La guerra de las mascarillas: el mercado el desnudo



En lo que se ha terminado coincidiendo en el mundo, es que la cuarentena no puede durar mucho tiempo porque genera problemas económicos y de consumo muy graves. La decisión de usar máscaras permanentes para reducir el contagio ha sido útil en China y Corea, al menos. Aunque, de todos modos, esto requiere ser acompañado con una capacidad oportuna para testear a las personas sospechosas de portar el virus, a fin de aislarlas tempranamente.
De todos modos, hay que evitar las congestiones. Las autoridades chilenas recién el lunes 6 de abril anunciaron que el uso de máscaras era mejor solución que no hacer nada o solo encerrar a algunas comunas. El único problema es que no hay mascarillas para todo el mundo. Más bien, no hay suficientes, ni siquiera para el personal de salud, que es el más riesgoso. El alcalde Lavín –que con frecuencia tiene ideas extravagantes– quiere obligar a que todos circulen en las calles de la comuna de Las Condes con mascarilla, so pena de alguna multa.
El problema es que en el mercado no hay mascarillas y las que se encuentran en los sitios de mercado por internet oscilan entre 500 y 1.500 pesos, lo cual es aun más caro que el transporte público y, probablemente, aumentarán el precio después del anuncio gubernamental. Si la sociedad (gobierno, municipios) no asegura financiar las máscaras a los más desprovistos sería, una vez más, una medida que atenta contra los sectores vulnerables y de menores recursos.
La guerra de las mascarillas –y de los ventiladores mecánicos por extensión– se ha desplegado con gran entusiasmo, y no menos gravedad, en los últimos días a nivel mundial. El presidente Trump prohibió la exportación de mascarillas desde EE.UU. (el Estado tiene poder cuando se quiere) y esto incluye a la transnacional 3M, principal productora del insumo. Hasta aquí nada raro. Sin embargo, esto incluyó la prohibición de exportación del ahora vital insumo a Canadá. El primer Ministro de dicho país, Justin Trudeau, replicó que en esas circunstancias impediría la circulación de miles de canadienses que trabajan en el sector sanitario estadounidense próximo a la frontera (esto incluye a Nueva York).
México también es víctima de la prohibición de Estados Unidos pero he aquí otro detalle. La mayor parte de la producción de mascarillas de la 3M se hace en México. Entonces el gobierno mexicano colocó en el tapete cláusulas de no aplicación de la resolución de Trump a su país porque, finalmente, son los mexicanos los que producen el producto… Otra noticia en desarrollo.
A nivel mundial se asiste a una nueva versión de las más sofisticadas expresiones de piratería que fueron motivo de filmes que caracterizaban al siglo XIX o XVIII. Envíos con el “valioso cargamento” detenidos en la frontera austriaca por las autoridades alemanas. Peticiones de mascarillas hechas a medio camino por las autoridades francesas del “botín” que, provenientes de Finlandia, se dirigían a España e Italia.
Cuando el negocio está a la vista, los carroñeros aparecen con asiduidad y muchos billetes. Así, China que ya había previsto el negocio, empezó a producir el preciado elemento en cantidades superiores a sus necesidades. Lo que no ha previsto es que se creó un negocio estupendo para los “dealers” que compran y venden en altamar como sucede con los commodities, pero ahora no basado en proyecciones de precios, sino en la desgracia de la gente en muchos países.
Estados Unidos ha ordenado a algunas empresas a fabricar ventiladores y a otras a fabricar mascarillas. En Chile, el alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp, este lunes 6 de abril lanzó una plausible pero artesanal idea de producción de máscaras (solo 10 mil mensuales en el marco actual, aunque podría replicarse). Esto, en todo caso, es mejor que quedar sometido a la piratería internacional en materia de máscaras.
La ciudadanía podría preguntarse: ¿qué pasa con las empresas públicas, con las empresas de las Fuerzas Armadas, con el empresariado pudiente de Chile? Nadie toma iniciativas de aporte para ayudar a superar la crisis, pero al momento de pasar el platillo todos están en la fila.
Al parecer, no es el mercado el que falla, sino los valores neoliberales que han dominado al mercado y a las grandes empresas, tal como hoy funciona en la mayor parte de los países del mundo.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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