Integrar tradiciones del lugar, clave para reconstruir tras un sismo



Aquí todo es más silencioso. En Cheguigo, un barrio indígena en la ciudad de Ixtepec dentro del estado de Oaxaca, al sur de México, los habitantes tienen una vida calmada y el tiempo transcurre en aparente tranquilidad. Un ritmo más pausado que en otras poblaciones.
Las familias aún hablan Didxazá o Zapoteco, lengua de los binniza o zapotecas, pueblo indígena concentrado sobre todo en este estado . También subsisten algunas de sus prácticas comunitarias como el tequio, trabajo voluntario para conseguir beneficio común. Por estos motivos, Cheguigo es considerado de los barrios con más arraigo e historia en  Ixtepec.
El 7 y 19 de Septiembre de 2017, dos sismos sacudieron y devastaron zona sureste del país. El primero fue de una magnitud de 8.2, el sismo más fuerte registrado en el país desde 1932, causando 98 muertes, 83 de ellas en Oaxaca. Entre los dos, dejaron unas 80 mil viviendas dañadas y varios edificios antiguos del centro, como el estadio ferrocarrilero, severamente afectados.
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Cheguigo fue de las poblaciones más activas en el proceso de reconstrucción después de los sismos, que emprendieron juntamente con la organización Cooperación Comunitaria. Esta organización sin ánimo de lucro tiene como objetivo mejorar las condiciones de habilidad en regiones rurales de México a través del trabajo comunitario y de colaboración. Uno de sus objetivos más ambiciosos es mantener y promover el uso de métodos tradicionales y material local para mejorar las infraestructuras y a su vez promover una filosofía de autosuficiencia entre los habitantes.

En Ixtepec (con aproximadamente 26,450 habitantes) se concentró el trabajo integral, explica Isadora Hastings, directora de Cooperación Comunitaria.  “No solo fue la reconstrucción de viviendas adecuadas para las condiciones ambientales sino que se consideraron distintos aspectos de la organización social, económica y cultural, así como los sistemas productivos de las mujeres, las técnicas constructivas tradicionales, los saberes comunitarios y el uso de materiales locales. Esto generó construcciones menos costosas, ahorrando también muchas emisiones de dióxido de carbono. Pero sobre todo”, destaca, “se hizo en colaboración con la comunidad zapoteca”.
En términos cuantitativos el impacto que tuvo la organización fue de aproximadamente 5.5% del total de la población afectada, un número total de  2,546 beneficiados en ocho comunidades de la región. Según un censo federal se estimó que hubo 41 mil viviendas afectadas en toda la región zapoteca, llamada también Istmo de Tehuantepec. 
La antropóloga Laura Montesi que realiza investigaciones en zonas rurales e indígenas de México y estuvo colaborando en esa región tras el terremoto comenta, “Cuando pensamos en la ‘vivienda’ tenemos que preguntarnos qué constituye la vivienda en cada contexto específico.”  En el Istmo oaxaqueño, si bien la casa es importante, el espacio se vive de manera diferente y el patio y la cocina de humo con sus hornos de comixcal, son un elemento central. Son los ambientes donde tienen lugar las interacciones domésticas y vecinales más significativas.
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Estos hornos representan la independencia y autonomía de muchas mujeres; con ellos elaboran distintos tipos de tortillas o tamales que luego venden en las calles o en el mercado del pueblo. Quienes los utilizan organizan el día en torno a estos. La venta, las salidas públicas, las fiestas e incluso el aseo personal, el cual deben hacerse antes de empezar a ‘echar tortilla’ y estar expuestas al calor que genera el horno.
“Por eso, perderlos, como ocurrió durante los terremotos, es perder un eje central en la organización de la vida. El horno comixcal es el corazón de la cocina y alrededor de él se estructura el espacio y tiempo. Su uso es una forma de estar en el mundo”, añade Montesi. Estas mismas reflexiones orientaron  el trabajo de Cooperación Comunitaria. A pesar de ser un proyecto de emergencia, consideró también atender este espacio para abonar en la recuperación de la actividad productiva, con la visión de proyecto sustentable.
Con el uso de materiales locales y cuidando respetar el entorno natural construyeron  27 hornos de pan y 18 cocinas tradicionales en Ixtepec, 16 más en otra localidad cercana llamada Niltepec. Así, en dos años, unas 434 mujeres han logrado recuperar su actividad productiva y la confianza en su economía familiar.
Rosalba Antonio Martínez es una mujer de Cheguigo de 57 años que junto con su familia ha logrado reponerse gradualmente de los sismos, a pesar de la insuficiente ayuda gubernamental. “Un día, de manera inesperada, llegaron estas personas y dijeron que me querían ayudar (colaborar en el proceso de reconstrucción). No contaba con nada, no tenía ninguna de las tarjetas que otorgó el gobierno federal con recursos para la reconstrucción”, cuenta mientras busca una banca de madera robusta para sentarse a platicarnos de su nueva vivienda. En el caso de Rosalba no tuvo acceso a estas tarjetas porque su casa era de lodo y no fue considerada como vivienda.

