‘Adopta un hospital’, una iniciativa ciudadana para enfrentar la pandemia



Raymundo Zamora y su familia crearon la iniciativa “Adopta un hospital”, como respuesta de la sociedad civil a las necesidades del personal de salud ante la emergencia por COVID-19.
El objetivo, explica Raymundo, es dotar a los trabajadores de los hospitales de las herramientas que requieren para su autoprotección como caretas y overoles.
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Hasta el momento la familia Zamora ha fabricado y entregado alrededor de 400 caretas y esperan fabricar al menos 200 caretas más cada día para continuar con las donaciones.
“Es muy triste llegar a los hospitales, incluso los de especialidades, y ver que los propios trabajadores han tenido que comprar, en el mejor de los casos, o crear sus propias caretas, a veces sólo utilizan hojas de acetato que a la larga no les van a servir porque se rompen, eso es lo que nos motiva a ayudar y pedir el apoyo a la sociedad”.
Ya los mexicanos organizados han respondido a las emergencias del pasado y los resultados son extraordinarios, es momento de volver a unirnos, pide.
Raymundo es un enfermero jubilado.
A penas en octubre pasado dejó su trabajo después de 35 años de servicio en instituciones como el Seguro Social, el ISSSTE y el Hospital de la Mujer.
Aunque reconoce que quisiera regresar a trabajar para aportar sus conocimientos y experiencia en el área de infectología, no puede hacerlo. Hace 10 años estuvo a punto de morir, tuvo que ser operado del corazón, una vez más, para cambiar el marcapasos que lo mantiene con vida.
“Estoy viviendo 10 años de vida extra”, dice al recordar que los médicos advirtieron a su familia que se prepararan para lo peor, porque no había muchas esperanzas de que lograra recuperarse. Pero si algo sabe Raymundo es sacar fortaleza de la nada y sobreponerse a las adversidades.
Su historia lo revela y no deja lugar a dudas.
De San Juanico al sismo del 85
En 1984, cuando ocurrieron las explosiones de gas que prácticamente destruyeron San Juan Ixhuatepec, Raymundo estaba recién egresado de la FES Zaragoza.
Sin tiempo para reflexionar convocó a sus compañeros enfermeros y formaron una brigada para apoyar en la atención a los pacientes.
“Llegamos al hospital 1o de Octubre y era impactante ver a las personas en el piso, estaban sobre cartones, con los cuerpos quemados y el grito de dolor que parecía interminable”.
Sin saberlo, dos de sus hermanos estaban en las mismas labores de apoyo.
Lo mismo ocurrió la mañana del 19 de septiembre de 1985.
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Cuando se registró el sismo de 8.1 grados en la escala Richter, Raymundo alcanzó a ver el grado de la destrucción y como otros sobrevivientes no dudó ni un segundo en romper el cerco que habían impuesto los militares para empezar las labores de rescate en los edificios derrumbados.
“Entre los escombros de los edificios se escuchaban los gritos de auxilio, así que con las manos empezamos a rascar en los montones de tierra (unos 400 edificios quedaron totalmente destruidos) no teníamos herramientas ni experiencia de rescatistas pero nos organizamos,” recuerda.
“Lo que vimos fue tremendo’.
En aquel tiempo Raymundo trabajaba en el Hospital Juárez, aunque temporalmente estaba fuera y tendría que reincorporarse a sus labores ese mismo mes. En cuanto pudo llegar al lugar, se concentró en organizar a la gente en el rescate de sus compañeros y de los pacientes. “Al día coordinaba entre 400 y 500 gentes y no podía dormir, mis compañeros me obligaban a descansar unas 3 horas al menos, pero en cuanto escuchaba el código 5, sabía que una persona con vida podía ser rescatada y regresaba a rascar en los escombros”.
Recuerdo por ejemplo que en la escalera estaban atrapados dos médicos Ernesto y Bonfilio. Ernesto tenía las piernas comprimidas por una trabe que le había caído encima. Durante 6 horas rascamos para quitar los escombros, todo ese tiempo platiqué con él, a Bonfilio lo sacamos primero, a Ernesto le dije que era casi imposible salvar sus piernas, dijo que no importaba, pero que lo sacáramos. Cuando ya faltaba una media hora para sacar a Ernesto, se le acabaron las fuerzas y empezó a agonizar. Cayó en paro, primero cardiaco y luego respiratorio, recuerda Raymundo, mientras revive la imagen que no ha desaparecido de su memoria.
“Imagínate lo que se siente. Él tenía la seguridad de que lo iba a sacar…”
Todos esos días fueron de un vaivén de emociones. Como si no hubiera tiempo para detenerse a sentir.
“La mayoría de los voluntarios eran cargadores de la Merced y no tenían conocimientos y yo, de alguna manera, sabía cómo manejar las lesiones de los sobrevivientes así que durante 10 días no dormí, no hubo descanso, mi cerebro no paraba, no hubo tiempo”.
Además, recuerda, yo conocía el hospital así que sabía cómo recorrer los túneles.
“Ahí entré con un brigadista de la Cruz Roja para rescatar a una señora que estaba atorada en su cama, con el piso superior que le había caído encima. Sobrevivió varias horas hasta que su cuerpo ya no resistió, era un rescate imposible, pero la señora siempre mantuvo una serenidad que sorprendía”.
