Restauranteros cuentan el impacto económico a un mes de la pandemia



“Si esta cuarentena se extiende más allá de mayo, sí me voy a ver en la necesidad de tener que cerrar, porque ya no me va a convenir abrir”, anticipa Briseida José Juárez, dueña del Café Alameda. Ya despidió a tres personas ante la pandemia de COVID-19, pero ha luchado para conservar en la nómina a dos mujeres con hijos, una de ellas madre soltera, la otra, el único sostén de su casa luego de que su marido perdiera el empleo.
“Están muy bajas las ventas. Diario vendo algo, cafecitos, unas enchiladas, pero nada que ver con lo que yo vendía; hay veces que en el día vendo 200 pesos. Me está costando trabajo. Ya se tuvo que recortar personal, que tienen familias, tienen niños, que dependían del café. Ahorita tengo dos chicas que son madres de familia, que fue con las que me quedé, pero igual están padeciendo, porque vivían de sus propinas, eso era lo fuerte, y ahorita, a veces, ni 20 pesos se llevan de propina en todo el día”, cuenta.
Hace un mes y medio, en marzo, Briseida, de 29 años, se había preparado para lidiar con bajas ventas durante un mes, todo abril, como inicialmente habían proyectado las autoridades al ordenar el confinamiento: así que compró provisiones suficientes para su cafetería y apartó el dinero justo para pagar la nómina de sus trabajadores. Ese mes ya transcurrió, y ahora deberá enfrentar otro mes entero, que estima peor que el anterior.
Animal Político volvió a contactar a algunos pequeños y medianos restauranteros, como Briseida, cuyo negocio está en Santa María la Ribera, Cuauhtémoc, para preguntarles cómo les ha perjudicado el confinamiento recomendado para enfrentar la pandemia de COVID-19.
“Ya estamos checando si vamos a cerrar”, dice Briseida. “Estoy hablando con las chicas, les digo que yo he estado tratando de que salga su sueldo, hemos estado haciendo todo lo posible para mantener abierto, pero ahora sí ya se me está complicando y no sé si las próximas semanas me siga resultando”.
Junto con las dos empleadas que conservó, a quienes sigue pagándoles un sueldo base, Briseida y su pareja trabajan jornadas enteras para intentar mantener a flote un negocio que apenas emprendió hace un año.
“No ha habido nada, nada de ganancias, y yo pienso que hasta le estoy perdiendo. Yo tenía surtido el café, ya se está acabando la reserva, y lo que estoy viendo es que, para cuando vuelva a abrir, voy a tener que volver a surtir todo. Voy a tener que volver a invertir, no he ganado”.
El desplome de los ingresos del café, que la orilló a aplicar despidos, descalificó a Briseida como candidata a obtener uno de los créditos de 25 mil pesos que otorga el gobierno federal a las “empresas solidarias” que hayan conservado a sus empleados con su salario íntegro.
“Íbamos empezando apenas, hace justo un año, ya estábamos agarrando el ritmo, y ahorita esto va a ser volver a empezar desde cero”, lamenta.
En la tercera semana de marzo, en el comienzo de la pandemia en el país, el empresario Fernando Campo dijo que “moriría en la raya” por conservar las fuentes de empleo y los sueldos de sus trabajadores, que él llama colaboradores. A la fecha ha tenido que endeudarse para mantener en la nómina a la totalidad de los 85 empleados que laboran en sus tres restaurantes, llamados Fonda Garufa y Alacena Bistró.
“Nos ha ido muy mal: en dos de ellos estamos abajo un 90%, y en otro como 80%; eso no da ni para la nómina, así de fácil. De hecho, estamos abiertos básicamente para eso, para poder sacar algo de dinero para todos los compañeros, y no lo estamos consiguiendo, estamos atrasados”, explica.
Fernando señala que ha tenido retrasos en el pago de los salarios de los trabajadores y ha optado por el plan de diferimiento de las aportaciones al IMSS y al Infonavit. Con las ventas por los suelos, sin ganancias, señala, ha acumulado una deuda cada vez mayor.
“Nosotros estamos generando deuda desde los primeros días. Me estoy endeudando. A estas alturas ya debo por lo menos un mes de renta en cada lugar, y de renta te estoy diciendo 300 mil pesos mensuales. De entrada, eso ya es deuda cada mes. Se está generando una deuda con los empleados, porque ahorita es quincena, pero todavía les debo de la pasada un poco, y es deuda que se tiene que cubrir. Ése es el mayor interés, hay una responsabilidad de parte de uno como patrón”, plantea.