Las personas mencionadas por Rosalba eran miembros de Cooperación Comunitaria. Después del repentino desastre, los miembros de la organización le vinieron a ver y le preguntaron qué vivienda quería y qué posibilidades tenía de aportar algo. Su segunda visita ya fue orientada  a construir juntas una casa de bajareque. Esta es una técnica de construcción utilizada desde épocas remotas en pueblos indígenas de América en la que se usa principalmente palos o cañas entretejidas y barro para recubrir las paredes.
“Me dijeron: ¡tienes luz verde! Y yo no entendí que era luz verde, pero luego me aclararon que me iban a ayudar con mi hogar”, explica Rosalba. Ella limpió sus maderas, bajó sus tejas y las lavó para empezar con la reconstrucción. “Y yo pensé, ¿me estarán diciendo la verdad?” Efectivamente, los miembros de Cooperación Comunitaria empezaron a traer tierra, arena, piedra y un día le dijeron a que iban a empezar. “Me dio el ánimo y le dije a mi esposo, que trajera a unos amigos para subir las cosas hasta acá. Y vean ahorita, ya la tengo terminada y hasta quedó de bonito color, está pintada con tierra roja”, 
comenta Rosalba. “En este hogar contribuimos todos; mi hija, su esposo, mi mamá, mi papá, hasta las niñas, todos echaron el lodo”.
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Su hija también fue a ayudar a otros, aunque al final, a ellos nadie les fue a apoyar. “Si estuviéramos tan unidos, nos iríamos ayudando más, unos a los otros, terminaríamos más pronto. Sin embargo, la gente no lo hace. Antes sí, ahora es puro costo de dinero. Por eso no sé cómo agradecérselos. Me siento orgullosa porque (la gente) se enamora de mi casa y de mi cocina. ¿Qué más le pido a la vida”? Sintiéndose empoderada, la mujer suelta una sonrisa franca . “Pero lo mejor” dice, “fue la gente que apoya a los que lo necesitan. Porque hay muchos que tienen su hogar y piden tener más, y así no es. Hay muchos pobres que no tienen lo principal”.
Para conseguir abastecer la reconstrucción total o parcial de más de 70 viviendas, Cooperación Comunitaria recibió recursos económicos de fundaciones nacionales e internacionales como Global Giving, una organización de Norteamérica, la fundación familiar Fundación Sertull y Misereor, de la iglesia episcopal, entre otras iniciativas. 
La casa de Artemia Ojeda Zárate también fue afectada por el sismo. Su nueva vivienda es otro ejemplo del trabajo colaborativo que emprendió la organización en esta región, ahora está ubicada al fondo de un patio grande lleno de flores, donde también tiene una cocina,  hecha con ladrillos, madera, tejas y otros materiales resistentes a los sismos y a los vientos fuertes que se registran en esa región. “Ellos llegaron a visitarme a los tres días del terremoto, en ese tiempo les dije que no podía entrar en el proceso de reconstrucción porque estaba mal de salud, pero me dijeron que esperaban a que me restableciera y así fue”, comenta Artemia. “Venían a visitarme siempre, hasta que un día empezamos. La obra tardó más de  un año, pero los esperé porque recibía mucho apoyo gracias a los albañiles, los materiales, etc”.

