El coronavirus, ¿nuevo impulso a la desglobalización?



Sala de llegadas del Aeropuerto Internacional de Incheon (China) durante la crisis del coronavirus (6/3/2020). Foto: Bonnielou2013 (Wikimedia Commons / CC BY-SA 4.0)
La economía mundial ha entrado en los últimos años en un periodo de lo que se ha denominado de desglobalización, es decir, de retroceso en los flujos internacionales de mercancías, servicios, capitales, personas. El coronavirus puede intensificar este proceso. Más allá de los trastornos que causa a corto plazo, el coronavirus va a hacer que las empresas se replanteen los riesgos qué supone depender de suministros  procedentes de localizaciones geográficas alejadas.
La desglobalización y sus causas
La desglobalización de estos últimos años ha tenido varias causas principales :

La desaceleración económica, que afecta de forma directa y negativa al comercio, las inversiones y los movimientos de capital.

El aumento del proteccionismo, y en general la ofensiva contra el multilateralismo, cuya manifestación más importante es la nueva política de Estados Unidos.

La regresión en las cadenas globales de valor. Estas habían experimentado un crecimiento constante desde principios de los años 90, llegando a suponer en torno a un 50% del comercio mundial , pero en estos últimos años han comenzado a perder fuerza. Diversos factores explican el retroceso en las cadenas globales de valor. Por un lado, está el proteccionismo. Por otro, el aumento de los salarios y del nivel de renta en los países en desarrollo que eran destinos de deslocalizaciones –y aquí el caso de China es el más relevante con diferencia– ha hecho que se reduzcan las ventajas de deslocalizar. La pérdida de fuerza de las cadenas globales de valor tiene asímismo una lógica incidencia negativa en los flujos de inversiones extranjeras: menores deslocalizaciones significan menores inversiones.

La creciente importancia que se está prestando a temas de seguridad, que puede afectar negativamente a las inversiones y el comercio internacional. En lo que se refiere a las inversiones, ha crecido la preocupación por la pérdida de control de sectores estratégicos debido a su compra por empresas extranjeras. La manifestación más importante de esta preocupación la tenemos en el mecanismo de control de inversiones extranjeras que adoptó la Unión Europea el año pasado, o en el reforzamiento de las medidas de control en Estados Unidos. En lo que se refiere al comercio, ha aumentado también la preocupación por la dependencia del exterior de suministros esenciales. Ello está llevando a políticas que intentan reducir la dependencia exterior en el abastecimiento de estos productos.

Finalmente, hay que tener en cuenta el trasfondo general de pérdida de valoración de la globalización. Las críticas a la globalización y sus efectos negativos, como las desigualdades, han aumentado en los últimos años, alimentando los movimientos populistas y nacionalistas que en líneas generales no son favorables a la globalización. La expansión global de la actual epidemia puede servir para alimentar las críticas contra la globalización.

Efectos a largo plazo del coronavirus
En este contexto ha estallado la crisis del coronavirus. Sus efectos inmediatos sobre los flujos internacionales de todo tipo están siendo claramente negativos. Es difícil hacer una valoración cuantitativa de este impacto, que dependerá en buena medida de lo que se tarde en controlar la epidemia.
Pero a medio y largo plazo también puede haber un impacto considerable. Las empresas van a aumentar la valoración del riesgo que supone depender para sus inputs de suministros procedentes de localizaciones alejadas geográficamente. Los trastornos que estamos viendo actualmente en los procesos de producción, que han supuesto en ciertos casos la paralización total de los mismos debido a la interrupción en el suministro de componentes esenciales, constituyen una llamada de atención muy clara sobre estos riesgos.
No sólo una epidemia médica como la actual puede alterar los flujos de bienes intermedios, sino también otros fenómenos como guerras, catástrofes naturales, etcétera.
La conveniencia de reducir la dependencia de suministros fabricados en localizaciones alejadas puede dar nueva fuerza a algunas tendencias que ya se venían registrando desde hace algún tiempo. Por un lado, la relocalización o reshoring de actividades productivas que habían sido deslocalizadas en el pasado. El proteccionismo y la reducción de los diferenciales de salarios ya habían impulsado esta tendencia.
Otra tendencia que se venía registrando desde hace algunos años, y que previsiblemente se verá reforzada por la preocupación por asegurar el suministro de bienes, es la tendencia a la regionalización o producción en “proximidad”.  Hasta ahora el motivo principal para producir cerca de los centros de consumo era para responder con más flexibilidad y rapidez a los cambios en los patrones de demanda de los consumidores. La creciente personalización de los productos (customization) hace también aconsejable que los centros de producción estén cercanos a los centros de consumo. Y la necesidad de responder con rapidez y de personalizar aconseja que centros de producción, innovación, diseño, marketing, estén próximos unos a otros.
La creciente importancia de la producción en proximidad ha provocado que en una serie de productos se registre una tendencia hacia la localización del proceso de producción de forma “regional”. Es decir, los centros productivos no se sitúan necesariamente en el mismo país, pero sí en países próximos los unos a los otros.
Según un estudio de McKinsey de 2019, “la participación del comercio de bienes entre países dentro de la misma región (a diferencia del comercio entre compradores y vendedores más alejados) disminuyó del 51% en 2000 al 45% en 2012. Esa tendencia ha comenzado a revertirse en los últimos años. La participación intrarregional en el comercio global de bienes ha aumentado 2,7 puntos porcentuales desde 2013, reflejando en parte el aumento del consumo en los mercados emergentes”.
Esta tendencia, lógicamente, no tiene por qué afectar negativamente al comercio internacional, en la medida en que las actividades productivas estén situadas en países distintos, aunque “próximos”, y haya por tanto un flujo internacional de mercancías.
Igualmente, si las empresas reaccionan a la nueva percepción de riesgos buscando una mayor diversificación geográfica de sus fuentes de aprovisionamiento, no tendría por qué haber un efecto negativo sobre el comercio. Pero éste sí se verá afectado en la medida en que el deseo de producir en proximidad lleve a relocalizar en el propio país.
La globalización se estaba enfrentando a crecientes dificultades (el comercio de mercancías, por ejemplo, se ha contraído en 2019, el primer año en que se registra un descenso desde 2009, según el último Economic Outlook de la OCDE). Estas dificultades pueden verse agravadas a medio y largo plazo por la reacción de las empresas ante los trastornos causados por la presente emergencia sanitaria.
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