“Ni la tierra ni las mujeres son territorios de conquista”: ecofeminismos y el proceso constituyente



Como país nos encontramos en un momento de repensar y refundar (o no) todo lo que conocemos: principios, instituciones, figuras, espacios y formas de relacionarnos. Ello nos exige dejar atrás las formas de pensamiento a las que habitualmente acudimos y recurrir a otras que puedan dotar de contenido a este nuevo Chile. En este contexto, propongo acoger a los ecofeminismos como provocación y puntapié inicial para la reconstrucción de las bases para una sociedad distinta. Estos vienen a poner sobre la mesa ciertas interrogantes: ¿Nos encontramos habitando bajo un modelo que coloque la vida, o el vivir de forma digna, en el centro?, ¿Qué o quiénes permiten que la vida siga funcionando de la forma que la conocemos?, ¿Es el uso que hacemos de la naturaleza compatible con su regeneración?, ¿es un abuso?, ¿En qué medida aseguramos que estos servicios se mantengan y se prolonguen en el tiempo?
Los ecofeminismos son tanto prácticas como propuestas teórico-políticas alternativas acerca de la mantención de las diversas manifestaciones de vida, cuyo piso mínimo es el rechazo a los sistemas económicos basados en el crecimiento por acumulación y las formas de reproducción de las vidas que las sociedades capitalistas han ejercido en los últimos siglos. La denominación plural proviene de la gran diversidad de proyectos ecofeministas que han surgido desde sus orígenes (ncontramos propuestas de corte más esencialista, que vinculan al género femenino de forma inherente a la naturaleza y/o a la maternidad. Por otro lado, existen corrientes ecofeministas ‘constructivistas’ o, “ecofeminismo crítico”). Sin desmerecer ninguna, la corriente que le hará más sentido a cada uno nuestros relatos dependerán de nuestra “realidad situada”, es decir, del contexto desde el que habitemos.
A pesar de sus diferencias, los ecofeminismos nos nutren de un proyecto en el cual dialogan y se enriquecen dos perspectivas fundamentales a la hora de analizar procesos histórico-políticos: el feminismo y el ecologismo.
Como horizonte, pretenden superar el ejercicio propio de un sistema patriarcal occidental de pensar la sociedad en términos duales: femenino/masculino; naturaleza/cultura; razón/emoción; naturaleza/creación (y muchos otros) y, por supuesto, la supremacía de los masculino y todo aquello históricamente vinculado a ello (la creación, la cultura) por sobre lo femenino, y aquello que se le asocia (la naturaleza, el nacimiento, etc.).
Bajo el entendido anterior, los ecofeminismos se sostiene sobre tres grandes premisas:
Somos ecodependientes. La humanidad requiere de la naturaleza y de los servicios ecosistémicos que ella provee para mantenernos vivos. Con respecto a esto, Yayo Herrero, activista ecofeminista española, denuncia que -aún- la mayor parte de las personas no se sienten eco dependientes y/o relegan ciegamente en que la ciencia y la tecnología encontrarán la fórmula al deterioro ambiental y a la escasez de los -mal denominados- recursos naturales (Herrero, 2016).
Somos cuerpos vulnerables. Todas/os, sin excepción alguna, requerimos del cuidado en algún momento de nuestras vidas. Ya sea al nacer, o bien de ancianos, la esencia de nuestro ciclo vital lo exige para su supervivencia. Un modelo socio-económico que se sostienen -principalmente- sobre los cuerpos, no puede desconocer el hecho básico de que estos nacen, crecen, envejecen (y que hoy se encuentran expuestos al aún más rápido deterioro producto de la contaminación ambiental, agravándose en zonas de sacrificio y otras localidades vulnerables).
Somos Interdependientes. Vinculado al punto anterior, las personas dependemos física y emocionalmente del trabajo y del tiempo de otras personas. No sólo nuestros cuerpos se encuentran expuestos al “deterioro”, sino que además nos regimos como sociedad bajo paradigmas socio-culturales que requieren ser transmitidos; el lenguaje y otras miles de normas sociales y saberes. A pesar de que todos necesitamos ser cuidados en algún momento de nuestras vidas, quienes se han venido haciendo cargo del denominado ‘trabajo reproductivo no remunerado’ han sido históricamente las mujeres.
Pasar por alto estos tres supuestos se traduce en la apropiación por parte del sistema capitalista del trabajo de mujeres, de la mercantilización de la naturaleza y de sus funciones ecosistémicas.
Por un lado, el sistema capitalista descansa sobre el desconocimiento de las funciones ecosistémicas y la capacidad de la naturaleza de sostener la vida humana y no humana. Mediante su explotación y consiguiente transformación en bien de consumo, aportan a su deterioro, sin ningún tipo de retribución/renovación a cambio. De esta forma, un modelo productivo capitalista neoliberal crea la falsa ilusión del crecimiento ilimitado, desconociendo las capacidades del planeta e invisibilizando como parte de la cadena productiva la provisión de funciones ecosistémicas fundamentales como la polinización, el ciclo del agua, la fotosíntesis, los bosques como sumideros de carbono, entre otros muchos procesos biológicos que alimentan los ecosistemas.
Por otro lado, el sistema capitalista desconoce la vulnerabilidad e interdependencia de nuestros cuerpos, invisibilizando- nuevamente- el trabajo reproductivo que realizan mujeres que prácticamente permite funcionar y sostiene todo el modelo socioeconómico; labores de cuidado que comprenden la reproducción de la vida y la mantención de los vínculos de interdependencia. Asimismo, las personas nos vemos expuestas cada día -y con mayor intensidad- al deterioro ambiental, al extractivismo de nuestros territorios y a la contaminación; sin embargo, al ser las mujeres quienes históricamente se han hecho cargo del trabajo de cuidados que una sociedad demanda, son ellas quienes han absorbido el agravamiento de esta carga ante las conflictividades socioambientales, las cuales ponen en riesgo la vida misma y el medio ambiente que la sustenta.
Todo lo anterior nos alerta sobre la incapacidad de hacer frente al problema sino es desde una visión que comprenda ambas perspectivas, la ecológica y la feminista, y lo intrínsecamente vinculadas que se encuentran ambas.
En el contexto chileno actual de deslegitimidad política y derrumbe de un modelo de sociedad, los aportes de los ecofeminismos cobran mayor relevancia con un proceso constituyente en marcha y una Nueva Constitución en el horizonte. En crisis, el sistema nos ha mostrado su cara más violenta. Por ello, la mayor parte del tiempo todo sabe a caos, destrucción y angustia; pero existe una contracara de reconocimiento entre nosotros y de esperanza. Es preciso que en este proceso constituyente cultivemos esa esperanza: nos encontremos, cohesionemos, resistamos, nos apropiemos de los espacios comunes y de las formas de generación de pensamiento; ideando alternativas de cuidado y de reproducción de las diversas manifestaciones de vida que no recaigan en la explotación de las mujeres y de los ecosistemas.
Generemos las condiciones que den paso a la elaboración de una Constitución que coloque la vida en el centro, garantizando la sostenibilidad social y ecológica. Una sostenibilidad humana que vaya más allá de la supervivencia y que implique también equidad y calidad de vida digna.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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