El impacto del COVID-19 para los mexicanos que radican en otros países



“Estoy suspendida. Llevamos cuatro días en encierro, en cuarentena, y no sabemos cómo va a ser el proceso. El gobierno está por sacar el plan económico y no sé cómo voy a cobrar o si me van a mandar directamente al paro”.
Montserrat López tiene 27 años, es de Ciudad de México, pero vive en España desde hace más de un año. Llegó a Madrid en enero de 2018 después de una década residiendo en Colima. Trabaja, o trabajaba, en una cadena de restaurantes, que prefiere no mencionar, hasta el viernes pasado, cuando el presidente Pedro Sánchez decretó el estado de alarma a causa del coronavirus y les mandaron a casa.
Su caso representa la incertidumbre que castiga a cientos de miles de trabajadores en España. Obligados a recluirse en su casa por la extensión de la enfermedad, no saben qué va a ser de su puesto de trabajo ni cómo van a cobrar.
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España está cerca de los 10 mil contagios y alcanzó las 340 muertes a causa del COVID-19. El viernes el gobierno impuso el estado de alarma y el sábado se decretó una cuarentena que impide salir de casa salvo para ir a trabajar, abastecerse o emergencias médicas. Sin embargo, muchas empresas han decidido cerrar.
Es el caso de la cadena en la que está empleada López. 
Por el momento, el gobierno español no ha hecho público ningún decreto económico que regule las condiciones de estos trabajadores o implemente ayudas para las empresas que han cerrado. Estaba previsto que esta medida se haga pública el martes 17 de marzo. 
Europa es ahora el epicentro de la pandemia por coronavirus. Por eso, sus gobiernos están centrados en contener los contagios. Luego vendrá el impacto en la economía de un virus que ha sacudido brutalmente la vida en países como Italia, España o Francia. 
“No es que no tengamos trabajo, porque no nos despidieron”, dice la joven. Lo lógico, según explica, es que la empresa aplique un Expediente Regulación Temporal de Empleo (ERTE). Se trata de un modelo por el que los empleados van al paro durante el tiempo en el que la empresa permanece cerrada. Este es un sistema ventajoso para la compañía, que no tiene que hacerse cargo de los salarios. 
“Pienso que sí voy a cobrar, pero que será un porcentaje menor a mi sueldo regular”, dice López. “Por cuestiones vivo con un pariente y lo positivo es que no me pierdo de pagar la renta. Pero ese es no es el mismo caso de mis amigos, que van a tener que rascar de ahorros para seguir pagando la renta y la comida”, explica. 
La incertidumbre se amplía más allá del trabajo. “Estamos muy tensos y preocupados. Hoy tuve que salir a la tienda porque me quede sin víveres, la gente está sacada de onda”, dice.  
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Mientras el gobierno español y su empresa determinan qué ocurre con su salario, López sigue en cuarentena. Apenas baja a la calle para comprar víveres y advierte: “no son vacaciones, se debe tomar como una medida de precaución para evitar el contagio”.  
“Ofertas por coronavirus”
Andrea lleva más de una década viviendo en París, Francia. Al otro lado de la llamada por whatsapp, su voz suena trémula, nerviosa. Hace apenas unas horas que escuchó el mensaje que dio este lunes a la nación el presidente de la República, Emmanuel Macron, en el que repitió hasta seis veces que Francia y Europa “están en una guerra de salud” contra un “enemigo que está aquí, y que es invisible y esquivo”. 
Francia ha registrado más de 6 mil 600 casos y casi 150 muertos por coronavirus.
“Jamás imaginé que viviría una situación semejante a lo que hoy está pasando en Europa. No nos damos cuenta de las libertades que tenemos hasta que llega un día como hoy y te dicen: ya no puedes salir de tu casa hasta nueva orden. Es algo que sí te asusta mucho”, asegura la mexicana.
Ahora, Andrea lleva varios días confinada en su departamento, bajo amenaza de ser multada por la gendarmería francesa si sale a la calle más de una vez al día a pasear al perro, o si sale por ningún otro motivo que no sea ir al supermercado a comprar víveres, o a la farmacia.  
Pero, apenas la semana pasada, la situación era muy distinta. 
