Érase una vez un país llamado México – La Opinión de Benjamín Mendoza



Érase una vez un país llamado México, el cual después de 300 años de sometimiento, decidió armarse de valor y ponerle fin al yugo del colonizador opresor, costándole miles de muertos y 11 años de guerra, por fin se liberó para encaminarse hacia el futuro y consolidarse como una nación joven en el mundo de las naciones jóvenes, pero sobre todo, modernas.
Érase una vez un país llamado México, que no se ponía de acuerdo y peleaba todo el tiempo. No sólo peleaba entre sí, también con los extranjeros. Unos pasteles le sirvieron de excusa a unos cuantos embaucadores para profanar su tierra la primera vez, la segunda, direccionar el Estado hacía fines científicos y populares les bastó para invadirlo. Después de 60 años, y la mitad del territorio arrebatado por las garras del Tío Sam, México parecía ya no joven, mucho menos moderno, pero sí una nación madura.
Érase una vez un país llamado México, que sufrió una dictadura casi medieval que lo orilló, nuevamente, a clamar justicia para los más vulnerables. En medio de la tiranía y el enriquecimiento de unos cuantos, los obreros se fueron a huelga, los anarquistas y sindicalistas repartían panfletos en las calles, los demócratas dieron la cara, los campesinos y bandoleros dictaron “la tierra es de quien la trabaja” y en medio de traiciones y una guerra mundial, México convirtió la sangre de los Serdán en el sueño democrático del occidente, un gobierno de centro emanado de un partido político que tuvo su génesis en una revolución armada.
Érase una vez un país llamado México, donde el último prócer hizo lo que sus antecesores prometieron pero no hicieron, donde se repartieron las tierras y se expropiaron las riquezas del subsuelo, donde se crearon instituciones respaldadas por el pueblo y también, donde se torció el camino. El último prócer dejo el camino allanado, pero en su silla ya no se sentaron próceres, en “Los Pinos” ya no vivieron héroes, sino déspotas autoritarios.
Érase una vez un país llamado México, que sufrió el autoritarismo y el saqueo como si nunca hubiesen cambiado las cosas. Donde n solo partido gobernó 80 años, masacró opositores, desarticuló gérmenes partidarios demócratas, torturó universidades, encarceló sindicatos y con la sangre y lágrimas de idealistas, se lavó las botas manchadas de ignominia.
La prensa servil, el tráfico ilegal en todas sus expresiones a sus anchas, los empresarios cada vez más ricos, los pobres cada vez más pobres.
Érase una vez un país llamado México, desangrado, agotado, destruido, engañado. México creyó que podía terminar con sus males sacudiéndose a los poderosos, pero no pudo sacudírselos. Lo intentó 3 veces, la primera, se cayó el sistema, la segunda, el gatopardismo hizo de las suyas y engendró al PRIAN, la tercera, los que se creen dueños del país le apostaron a robarle lo único que le quedaba a la nación, su esperanza. Con la sangre de mujeres escribían Juárez y Ecatepec, con magnicidios horrorizaban los tumultos, con mano dura caían San Salvador Atenco, el CGH, la CNTE, el SME y el #YoSoy132. Zapata y Mao no se dieron la mano y el EZLN y el EPR se convirtieron en anécdotas de resistencia.

Érase una vez un país llamado México, cuyo pueblo se batía entre el lábaro patrio y el narcocorrido, y al son de “Nada personal” de Armando Manzanero, los medios de comunicación cuidaban sus intereses y elegían al presidente, donde sexenios de violencia y corrupción descompusieron el tejido social, los trabajadores perdieron sus derechos, ser sindicalista, militante de izquierda y/o algo similar era motivo para ser detenido o humillado en el mejor de los casos, donde el periodismo servía al poder o a una fosa común, donde enmarcada con laureles la famosa “reforma energética”, presumía ser el último clavo del ataúd construido por el Tratado de Libre Comercio y acolchonado por el neoliberalismo para todos sus pobres, aunque el último prócer se revolcara en su tumba, allá en el Monumento a la Revolución.
Érase una vez un país llamado México, donde criticar al gobierno que intenta, atado de pies manos, revertir 100 años de saqueo y desigualdades te vuelve una persona genial, donde los conservadores cumplieron su palabra y no toleran que el pueblo tenga ni si quiera una miserable pensión, donde tal parece que las llamas son preferidas por quienes controlan el capital por encima del bienestar, donde no hay niveles de gobierno ni división de poderes, donde todo lo malo, principalmente lo muy malo, se le achaca al presidente, donde ponerle piedras al gobierno federal es el deporte favorito, donde está de moda no informarse y emitir opiniones repetidas por alguien que las repitió de alguien más, donde el síndrome de los Sicilia y los Lebaron, el síndrome del científico social crítico súper crítico de todos los
críticos propagan el virus más mortífero de todos, el virus del individualismo; paraíso de las notas falsas y de los sabios que en lugar de ver la luna, ven el dedo de quien se las señala.
Érase una vez un país llamado México, el cual con el último aliento de esperanza que le quedaba, encumbró en el Ejecutivo al único hombre que en décadas, se ha mostrado congruente, honesto y justo. Ahora en México soplaban los vientos de cambio y el pueblo por vez primera en muchos años, se mostraba alegre ante el enfado notorio y visceral de quienes se sienten dueños del país, los cuales, juraron nunca dar tregua y utilizar a sus mejores aliados, la fuga de capitales, la ignorancia, pero sobre todo, el tiempo.
Érase una vez un país llamado México, donde primero son los pobres, donde quienes aman a su país pelearán sin descanso, donde con todos los errores cometidos, su presidente actual saldrá avante, pues pareciera que en esta larga historia de tragedia hemos olvidado como, cada que fue conveniente, el pueblo se organizó para volver a esta gran nación al redil, para encausarla hacia el destino prometido, para recordarles a todos que sobre el interés personal debe prevalecer el interés colectivo y que si a los conceptos nos remitimos, el 80% de la población es pobre, por eso ellos siempre serán primero, en una democracia, las mayorías mandan, en México mandan los pobres.
Érase una vez un país llamado México, el cual tiene un presidente que si bien no es en todos los sentidos lo que muchos quisiéramos, es el presidente que en este momento, necesitamos. Hay dos opciones, México se hunde en el oscurantismo nuevamente durante 80 años a punta de metralla, o defendemos el pequeño gran paso hacia la construcción de una mejor nación que hemos dado. Todo es percepción, y esta, depende de nuestro origen de clase. Partiendo de ésta premisa, pregúntense, ¿Quién primero? ¿Verdad que los pobres?
Las opiniones vertidas en las columnas son de exclusiva responsabilidad de quienes las suscriben y no representan necesariamente el pensamiento ni la línea editorial de Monitor Expresso



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