Esta vez sí es diferente



La pandemia del COVID-19 ha generado un golpe económico mundial de enormes proporciones, afectando por igual tanto a economías desarrolladas como a aquellas en desarrollo. Si bien la severidad y la magnitud de esta recesión pandémica aún está por verse, distintos economistas reconocen que ésta tendrá consecuencias enormes tanto para el empleo como para el crecimiento económico, consecuencias que serán incluso mayores que las de la crisis financiera. Muchos ya comienzan a denominar esta crisis como “la crisis del siglo”, comparada sólo con la Gran Depresión. No obstante, en esta crisis económica hay elementos que la hacen fundamentalmente diferente a todas las otras crisis que hemos conocido.
En el 2009, los economistas norteamericanos, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, publicaron el libro Esta vez es diferente, donde argumentaban que a pesar de que las crisis financieras y crediticias son recurrentes, estas son imposibles de anticipar. No obstante, pocos han seguido los pasos de Reinhart y Rogoff para poder entender las verdaderas diferencias y aspectos que hacen esta crisis pandémica-económica fundamentalmente diferente. Podríamos decir que Reinhart y Rogoff se adelantaron en una década en su diagnostico y que, en comparación con la crisis financiera, esta crisis viral sí es diferente.
Por de pronto, la actual crisis del COVID-19 presenta elementos bastante peculiares —sino únicos— no sólo cuando es comparada con otras crisis económicas anteriores, sino que además es completamente diferente incluso dentro del propio mundo de las pandemias. Si bien las pandemias son fenómenos bastante inusuales, pero probables, —por lo tanto, no resultan ser “cisnes negros” a lá Taleb— la actual pandemia es un fenómeno que se presenta en un contexto histórico y socioeconómico sin precedentes.
Primero, la crisis actual es diferente a otras pandemias, ya que ocurre bajo una nueva condición de globalización, crecimiento económico y de bienestar nunca vistos en la historia de la humanidad. En este contexto de expectativas de vida al alza, esta amenaza se vuelve totalmente diferente a todos los otros shocks pandémicos anteriormente experimentados. Por ejemplo, la peste bubónica ocurrió bajo un sistema pre-capitalista de corte feudal de calidades de vida paupérrimas, con bajas expectativas de vida para los ciudadanos y con una globalización mínima. De la misma forma, la gripe española de 1918 ocurrió también en el contexto de la Primera Guerra Mundial, con economías destrozadas, bajas expectativas de vida y amenazas adicionales de otras enfermedades virulentas y otrora letales como el cólera, la sífilis y la tuberculosis. Estas dos pandemias ocurrieron en situaciones económicas y de bienestar diametralmente distintas a las experimentadas hoy, bajo las cuales surge la actual amenaza del COVID-19.
Paradojalmente, es el contexto de bienestar —en donde los ciudadanos son relativamente más ricos y sanos, más conectados con sus prójimos en el orbe y sin demasiadas enfermedades mortales amenazándolos— el que hace que valoricemos más la vida y que la amenaza del coronavirus se haga extremadamente más notoria en nuestra cotidianeidad. Es sólo gracias al bienestar moderno, que ha erradicado casi todas las otras amenazas virales, que tendemos hoy a reaccionar tajantemente con relación al coronavirus, ya que estamos (relativamente) con mejores estados de salud y mayores expectativas de vida. Esta paradoja del contexto de bienestar ayudaría entonces a entender el por qué el coronavirus —que hasta ahora ha cobrado cerca de 160 mil victimas— haya causado un caos y una recesión económica mundial, mientras que la gripe española —que generó 50 millones de muertos— no lo hizo de forma tan marcada.
Segundo, la crisis-pandémica es diferente a las crisis económicas anteriores, ya que ocurre de forma endógena o autoinfligida debido a las acciones ex nihilo de las políticas públicas de los gobiernos para impedir el contagio de la población. Fueron finalmente los gobiernos y no la economía —con aquellas medidas impuestas de cuarentenas, distanciamiento social y restricciones— los que generaron y exacerbaron el shock económico. La crisis pandémica es originalmente un golpe de origen viral, pero que luego se transforma en un problema autoinducido por los gobiernos para salvaguardar a sus ciudadanos y aplanar la curva de contagio. A fin de proteger a la población, los gobiernos pusieron a la economía entera en pausa o en un coma artificial por meses, exacerbando el shock original producto del virus.
Dado este origen paradojalmente autoinfligido de la crisis económica, es difícil encontrar otros episodios similares en la historia que puedan ofrecer alguna perspectiva útil sobre las posibles consecuencias económicas futuras. Quizás, un episodio similar —aunque sólo en lo económico— de esta lógica de autoinducción de un coma económico, podría ser el lamentable caso de el “Gran Salto Adelante” de Mao, en donde se destruyó deliberadamente a la economía y la mayoría de los procesos económicos y productivos de los ciudadanos de un país entero.
Con todo, de forma paradójica surge aquí una de las principales características anómalas del “mundo al revés” de la economía pandémica —y que no existió durante las pandemias anteriores— a saber, que existe un desafío único de política y de coordinación económica con relación a como apagamos o congelamos a la economía en su totalidad, de forma paulatina, pero sin destruirla o implosionarla en dicho proceso. Este desafío de inducirle un coma estratégico a la economía, pero de forma ordenada y racional, es uno de los aspectos más interesantes de este shock pandémico que lo hacen categóricamente único respecto al resto de todas las otras crisis económicas y pandemias vividas por la humanidad.
Finalmente, con todo lo anterior, uno podría apresuradamente pensar que, dada las características únicas de esta crisis actual, que estaríamos destinados al colapso total de nuestras economías y a una recesión incomparable (¿o final?), que pondría así fin a nuestros procesos cosmopolitas de desarrollo económico, intercambio global y bienestar sostenidos durante las últimas décadas. Sin duda la incertidumbre económica es máxima y es difícil predecir como se desenvolverá nuestro futuro económico y el bienestar de las personas en el mundo.
No obstante, ante esta mirada negativa es importante reconocer las capacidades adaptativas e innovadoras únicas que poseen, no sólo el capitalismo moderno —con su destrucción creativa—, sino que también los poderes amplificadores de la libertad y la creatividad humana que lo sustentan. Ante esto, es mejor concluir con las palabras optimistas de John Stuart Mill: “Lo que con frecuencia maravilla es la gran rapidez con la que los países se recuperan de un estado de devastación. Un enemigo puede pasar un país a sangre y fuego, y destruir o expoliar sus riquezas: todos sus habitantes quedan en la ruina y sin embargo, pocos años después, todo vuelve a estar más o menos como estaba antes”.
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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