Análisis | La Maldición Renace, una secuela que no aporta a la mitología de la saga



Palabras como “recuela” (mezcla de remake y secuela) o “sidequel” -continuación que retrata eventos que ocurren al mismo tiempo que la obra original, pero con diferentes personajes en un entorno distinto- se inventaron para intentar definir “La Maldición Renace” (The Grudge, 2020), una nueva entrega dentro de esta terrorífica saga norteamericana que arrancó en el año 2004, a su vez, una remake de la japonesa “Ju-on” (2002). ¿Queda más o menos claro?La producción de Sam Raimi, dirigida por Nicolas Pesce, iba a funcionar como un nuevo reinicio (o reboot) de este relato fantasmagórico, pero siguiendo un poco el estilo de “Halloween” (2018), los realizadores decidieron tomar elementos ya establecidos dentro de la franquicia y construir a partir de ahí, con nuevos personajes y tormentos. Como ocurre en la entrgas anteriores, la narración de “La Maldición Renace” se nos presenta de manera fragmentada, saltando a través de diferentes historias y líneas temporales que se van entrelazando.  

Todo arranca en Japón en el año 2004, más precisamente en una reconocida casa de Tokio al cuidado de Fiona Landers (Tara Westwood). Perturbada por lo que allí ocurrió, y por la presencia fantasmal de Kayako Saeki, la señora decide regresar a su hogar en Pennsylvania, junto a su marido y su pequeña hija Melinda. Pero la maldición de Ju-On no reconoce fronteras y Fiona convierte la vivienda del 44 de Reyburn Drive en la escena de uno de los crímenes más recordados de la ciudad.Dos años después, y tras la muerte de su esposo a causa del cáncer, la detective Muldoon (Andrea Riseborough) se muda con su pequeño hijo Burke a la ciudad, tratando de empezar de nuevo. Uno de sus primeros casos junto a su compañero, el detective Goodman (Demián Bichir), es el hallazgo de un cuerpo en el bosque ligado a los Matheson, la pareja que ahora habita en el 44 de Reyburn Drive. El entusiasmo de la oficial la obliga a seguir investigando, a pesar de que su colega no guarda buenos recuerdos y se niega a poner un pie en dicha casa. A partir de ahí, Muldoon tratará de desenmarañar los misterios que rodean el lugar y a todos los que se vieron afectados -el compañero de Goodman, un agente de bienes raíces que intentó vender la vivienda, la parejita que llegó después de los asesinatos y Lorna Moody (Jacki Weaver), el cadáver que apareció en el bosque-, mientras empieza a experimentar el acoso de Saeki y esas otras almas en pena que arrastra su maldición.  

Una serie de eventos más que desafortunados

La película tiene nombres de peso delante y detrás de las cámaras -sumemos a John Cho, Betty Gilpin y Lin Shaye, a esta altura, una abanderada del cine de terror independiente-, buenos climas de suspenso y el gore necesario, pero poco hace por la franquicia y el género, plagando sus escenas con los típicos lugares comunes y los jump scares, y desordenando la narración para que todo parezca más “interesante” y truculento. Esto último, y la forma en cómo se van develando los hechos, puede resultar un recurso molesto que nos desvía de una trama repetitiva que no parece tener solución, más si pensamos que seguimos lidiando con el mismo ente imparable.Ahí reside el mayor problema de “La Maldición Renace”, una historia sin mucho propósito ni originalidad, que refuerza todos los tropos negativos del horror y hasta se olvida del fantasma vengativo original (onryō), acá reemplazado por las víctimas del 44 de Reyburn Drive. Claro que tiene sentido, pero alejado de la leyenda japonesa también pierde fuerza, convirtiéndose en una película de “casa embrujada” del montón, más que una nueva entrega dentro de esta saga que, en su debut, sumó más elogios que el original asiático.

Lin se confundió de franquicia terrorífica

En “La Maldición Renace” los personajes padecen sin poder hacer absolutamente nada al respecto. Nadie busca respuestas ni la forma de detener las horribles muertes que se suceden, justamente, porque no están conscientes de esta “maldición” que lo salpica todo. Sin este incentivo -ni conflictos, ni puntos de quiebre- la trama no se sostiene y sólo se traduce en una serie de eventos sangrientos repartidos en diferentes líneas temporales.Si no son muy exigentes y sólo buscan asustarse por un rato, los momentos de suspenso los van a mantener en vilo, pero no mucho más. Este cuarto capítulo de la franquicia no suma al conjunto, aunque tampoco es una perdida monetaria total para el estudio debido a su escueto presupuesto. Esta es una de las razones por las cuales este tipo de películas siguen apareciendo: siempre hay una ganancia mínima y un grupo específico dentro de la audiencia (los adolescentes) que disfrutan del terror sin importar su calidad narrativa.
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