La nueva normalidad y el Chile que queremos



Desde varios años, que muchos veníamos creyendo que otra realidad es posible. Por lo menos 15 años, en los cuales los chilenos, una mayoría hemos tenido la posibilidad de viajar, por distintas razones, turismo, trabajo, y recibir visitas internacionales, que nos han permitido ver el mundo. Hemos entablado diálogos, mediante los cuales hemos contrastado la realidad de Chile y otros países.
Durante los últimos años, quizás 20, Chile ha logrado aumentar significativamente las tasas de acceso a la educación superior. Independiente del trasfondo técnico respecto si ha sido bien abordada la masificación, hay un impacto sociológico relevante. Este lo podemos observar en el fenómeno de expansión simbólica, según el cual hoy día hay sentado en la mesa de 4 de cada 10 hogares, por primera vez, un estudiante secundario, que se ha preparado y por lo tanto lleva a ese hogar nuevos puntos de vista.
Muchos de quienes hoy día estamos en el mercado laboral; crecimos en una época donde nuestros padres y madres trabajaron incansablemente largas jornadas impulsados por la creencia y esperanza de un futuro mejor. No obstante, seguimos adelante con el mismo ímpetu, pero menos convencidos de sacrificar nuestras vidas, sino más bien atraído por la idea de la capacidad emprendedora por lograr alto impacto social y un mejor país para todos.
Todo se había vuelto normalidad. Hasta ahora.
Si bien la sociedad chilena había alzado las manos en octubre 2019 para protestar por mejores condiciones de calidad de vida, mayor equidad y disminución de brechas; todo parecía cambiar, mientras nada cambiaba. Algunos sectores políticos se habían dado cuenta que, habían metido las patas hasta el fondo, cuando cayeron en la cuenta que el acuerdo firmado el 15 de noviembre podía significar realmente un cambio de modelo. Cayeron en cuenta, que peligraba de este modo los pilares fundamentales del modelo egoísta que nos rige hasta ahora.
Cabe indicar, que me refiero a modelo egoísta, no porque este en contra del desarrollo que genera. De hecho, en los tres primeros párrafos del presente artículo, he tratado de reflejar mi comodidad con el crecimiento de la expansión del turismo y el debido cosmopolitismo; la masificación de la educación superior y la expansión de redes meritocráticas, y el sistema laboral y el impacto positivo del espíritu emprendedor. Entonces, digo que es un modelo egoísta en el sentido que, todos los beneficios que trae a esos estudiantes, emprendedores, y afortunados turistas, es resultado de su esfuerzo individual, mientras puedan, porque pasada la edad productiva, serían abandonados a pensiones de sobrevivencia, y de la salud más básica, donde seguramente no habrá con certeza la posibilidad de ser atendido ante una urgencia; porque ya no estarán las condiciones de pagar las ventajas que trae consigo la membresía al selectivo club de las Isapres.
Ahora, prácticamente a 6 meses del estallido social; un nuevo estallido azota nuestra frágil realidad social. Esta vez, el COVID19, permea las estructuras sociales de la sociedad a escala global. Los países comienzan a responder de la manera más eficiente posible, y a su manera, logrando de algún modo “aplanar la curva”.
Frente a esta crisis global, cabe volver a mirar la realidad nacional, porque nuestro modelo está enfrentado a la disyuntiva respecto de cómo aplanar la curva, en un escenario donde preferentemente la mayor fortaleza de una nación deba ser la solidaridad por sobre el egoísmo.
Frente a esta realidad de total incertidumbre, donde han quedado en evidencia las debilidades del modelo, porque ahora nos pega a todos. El COVID19 ha resultado ser un virus muy democrático.
