Diario de un médico en pandemia: “Barbijos, mascarillas, antiparras”


La pandemia nos pidió una distancia, nos aisló y de alguna manera nos escondió. Esas escenas que vimos muchas veces propias de China ahora se transformaron en habituales acá en Argentina. Ver a alguien con un barbijo ya no es sinónimo de un centro de salud, de un paciente oncológico o un inmunodeprimido. Barbijos, mascarillas, antiparras, carpetas de curriculum con un elástico e incluso botellas de PET son sinónimos de protección.
La transmisión del coronavirus es a través de las gotitas por lo cual el barbijo que utilizamos es el barbijo quirúrgico. Para procedimientos invasivos y en los cuales uno está en contacto directo con las secreciones se utiliza otro tipo de barbijo llamado N95.

Durante este tiempo de preparación, las normas y las evidencias sobre que barbijo usar eran discusiones en cada situación. Son dinámicas y nos ponen en la situación incómoda de elegir los mejores elementos de cada protección para cada procedimiento. Sabiendo que el recurso es escaso, no solo por su costo, sino por su disponibilidad.
Es difícil la tarea para quienes debemos seguir normas de las autoridades sanitarias y bajar esas normas, debemos demostrar y convencer de utilizar de la mejor manera los barbijos, las antiparras, las máscaras.

Los ojos al mirar a nuestros compañeros, esos ojos que asoman cuando la nariz y la boca están tapadas. Esos ojos que quedan detrás de diferentes elementos de protección. Esos ojos ya no solo lucen solo cansados y preocupados. A veces incrédulos. A veces resignados.
Pasamos de frenar la solidaridad de nuestros vecinos y familiares que empezaron a hacer barbijos de friselina a decirles cómo hacerlos. Y hoy es el propio Ministerio de Salud saca un tutorial que se difunde. Lo dijimos siempre, esto es dinámico.
El New England Journal of Medicine (NEJM) y Centers for Disease Control and Prevention (CDC) fueron los que empezaron a hacernos mirar con simpatía a los barbijos que está tejiendo Rosa en su máquina de coser, la misma que nos cose el dobladillo del pantalón.

Se realizan estudios y todos los días eso se traduce a conclusiones y eso en sugerencias, recomendaciones y normas. Dado que el virus se puede propagar entre personas que estén interactuando muy cerca una de la otra —por ejemplo, al hablar, toser o estornudar— incluso si esas personas no están mostrando síntomas. Es que se recomienda el uso de barbijos de tela para la cara en entornos públicos donde otras medidas de distanciamiento social sean difíciles de mantener (p. ej., supermercados y farmacias), especialmente en áreas con transmisión comunitaria significativa.
Sí, pasamos semanas diciendo que no, ahora decimos que sí. Me cruzo con compañeras que muestran una sonrisa burlona. Empezamos a ver dónde están y cuántos tenemos de esos barbijos. Sigo aclarando que son para la comunidad, no para el personal de salud. Mi cabeza recuerda como un deja vu que lo mismo decíamos cuando la pandemia de Gripe A nos dejó muchas veces también en ridículo entre lo que decíamos que no y resulta que después sí.

Es que se van sacando conclusiones, incluso sociológicas, en las cuales se sabe que la gente con el barbijo puesto, ya sea de friselina recuerda más el distanciamiento que debe tener. Son seis pasos, entre uno y otro. Veo la cola del banco en Santamaría e Irigoyen de San Justo. No veo seis pasos de distancia. Tampoco imagino los colectivos, ni trenes ni subtes con gente que sin restricción de aislamiento social pueda volver a sus rutinas.
Pienso en el hoy, en el día en el que le pedimos a la gente que haga sus barbijos, les damos la forma de hacerlo y tratamos que los quirúrgicos, los que se necesitan en salud lleguen a tiempo a protegernos.

 

Ojalá llegue el momento donde ya no sean más noticia las máscaras y sean noticia las caras.



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