotidianas: ¿Por qué estamos perpetuando la desigualdad socio-económica?, por ejemplo.
Pensar desde América Latina, desde las calles de Medellín, las comunidades en la Amazonia, los campos mexicanos, los márgenes de Santiago, la zona de sacrificio de Puchuncaví y Quintero o Petorca y la crisis por la violación al derecho humano al agua; es muy distinto. Las TL son contextuales, situadas, particulares; no aspiran a discursos englobantes ni totalizantes; sino al rostro singular de la persona (y la tierra) que sufre. A ella quiere responderle y, desde la política, con ella, quiere construir ese mundo habitable, sostenible y posible.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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