La política pública ha sido poco clara, motivada por altas pretensiones políticas (electorales), además de poco creativa respecto de cuales serán las salidas frente a la incertidumbre Esto ha sido así en Chile y en muchos otros países, dejando en evidencia la debilidad del liderazgo que nos gobierna, cuando justamente los umas recientes planteamientos de la gestión estratégica nos habían enseñado, en las mejores escuelas de negocio y de gobierno, que frente a un mundo de cambios, el liderazgo debía ser justamente clarificador para mostrar el camino, reducir la incertidumbre, creativo para proyectar escenarios y estratégico para presentar escenarios donde todos se sintieran visibilizados.
La pregunta actual, que enfrentan los líderes y gobernadores, es ¿cómo volvemos a la normalidad, cómo salvamos a las empresas, cómo seguimos moviendo la máquina del crecimiento económico?.
Hasta ahora, la respuesta ha sido confusa; En Chile hemos seguido un patrón epidemiológico, que ha apostado por la autorregulación, evitando las políticas de cuarentena generalizada y apostando por el seguimiento y control de casos. El problema de esta apuesta es que requiere de un alto grado de confianza en la responsabilidad social de las personas, donde se espera que funcionen lógicas mayormente solidarias, incluso un comportamiento social altamente altruista. No sería un problema si como en los países nórdicos, llevásemos consigo una historia de política pública, con un estado, a cargo de hacer valer la “igualdad de los comunes”.
Lamentablemente, no es el caso de Chile, donde estamos enfrentados a un escenario caracterizado por un modelo mayormente egoísta. Entonces, ¿cómo le pedimos comportamientos altruistas a una población acostumbrada a vivir en un modelo de “sálvese el que pueda y como pueda”.
En esta lógica, esta semana se nos ha llamado a retomar la “normalidad”. Pero frente a la incertidumbre, y el riesgo y desprotección, nadie está muy convencido de dar el paso a la normalidad. ¿Quién mandaría a sus hijos al colegio, sin saber si estará protegido, o bien cuando se enferme, pueda tener acceso a atención de calidad?. Incluso en un aspecto más cotidiano, ¿quién se subiría al metro en hora punta?. Al parecer quienes llaman a retomar la normalidad, no están siendo empáticos para pensar en ¿cuál es la normalidad a la que están llamando retomar?.
Los países que pese a a la pandemia vuelven rápidamente a la normalidad; es porque su normalidad es otra hace 50 años. Pueden trabajar 5 horas diarias, ir a los parques y mantener distanciamiento (cultural, geográfico); tienen un sistema de seguridad social, donde cualquiera, desde el chófer del bus, hasta el empresario más próspero y el funcionario de gobierno, quien sea tendrá asegurado un sistema de salud y protección, que no lo dejará al abandono.
¡La otra salida es entender el cambio… pese a la incertidumbre!
El cambio debe ser estructural. La ciudadanía global, la riqueza restringida y los impuestos deben permitir asegurar el bien común, y con ello la salud mental, el acceso a espacios públicos, salud, educación; y sobre todo comunidades, la posibilidad de mantener condiciones de vida en comunidad; sin temor al otro, y por lo tanto la tarea del estado es doblegar las condiciones históricas, los dogmas que ofrecen resistencia.
Pero, resulta que las señales han sido contradictorias.
Nadie ha insistido que para salvar a más empresas ahora, estas deben apostar por el futuro social y el bien común.
Ni las personas hemos sido lo suficientemente conscientes del problema. Muchos han ido quebrando las normas básicas de cuidado colectivo, yendo a los supermercados, y seguramente la próxima semana a los mall.
Nadie ha pensado en que, si el virus se expandió por el globo, es porque efectivamente todo está interconectado. Si no vemos la sociedad como un todo interrelacionado, no salvaremos ni vidas, ni la economía.
La economía, acaso alguien puede creer que es el resultado de la resta entre ricos y pobres, cuando en realidad es un espacio de interacción (el mercado, nuestra cancha, ahí es donde ocurre el juego) en el cual nos movemos para hacer funcionar nuestra cotidianeidad.
La pregunta por la que protestamos en octubre 2019 era justamente, ¿cómo queremos vivir? Espero que no sea tarde y seamos capaces de nivelar la cancha.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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