Pandemia y restablecimiento del poder político



Supimos hace algunos meses de la propagación de un virus en una ciudad de China.  Algunos sabían del riesgo de una posible pandemia. Parecía que todas las autoridades políticas de los países del mundo (y con ello, me refiero a los países a los que la prensa pone atención por razones que no son necesarias explicar aquí) estaban al corriente de su potencial expansión planetaria. Y todos observaban desde lejos lo que acontecía en China.
Mientras, en muchos países del globito, protestas incontrolables, manifestaciones desbordadas, violencias desatadas; clamaban, exigían, ordenaban: igualdad, libertad, más democracia, etc. Chile, Hong Kong, Francia, Turquía, la UE, y un largo etcétera, estaban siendo consumidos por las redes y la violencia virulenta (tan letal como esta otra) y bien articulada, sin que se viera una salida. Las redes, a las que el poder político estaba, aparentemente, sumido, acongojado, sin encontrar una puerta de salida -se creía- tenían el “control”, el “poder”. Ministros y presidentes era botados de sus cargos por el aparente e inconmensurado “poder” de las redes. Las redes mandan, en las redes se organizan, en las redes…; y de la noche a la mañana, todo vuelve a fojas cero. Los medios de comunicación masivos dejaron, por su parte, los llamados temas emergentes y otros de corte internacional, de un plumazo, y los pasaron a un segundo lugar: Brexit, guerra comercial China-EEUU., Siria, inmigración. Un verdadero nocaut. ¿De quién?
Compartí con algunos amigos hace algunos años mi impresión con respecto a las redes. Y les señalaba, a modo de conjetura, lejos de aquello que hoy todos repiten, sin detenerse a pensar de verdad en ello, teorías conspirativas. Pensaba en el modo como el poder político iba a ser capaz de contrarrestar el poder de las redes que les tenía arrinconado, en apariencia. Conjeturaba, que en una reunión del G8, por ejemplo, los jefes de estado y de gobierno intercambiaban visiones sobre ello con el fin de dar con una solución consensuada. Después de todo, caer en las redes era como caer en el medio de una jauría de depredadores, si recordamos bien, solo hace unas semanas. Y aventuraba, que podía imaginar, el que un día cualquiera, hubiera “inexplicablemente” un corte en las redes, en internet, esto es, que amaneciera un día el mundo “desconectado”, “des-vinculado”. Mas de alguno de mis amigos consideraba una locura mi reflexión. Bien por ello, me dije, en su momento.
¿Quién “gana” con esta pandemia? Pregunto ahora. La prensa a diario nos entrega informaciones de estadística (todas imprecisas, que nos lleva a un nuevo mundo de confusiones), de una figura desconocida (que ahora, ellos tornan conocida) fallecida, de la frase lapidaria de un “intelectual” europeo (“El mundo nunca volverá a ser el mismo”, como si alguna vez este hubiera sido el mismo) o chileno. Y toda la ciudadanía, en esta paranoia ya instalada, hace correr la información de modo desenfrenado, sin cotejar ni indagar mínimamente.
Lo que acontece en el mundo internacional opera profundamente en nuestros países. Nuestros intelectuales -tanto locales como extranjeros- desdeñan su grado de influencia y mas bien, tienden a construir teorías locales (a partir de estructuras conceptuales legadas por los que generan conceptos e ideas) para comprender los fenómenos sociales y políticos (no hablo de los económicos, que son, relativamente, evidentes). Prueba de lo anterior son las ordenes que se emanan desde ACNUDH en materia de DDHH, desde la UNESCO en materia de educación, ciencia y cultura; y, en nuestros días, desde la OMS por la pandemia, etc. En otras palabras, la presunta soberanía de los países pende hoy día de las directrices de un OOII. No por nada, uno de los conceptos que el ex Canciller Heraldo Muñoz se esforzó por imponer en nuestro país fue el de “sintonía”. ¿Sintonía con qué? Con lo que ordenan los OOII, no cabe duda.
La pandemia del Cod-19, del que el ciudadano corriente nada sabe, en el sentido radical de la palabra, ha permitido al mundo político (a nivel global) obtener inmediatos beneficios de ella. En el fondo, la pandemia ha permitido el restablecimiento del poder político. Hoy, la ciudadanía ha delegado al poder central, al Leviatán, la “solución” a su problema de su inseguridad y miedo a la muerte; y no, a la suerte de las redes ni a una institución como un Colegio de Médicos o a una Universidad o a un partido político. La ciudadanía vuelve a confiar, a creer, en ese poder omnímodo, único capaz de contener este mal, el poder del Estado.
Y sin más, ese Leviatán hoy nos tiene encerrados, confinados, una de las consecuencias inmediatas de sus medidas políticas. Es un modo de sacudir, de roncar y decir del poder político: aquí, ordeno yo; no ustedes, ciudadanos, no las redes. Por mor de una suerte de protección y seguridad a la ciudadanía, el Estado puede prohibir hoy el desplazamiento normal de ese mismo ciudadano por las calles, que hace unas semanas era impensado.
Y sin más, de la noche a la mañana, un contagiado hoy es visto como fuente de potencial riesgo para la comunidad y se le aísla, se le persigue. No hace muchos años, si hacemos memoria, el sida estigmatizaba a quienes tenían una condición sexual distinta a la heterosexual. No vaya a ser esto el preámbulo de algo no deseado.
Entonces, en un segundo, las redes pasaron de la virulencia a las virtudes: la solidaridad, la paz, el amor, etc.; entendiendo por ello, el clamor popular por más seguridad, la única, aquella que puede ser brindada por el Estado a cambio de la libertad. Dame tu libertad y yo te salvare de la muerte, el Estado nos susurra al oído.
¿Y la economía? Se señala que es la crisis más grande después de la Segunda Guerra Mundial, que es una crisis del neoliberalismo y del capitalismo, que se avecina una recesión, etc. Todas, expresiones lapidarias. Sin embargo, en el fondo, la economía, su esqueleto, su estructura, se conservará: bancos centrales, órganos internacionales, sistema financiero, grandes consorcios, y un largo etcétera. En ese sentido, que una gigante aerolínea sea absorbida por otra gigante aerolínea no es algo nuevo. Sin una pandemia, los grandes consorcios económicos ya se devoraban unos a otros: por ejemplo, el sector automotriz. Por lo demás, hace ya mucho tiempo hemos estado presenciando el trasvasije desde el mundo empresarial al político y desde el político al mundo empresarial en las principales economías del mundo, y en la nuestra.
Un amigo mío, acaba de enviarme -de su lectura diaria- un breve texto de E. Jünger, de su libro La emboscadura, que resume, por lejos, lo que acabo de sostener. En ese libro, Jünger dice: “Una mortalidad mínima en los tiempos tranquilos no da la medida de la verdadera salud; de la noche a la mañana puede trocarse en lo contrario. E incluso es posible que esa mortalidad mínima genere epidemia desconocidas”. Lamentablemente, el breve espacio de una columna me impide continuar con la reflexión.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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