Una lógica de cuidado y no de combate para la pandemia



De alguna manera existe consenso que en los países donde las mujeres son jefes de Estado el manejo de la crisis de la pandemia global de COVID-19 ha sido más eficiente: Alemania, Bélgica, Dinamarca, Islandia, Nueva Zelanda, y Finlandia. Estos países no solo tienen menos muertes que sus “vecinos” a la misma fecha de iniciado el brote, ellas han tomado acciones muy diferentes a las de sus colegas hombres. También países gobernados por hombres que profesan ideas más bien feministas, como Canadá, parecen tener una estrategia diferente donde el cuidado por el ciudadano están al centro.
En el resto de países, gobernado por el homogéneo poder masculino, el lenguaje belicista de la guerra contra los enemigos poderosos e invisibles —los virus—, parece haber tomado la pauta comunicacional de la crisis. Las respuestas a la pandemia parecieran estar dominadas por conversaciones de políticos, expertos imbuidos de ideas de coraje y heroísmo, preparándonos para enfrentar un “enemigo común” en un frente de combate. Una guerra que inevitablemente debiera arrojar “bajas civiles.
En este discurso bélico que llama a la unidad en la lucha, los tomadores de decisión han sido mayormente hombres, que discuten sobre el eventual porcentaje de muertes como un mal menor frente a las posibles pérdidas económicas que podría acarrear optar por medidas más drásticas. En una conversación dominada por números y porcentajes, además de permanentes estados de actualización mediática de la cantidad de muertes, presenciamos un momento en que este manejo táctico de la crisis conlleva a la total deshumanización de las víctimas, reduciendo a un lenguaje de Estado de guerra que anula el genuino interés de proteger de las personas. Las historias de sufrimientos de sobrevivientes o de las familias de los fallecidos quedan invisibles.
Esto es lo que, a todas luces, lo que el manejo femenino de la crisis hace evidente. Al enfrentarse a pandemias inéditas, las fatalidades no son sólo números, son sentimientos y miedos únicos, que no pueden logran ser unificados por los espectadores de los conteos mortales. Un liderazgo no patriarcal pone en evidencia la importancia de la perspectiva del cuidado por sobre cualquier otra, donde el valor de la vida y de su protección no resiste bemoles.
Si bien no corresponde apuntarle valores patriarcales a un virus que no distingue género, raza, clase o nacionalidad, sí es necesario relevar que al igual que otros desastres, es la cultura local la que define la respuesta a la debacle. Esa cultura frente al desastre se define por la intersección de las múltiples vulnerabilidades a las que los ciudadanos están expuestos. Como réplica de las violencias estructurales, al igual que un terremoto o un tsunami, una pandemia como ésta multiplica aquellas vulnerabilidades ya existentes.
Los pobres, las mujeres, los ancianos y niños se ven más expuestos a las consecuencias sanitarias, sociales, económicas y culturales que esta catástrofe trae, ya sea a través de la mayor exposición al contagio o la por la violencia a la que están sumidos diariamente al depender económicamente de otros. Al estar encerrados y encerradas en una realidad de dependencia, con eventual violencia de género en su interior, o sin la posibilidad de resguardo en sus casos, obligados a la exposición para no perder sus fuentes laborales.
Es muy probable que sea por esto que los liderazgos abiertamente femeninos y/o feministas, tienen hoy una mayor tasa de éxito en la actual situación de la pandemia. Una estrategia centrada en el cuidado de la vida, por sobre cualquier otra dimensión, que valore la contención emocional como tanto la sanitaria de la crisis, que invierta en denunciar y dar respuesta efectiva a la violencia interseccional a la que los ciudadanos ya estaban expuestos antes de la crisis. Esa estrategia no solo efectiva sino que también eficiente. Un menor número de muertes y menor sensación de vulnerabilidad y miedo colectivo, permite estrategias comunitarias de emergencia más eficientes en el control de la pandemia. Es el Estado como protector de la vida versus Estado administrador de vidas como si éstas fueran activos económicos.
Para liderar esta crisis se necesita transparencia, cuidado y colaboración transversal. La estrategia comando-control, con sus secretos típicos del enfrentamiento bélico aplicado a una emergencia sanitaria pareciera prevalecer en la mayoría de los países que sufren esta pandemia. La evidencia es clara pero se les enfrenta con la idea de controlar e imponer orden. Claramente, este no es un virus con valores patriarcales, pero una gestión basada en los valores de competencia, cuantificación, y combate, nos llevará necesariamente a un desastre patriarcal. La metáfora de la guerra y la batalla como sus principales armas se basa en la premisa que todos queremos combatir y ser soldados, cuando muchos solo queremos –y necesitamos– cuidar y ser cuidados para vivir en la esperanza de que nosotros y los otros puedan sobrevivir.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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