Don Francisco, el Estado o lo que tengo en el bolsillo



A su avanzada edad es bastante impresionante ver la tesón de Mario Kreutzberger. Su compromiso con la Teletón no se amaina con la crisis ni la pandemia. Hay que reconocer la enorme convicción con que actúa, pero también comprender la tozudez con la que obra y defiende a una institución que rehabilita a 8 de cada 10 personas en situación de discapacidad. La Teletón, es en Chile y el extranjero un fenómeno cultural llamativo por el impacto de movilizar a la gente a colaborar con una causa, mediante la emocionalidad (predominantemente la misericordia) instando a los espectadores a sumarse a una empresa titánica, en este caso, para financiar a una institución que cumple un rol sanitario..
El rol profundamente moralizante que supone el recaudar fondos para coberturas de salud mediante la emoción es algo que nos acompañó durante mucho tiempo y que tenía sus correlatos marginales en las completadas de barrio y los bingos bailables para paliar el cáncer u otra enfermedad grave y los millonarios costos que arrastra. Sin embargo, si hay algo que permitió que la Teletón ofrezca cobertura a un 85% de las personas en situación de discapacidad no fue la caridad sino el desmantelamiento -durante la dictadura- de la política pública iniciada por el Servicio Nacional de Salud, modelo que involucraba una estrecha vinculación entre las escuelas de medicina, los territorios y los profesionales de la salud con un énfasis en la medicina preventiva. Fue ese modelo el que permitió a Chile mostrar excelentes indicadores sanitarios que se arrastran hasta el día de hoy.
Si bien nuestro país muestra cifras ejemplares en algunos ámbitos de salubridad y cuenta con una amplia oferta de tratamientos y tecnologías, el estallido social vivido en octubre pasado visibilizó una inmensa precariedad del sistema de salud y previsión. Desde octubre que pudimos ver nuestro porvenir en una vejez pobre y vulnerable y nuestra enfermedad como una eterna espera en una sala común. Debajo de los indicadores existe un sentido común que se hastió: el de un ciudadano desamparado al que no lo ayuda más el levantarse temprano y su única opción para sanar es pagar por un plan más caro. En el fondo de esa vulnerabilidad se encuentra un 12,9% de la población que presenta algún tipo de discapacidad, predominantemente mujeres y personas en condición de pobreza.
En un momento de crisis social y económica es cierto que será difícil conseguir los fondos necesarios para la Teletón y no faltarán los empresarios nobles que desenfunden un jugoso cheque en el momento crítico, pero esa incertidumbre mezclada con lástima no la merecen las personas en situación de discapacidad ni ningún otro chileno o chilena, no más.
Aún es tiempo de suspender la Teletón y exigir al Estado que cumpla su rol histórico; tiempo de permitir que las personas con capacidades diferentes tengan derecho a la salud y la rehabilitación y dejen de ser sujetos de caridad dependientes de la voluntad de algunos, llegó el momento de volver sujetos de derecho a más de dos millones de chilenos que hoy no ven asegurada una posibilidad de rehabilitarse, integrarse y merecer autonomía.
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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