Fernando acusa insensibilidad de parte de los dueños de los tres locales que alquila para sus restaurantes en la Condesa, Del Valle y Lomas. Sólo uno de ellos, relata, comprendió que no ha tenido ganancias por sus ventas; los otros dos le han exigido el pago puntual de sus rentas.
“La actitud de los arrendadores es terrible. De tres casos, dos han sido brutales y no hemos recibido algún gesto mínimamente generoso. Es un gremio muy duro el del arrendador. Una está en la actitud de: ‘me pagas todo’ y el otro nos ofrece 20% de descuento y pagado en el mes, pero no lo tenemos”, cuenta.
“A una arrendadora le dijimos que no tenemos venta, no hay mesas, no hay gente, no hay nada, y nos dice que ése no es su problema; pues le mandamos a decir que su problema será que yo no le pague, no le vamos a pagar porque no tenemos. Ya mandó a su asistente personal a revisar que de veras no tuviéramos gente, cuando en el sismo de 2017 nunca mandó a ver qué había pasado. Estoy muy enojado con ellos”.
El empresario confía en que a mediados de junio sea posible que el sector restaurantero pueda volver a reabrir paulatinamente; si el confinamiento se extiende, advierte, podría verse obligado a cerrar alguno de sus negocios.
“Una cosa es abrir y otra es poder retomar el movimiento, porque la gente que va a regresar a trabajar también va a tener deudas. Creo que va a ser una recuperación muy lenta, en el mejor de los casos”, sostiene.
“Yo, como veo el negocio, para nosotros este es un año perdido totalmente; si abrimos en junio, tendremos seis meses para liquidar deudas con el Infonavit, con el IMSS, con la renta, sueldos. Es un panorama negro, pero no lo quiero caer en el pesimismo. Depende de cuánto tarde esto, si se extiende, es probable que sí tenga que cerrar alguno de los lugares, sin querer ser extremista”.
Vicente Ramírez Mauro, dueño de la fonda La Santa María, admite que ninguna de las cinco trabajadoras de su establecimiento estaban aseguradas en el IMSS. Por eso no pudo optar a un crédito del gobierno y, también por eso, decidió cerrar su negocio y no implementar ventas a domicilio, pues ello expondría a su personal al contagio.
“Ni cómo entrarle (a los préstamos); el problema es que yo no he dado de alta a mi gente en el seguro, y para que a mí me den un préstamo tuvo que estar mi gente asegurada. Y no me gustaría que se me fueran a enfermar y, la verdad, sí me sentiría culpable de que algo pasara con alguien de mi personal, por el tema del seguro. No nada más es mi ingreso, yo tengo que ver muchas cosas más allá, y entonces dije: ¿para qué arriesgo a tener a aquí a dos o tres personas que se me vayan a enfermar y que luego…? No, la verdad, no”, insiste.
Su restaurante tenía siete años y desde entonces las cinco trabajadoras laboran en él. Cuando el gobierno declaró la emergencia sanitaria, en marzo, dos de ellas decidieron irse a Chiapas, de donde son originarias; Vicente repartió el sueldo de ambas entre las tres empleadas que continuaron.
“A ellas tres les dije: ‘miren, vamos a trabajar hasta donde se pueda, y cuando nos digan que ya no se puede, pues ni modo, le paramos’, y efectivamente eso fue lo que pasó. El tiempo que estuvimos trabajando yo les incrementé un poco el sueldo y les dije: les voy a dividir el sueldo de las que se fueron, pero, por favor, guárdenlo, porque se viene el tiempo difícil; tratamos de hacer un fondito para que, cuando llegara el momento, no estuvieran tan desprotegidas”, relata.
“Les pagué completo el sueldo de lo que habían trabajado, les di otra cantidad pequeña, y les dije: ‘ahora sí que, en cuanto regresemos a trabajar, pues yo también las voy a apoyar, pero ahorita no puedo apoyarlas de más, porque yo también tengo mis gastos’. Creo que entendieron, me conocen, tienen mucho tiempo trabajando conmigo, entonces saben que, cuando hay dinero, yo no me niego a apoyarlas”.
Vicente recuerda su pasado: antes de ser restaurantero, fue chofer. ¿Cuál es la lección? Que nunca es el fin del mundo, instruye.
“No quiero pensar en que voy a cerrar para siempre. Yo, después de escuchar, ver, leer, trato de ser positivo y de decir que esto va a pasar, y quizá me tardo un mes, dos meses, pero voy a empezar otra vez. Si tengo que cerrar definitivamente, no es el fin del mundo. Nos tendríamos que dedicar a otra cosa, ¿no?”.
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