En su trabajo en un hotel-spa en París, cuenta la mexicana, hubo mucha resistencia para atender el llamado de las autoridades y cerrar sus puertas.
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De hecho, durante la semana pasada el hotel estuvo lleno por la cancelación de múltiples espacios culturales y de ocio en Paris, como las visitas a la Torre Eiffel o al Museo del Louvre. 
“El negocio era redondo”, dice Andrea, terapeuta de profesión. “Y por eso la instrucción del director del hotel era seguir trabajando a pleno rendimiento, como si no existiera el coronavirus”. 
Andrea tuvo que atender cientos de llamadas de clientes que buscaban una reservación en el spa para darse un masaje, a pesar de que en países como la vecina Italia el brote del Covid-19 ya había alcanzado cifras de contagios y de muertes alarmantes, y en otros como España los casos comenzaban a multiplicarse. 
“La gente nos hablaba para preguntarnos si no teníamos promociones o descuentos por el coronavirus”, dice enojada la terapeuta.
“Es decir, la prioridad de la gente no era protegerse del virus y evitar que la situación se saliera de control, como ha sucedido ahora. Solo les interesaba aprovechar el viaje a París y relajarse en el spa o en la piscina”, añade.
Pero todo cambió el jueves pasado, cuando Macron dio su primer mensaje a la nación advirtiendo de la gravedad del brote de coronavirus. 
A partir de ese día, la dirección del hotel dio su brazo a torcer -bajo amenaza de fuerte sanción del gobierno galo, que solo permitió la apertura de industrias y de sectores clave en la economía del país, como la construcción- y mandó a todo su personal a confinamiento a sus casas. 
Ahora, la dirección del hotel y sus empleadas y empleados están en proceso de negociación, para ver cómo asumen las pérdidas económicas que dejará el coronavirus y la ausencia total de clientes -y de trabajo- en al menos un mes. 
Por el momento, Andrea dice que está consumiendo los 15 días de vacaciones que no utilizó el año pasado. Y, una vez que se le agoten, la empresa le ha prometido que continuará recibiendo su sueldo íntegro, con la ayuda que dará el gobierno de Macron a los pequeños y medianos empresarios galos para amortiguar los efectos de la crisis.
“Eso es algo que aún está por ver -admite la mexicana-, pero ahora lo importante es apoyar para que todos salgamos de esta crisis”.
Perder una estancia universitaria por la cuarentena
Alejandro Javier Solares Rojas, originario de Ciudad de México y de 29 años, debería estar en Haifa, Israel. Allí tenía prevista una estadía de tres meses dentro de su doctorado sobre Lógica en la Universidad Estatal de Milano, en Italia. Ahora, sin embargo, está alojado en la casa de un amigo porque ni siquiera tiene departamento propio. 
“El primero de marzo iba a salir para Israel, una semana antes estaba preparando la maleta, así que dejé de rentar mi departamento”, explica.
De repente, los contagios se dispararon en Lombardía y comenzaron los rumores sobre el aislamiento. 
“La persona que me invitó en Haifa me dijo que lo más probable era que me pusieran en cuarentena y que los dormitorios no me podían recibir”, explica.
Así que esperaron. 
A las tres semanas, la situación se había descontrolado, Italia estaba bajo cuarentena y su estancia, postergada de manera indefinida. De heco
En su caso, reconoce, “no afecta mucho, ya que sigo percibiendo mi beca, a no ser que la economía se desplome, y estoy en contacto con mi asesor en Milán”.
Por ese motivo, desde el inicio de la crisis, dice que decidió quedarse en casa. 
“Tengo 29 años, no soy del grupo de riesgo, pero lo que hablamos es que se trata de una cuestión de comportamiento cívico”, dice. 
Ahora, confinado en el departamento de su amigo, sigue centrado en sus estudios y mantiene la comunicación con su familia en México. “Mi mamá me dijo que volviera, pero no me había hecho la prueba, y es incongruente ir a México para poner en riesgo a mis padres, que son mayores y tienen antecedentes de asma”, explica. 
“Todo fue demasiado rápido e inesperado”, dice, sobre su experiencia. Confía en que otros, en referencia a México, no cometan el error de minusvalorar la amenaza.
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