Artemia, igual que muchas personas damnificadas por los sismos, solo tenía una tarjeta bancaria con un fondo de 120 mil pesos (6,091 dólares, 5,500 Euros) que le otorgó el gobierno federal, a través de Fonden, el Fondo Nacional de Desastres Naturales. La mayor preocupación de Artemia era que no le iba a alcanzar el dinero para la total reconstrucción. Pero desde Cooperativa Comunitaria le dijeron que no se preocupara, que ellos podían seguir apoyándole. Y así fue.
“La casa requirió mucho más material, más tiempo. Hubo otros apoyos oficiales y constructoras pero hicieron casitas ‘sencillas’, por eso yo decidí esperar”. Después de los sismos, las constructoras privadas sugeridas por la administración del expresidente Enrique Peña Nieto, propusieron un modelo de vivienda homogéneo de unos 50 metros cuadrados cada una, mucho menor  al que habitualmente acostumbran a construir en esta región. Por este motivo constructoras locales, así como colectivos de expertos en arquitectura vernácula o tradicional cuestionaron esta decisión evidenciando la ignorancia y falta de sensibilidad de las autoridades al abordar el problema proponiendo una solución simple e inmediata.
“Durante la reconstrucción  no solo se trata de recuperar ‘el hueco’ dónde vamos a habitar, debemos verlo de una manera profunda”,  considera el arquitecto Juan José Santibáñez. “Se trata también de recuperar la cultura, conservando los espacios primordiales en las casas, elementos que en su conjunto son un reflejo de cómo es la gente Istmeña, qué piensa, qué hace y la libertad que tiene. No es llegar y darles una solución, eso es imponer, el asunto es adentrarse en el problema para poder contribuir con la gente”.
 Para su fortuna, Artemia no optó por la vía institucional. Artemia dirige la mirada al interior de casa que cuenta con un muro entre dos cuartos que no llega hasta el techo, porque ella así lo decidió, “así me gusta a mí, para que circule el aire”, dice. Abre los brazos, se toca el pecho ligeramente y a punto del llanto, suelta, “no me queda más, me siento feliz porque ya tengo mi casita”. Luego explica que tardó más tiempo la reconstrucción por esperar a que hubiera en el pueblo una madera resistente. “Pero me gusta como quedó, es más grande de lo que imaginé. A todo mundo le gusta”. 
Hastings habla de la importancia de la habilidad de los hogares con relación al apoyo que ofrecen los miembros de la organización. “No imponen, sino que aprenden primero”. “De ahí parten las propuestas, de analizar la información local. Todo lleva una parte técnica y también una social. Trabajamos para disminuir la brecha entre ricos y pobres”, dice, e inmediatamente aclara, que en realidad las personas no son pobres, sino que están limitados de recursos económicos, pero tienen otro tipo de riquezas como la de sus tierras y  la cultural.
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El trabajo de este colectivo tiene dos líneas estratégicas, la producción  y la gestión social del hábitat con grupos organizados, así como la reconstrucción integral y social. Fue en esta última línea de acción que trabajaron para construir hasta el agosto de 2019, 22 casas nuevas y 46 reforzadas de un total de 78 viviendas que se propusieron como meta. Ahora están por comenzar ocho más. 
También en Ixtepec  Cooperación Comunitaria proyectó la creación de un Centro de Artes y oficios (CAO) en colaboración con el Comité Ixtepecano por la Defensa de la Vida y el Territorio, el mismo que les invitó a participar en la reconstrucción y donó el terreno para este espacio cultural. El CAO se hizo con la técnica bajareque Cerén. Una técnica rescatada de los mayas de El Salvador que ha mostrado su resistencia ante los sismos y rescata los muros del bajareque tradicional utilizado en la región.
La construcción recién terminada, se ubica al fondo del pueblo en una pequeña colina donde se pueden apreciar de frente dos montañas y al atardecer, la luna, fuente de conocimiento entre los campesinos zapotecas. Fueron estos últimos quienes guiaron los tiempos de cortes de madera y otros materiales que se utilizaron en la construcción. 
Después de dos años, y a pesar de los esfuerzos, la vida en esta región aún no se  ha podido “normalizar”. Muchas familias permanecen sin un lugar digno para vivir, otras tantas solo tienen enfrente el material que lograron comprar con los 120 mil pesos (6,070 dólares, 5,500 Euros) que les dio el gobierno federal anterior.

Parte de los recursos destinados para la reconstrucción en este estado no existen, cuatro mil 800 millones de pesos (244 millones de dólares, 221 millones Euros) destinados para esta tarea no llegaron a las familias damnificadas, el avance es menor y persiste tristeza y desolación en los pueblos, concluyó la Comisión de Seguimiento a la Reconstrucción después de sus visitas a la región.
Pero los resultados de Cooperación Comunitaria, a diferencia de otras ONG’s y sobre todo de las constructoras privadas asociadas al gobierno, se deben a que en este proyecto se consideró al ser humano, su tiempo y su modo natural de comprender y procesar los desastres, como el principal factor en la toma de decisiones. Una lección a tomar en cuenta en una época en que las consecuencias de la crisis climática son cada vez más evidentes.
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