¿Tiene razón Ascanio Cavallo? – El Mostrador



En una reciente entrevista, Ascanio Cavallo hace un interesante análisis sobre los medios, su influencia, las prácticas de sus periodistas y los desafíos de una industria que sigue cambiando vertiginosamente. Lo relevante de sus opiniones, sobre todo cuando analizamos las contradicciones implícitas en las que cae, es que permiten reflexionar sobre la producción y reproducción de conocimiento, especialmente a partir del estado mediatizado de la sociedad en que vivimos.
En primer lugar, Cavallo afirma con audacia que la razón de porqué la gente desconfía de los medios profesionales se debería a una “pedagogía respecto de los medios muy perversa”, adjudicando a docentes la responsabilidad por la transmisión de “prejuicios torpes” sobre los medios como “un instrumento de manipulación de las conciencias”. Más allá de que no exista teoría social seria ni investigación empírica que permita sostener tal afirmación, Cavallo usa y abusa de una simplificación de la que él mismo se queja cuando discutimos sobre los medios: Si los medios no deben pensarse desde la lógica de dispositivos de alienación ni de manipulación mental, como con razón afirma, ¿por qué el trabajo docente sí lo sería?
Cavallo le adjudica a los profesores(as) un poder y una influencia que difícilmente podrían tener y menos a gran escala. Incluso si la mayoría de los docentes efectivamente tuviera tales sesgos y prejuicios (opinión que también es discutible), Cavallo ingenuamente cree que la transmisión de esos prejuicios a estudiantes sería automática, mecánica e incontestable. Lo cual resulta extraño porque para él, el fenómeno de la comunicación mediática es muy complejo y lleno de grises, pero el fenómeno de la comunicación pedagógica sería simple, directo, unidireccional y obvio. La posición acertada y ponderada de que, por un lado, los periodistas no son meros instrumentos sometidos indefectiblemente al poder de los dueños de los medios y que por otro las audiencias no son las masas sumisas, manejables y embrutecidas, es paradojalmente olvidada por Cavallo cuando piensa en la profesión docente. Nadie con un poco de seriedad u honestidad intelectual podría sostener que los profesores son simples instrumentos de hegemonía ideológica-cultural y que los alumnos son receptores pasivos de ideas sobre el funcionamiento del mundo. Sin embargo, Cavallo lo hace con inusual soltura.
Y aunque las lógicas del espacio docente y del mundo mediático no son iguales, ambas se inscriben en lo que puede llamarse agencias culturales, es decir instituciones que producen, reproducen y transmiten contenidos simbólicos. Lo relevante, más allá de responsabilizar a los docentes, sería preguntarse por cómo ambas esferas están siendo redibujadas por la influencia de las nuevas tecnologías, y cómo el conocimiento se crea, distribuye y recepciona en contextos cada vez más descentralizados y privatizados. O cómo, por ejemplo, la creciente digitalización y dataficación afectan las funciones normativas que se le adjudican a los medios y la escuela.
Al respecto, y más enfocado únicamente en los medios, una distinción interesante que hace Cavallo es la de “medios profesionales” y “redes sociales”. Para él, los medios profesionales son los únicos “medios” de comunicación en estricto rigor, mientras que en redes lo que ocurre son conversaciones. Así, los medios estarían definidos por una cierta ética compartida y una idea normativa sobre su funcionamiento, a su vez, las redes sociales serían el lugar sin Dios ni ley, donde todo es permitido, lo que estaría dañando nuestra democracia y civilidad, por lo tanto, una regulación de esos espacios sería deseable.
Cavallo, en mi opinión, acierta en que una regulación a redes sociales es importante, sobre todo para una mejor democracia. El punto es que dado el momento en que nos encontramos, sobre todo tomando en cuenta la digitalización del conocimiento, hacer la distinción entre “medios profesionales” y “redes sociales” no tiene mucho sentido. El proceso de mediatización profunda en que nos encontramos como sociedad (Deep Mediatization[1]) está haciendo que esas fronteras se disipen y lo “digital” se apodere de medios tradicionales y nuevos. Eso significa que hoy todos los medios tienden a basarse en software, lo que implica que los algoritmos se vuelven parte de la ecuación momento de la construcción de sentido en el contenido de los medios. Así, los medios de comunicación, hoy en día, ya no son simplemente medios de comunicación, sino al mismo tiempo se están convirtiendo en instrumentos para recopilar datos en tiempo real, con el fin de ser usados luego para diversos propósitos. En otras palabras, los periodistas pueden tener principios éticos y epistemologías propias, basadas en una normatividad democrática, sin embargo, una vez que “la máquina” entra en juego eso podría pasar a segundo plano.
Por lo demás, también está en discusión que sólo por ser “medios profesionales”, sus periodistas, editores, conductores, etc. se ciñan a principios éticos por sí mismos y de manera general. Quizá más fructífero sea hablar de culturas periodísticas[2], como por ejemplo periodistas guiados por epistemologías basadas en “objetivismo”, “orientación al mercado”, “distancia con el poder”, “empirismo”, “idealismo”, etc., culturas que pueden estar en diferentes medios y también en diferentes plataformas. Si algo hemos aprendido, sobre todo en dictadura, es que no por ser profesionales, los medios se mueven guiados por principios éticos. También durante el estallido social hemos visto casos de medios y periodistas que han caído en ejemplos de desinformación.
El punto es que, a pesar de que las regulaciones a los medios han sido propuestas en innumerables ocasiones y resistidas por muchos, la separación entre medios profesionales y redes sociales es compleja de hacer teórica y metodológicamente, por lo tanto, regulaciones que intenten mejorar nuestra relación con la desinformación y el uso de nuestros datos, preservando la libertad de expresión, debiera incluir también a “medios profesionales” sea lo que eso signifique. Dichas regulaciones también debieran ser acompañadas de alfabetizaciones mediáticas en la educación formal, ojalá sin que eso signifique más carga para los profesores y profesoras, quienes hoy, además de todas las presiones y precariedades que viven, también tienen que soportar ser acusados injusta y desinformadamente de ser los causantes de la desconfianza que los chilenos tienen en los medios de comunicación.
[1] Ver, Nick Couldry, 2016, The Mediated Construction of Reality o Andreas Hepp, 2019, Deep Mediatization.
[2] Hanitzsch, 2007, Deconstructing Journalism Culture: Toward a Universal Theory.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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