“Son recuerdos que no se superan, son muy fuertes”.
Pero en el otro extremo, siempre quedará la emoción del día 10, cuando Raymundo y los demás voluntarios pudieron rescatar a la última sobreviviente del hospital, una enfermera originaria de Oaxaca que desde el día del temblor quedó atrapada con una compañera.
“Ella nunca se recuperó porque el impacto psicológico fue terrible. Imagínate que durante 10 días tuvo encima de su cuerpo a su compañera que se desangraba poco a poco, hasta que agonizó, sin que ninguna pudiera hacer nada para evitarlo. Cuando al fin la rescatamos nos dijo que había una mujer que gritaba un poco más abajo, decía que estaba con unos bebés y que no la fuéramos a dejar ahí. Pero cuando avanzaba el rescate de la enfermera la señora le dijo que ya no aguantaba más que estaba por desmayarse”.
“No me vayas a dejar acá”, fue el grito que se quedó atrapado en los escombros y en su mente.
Después de eso, dice, estuve varias horas bagando, sin reaccionar, sin entender… hasta que me recobré y pude regresar a mi casa, con 15 kilos menos y el cansancio físico pero sobre todo emocional, tatuado al cuerpo.
Volver a los escombros
“No sé si ya se nazca con esto, si es genética, pero mi hermana mayor, Ricardo el menor y yo, nos forjamos a nosotros mismos. La vida dura y una niñez complicada, nos formaron el carácter. Por eso no es extraño que, sin saberlo, mis dos hermanos y mis sobrinos nos encontramos rascando entre los escombros más de una vez”.
Y la escena se repitió el 19 de septiembre del 2017, cuando el terremoto de 7.1 grados en la escala Richter evocaba el desastre ocurrido el mismo día en 1985.
Esta vez, Raymundo y sus hijos, su hermano y su sobrino compraron herramientas y salieron a ayudar.
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“Mi hijo era el más joven de nosotros y dice que le dio mucho miedo, sobre todo cuando me veía encima de las ruinas haciendo hoyos y sacando piedras. Son experiencias que te marcan, te cambian la vida”, admite Ricardo cuando recuerda que durante el día estuvieron recorriendo las zonas de los edificios derrumbados.
“Compramos herramientas para donarlas y queríamos ayudar pero nos regresaban hasta que llegamos con una brigada y mi sobrino era el encargado del almacén, entonces nos incorporó a las brigadas y pudimos apoyar en el rescate de dos personas, lamentablemente estaban sin vida, pero pudimos contribuir”.
Lo que más recuerda Raymundo es que sus hijos, llorando, le narraban lo que habían visto, lo que les tocó vivir. Una pesada herencia que se ha transmitido a las nuevas generaciones y que hoy vuelve a dar fruto para reaccionar ante la emergencia.
“Ahora no puedo ir a rascar con mis manos, pero mi esposa y mis hijos trabajan en el sector salud y la única forma que tengo de protegerlos, de alguna manera, es que sus compañeros estén lo más protegidos posible, por eso decidimos ponernos a fabricar las caretas, para cuidarlos un poco”.
Respuesta solidaria
La iniciativa de Raymundo consiste en que los propios trabajadores de la salud hagan listas y envíen sus requerimientos para que la sociedad organizada, una vez más, responda ante la emergencia.
Raymundo y su familia no tienen un taller o una fábrica establecidos, él es entrenador de taekwondo y cambió temporalmente su escuela por las lecciones rápidas de elaboración de caretas de uso industrial.
Sabemos que la etapa más álgida de la pandemia está por venir y es necesario que la sociedad se organice y apoye a los trabajadores de los nosocomios para enfrentar el riesgo en condiciones más seguras, explica.
“Las caretas que fabricamos son de uso industrial y protegen desde los ojos hasta los costados del rostro. Aunque no teníamos un taller o algo parecido, decidimos comprar el material y empezar a diseñar la caretas. La verdad es que queremos hacer la mayor cantidad posible pero se nos ha complicado mucho encontrar proveedores que cuenten con los recursos para poder continuar con el proyecto. Hacen falta también los overoles pero los precios de la tela se han elevado hasta 600 por ciento y los negocios del centro están cerrados, así que se ha complicado la fabricación, pero vamos a trabajar con lo que tenemos y confiamos en que, en mayo, nos puedan surtir más materiales para tener materia prima y continuar con las donaciones”.
El objetivo de la familia Zamora es fabricar 200 caretas diarias.
Cada careta tiene un promedio de duración de hasta dos meses si el personal las cuida.
En los últimos días su nombre ronda en las redes sociales, en las notas de los medios y sobre todo, entre los muros de los hospitales porque decidió que quedarse en su casa no es suficiente, que una nueva emergencia obliga a la sociedad civil a organizarse y aportar.
Y ese mismo espíritu que lo hizo meterse en los huecos para rescatar cuerpos en los edificios derrumbados durante los sismos del 85 y 17, mientras su hermano Enrique embalsamaba los cadáveres y Ricardo retiraba escombros con las manos o que los llevó a trasladar heridos en las explosiones de San Juanico, es el mismo espíritu que le salvó la vida hace 10 años y hoy lo impulsa a confiar en que los mexicanos además de quedarse en casa tienen la mejor arma para enfrentar la pandemia, la vocación de la solidaridad.
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