Respuesta a mis camaradas Jorge Burgos e Ignacio Walker



En columna publicada por el diario El Mercurio con fecha 6 de mayo, titulada “La DC después de la pandemia”, mis camaradas y amigos Jorge Burgos e Ignacio Walker plantean varias definiciones, las cuales, a su juicio, debería adoptar la Democracia Cristiana, en base a algunas tesis que, por cierto, dan como ciertas.
Pues bien, vayamos por parte.
Por una cuestión de rigor y honestidad, es indispensable partir por aclarar que ambos columnistas han sido protagonistas directos del devenir de la Democracia Cristiana durante estos últimos 30 años. Es más, Ignacio dirigió a la DC en dos oportunidades, entre 2010 – 2015, y, además, fue el principal impulsor de la tesis del camino propio que llevó a la Senadora Carolina Goic a obtener en las elecciones presidenciales de 2017, un 5,8%, el peor resultado presidencial en la historia de la Democracia Cristiana.
En efecto, ya en septiembre de 2016, en una entrevista al canal de televisión 24 Horas, a propósito de declaraciones en que el ex presidente Ricardo Lagos manifestaba su intención de competir nuevamente a la presidencia, Ignacio señalaba:
“Yo estoy dispuesto a competir con Ricardo Lagos en primera vuelta presidencial si el partido así lo estima” … “yo siempre he pensado que la DC tiene que competir en primera vuelta, ya hay una definición unánime de la junta nacional hace tres meses de que la DC va a levantar una candidatura presidencial en el ámbito de la centro izquierda”.
De esta forma, en gran parte, la decadencia electoral de la Democracia Cristiana estos últimos años, es responsabilidad de ellos también, pues ni Jorge ni Ignacio han sido espectadores del devenir del partido, por lo que resulta del todo curiosos insistir en una tesis, la del camino propio, que concluyó en un rotundo fracaso.
Si bien en su columna aclaran que la diferenciación no es lo mismo que el camino propio, en la práctica lo que ellos proponen deriva en eso, pues postulan hacer alianzas en base a ciertas definiciones, las cuales son del todo razonables, pero circunscritas a ciertos sectores políticos – social cristianos, social demócrata y social liberales – de modo tal que, a menos de que estemos ante un extraordinario artilugio de alquimia política, ello conllevaría si o si el competir prácticamente solos en las próximas elecciones municipales, parlamentarias y presidenciales, pues fuera de la DC, los sectores social cristianos y social liberales no existen electoralmente, y los sectores social demócratas, dígase socialistas, pepedés y radicales, no están en esa estrategia, por el contrario.
Así entonces, los que nos proponen Jorge e Ignacio no es muy distinto a lo que proponían para las elecciones del 2017, con el desenlace que todos conocemos.
Después, tenemos lo del centro reformista. Si bien en esto ambos han sido coherentes, por cuanto siempre han creído en una Democracia Cristiana de centro, es importante aclarar que ello es tan solo una tesis, valida, por cierto, pero tan solo una más de las muchas que se han planteado respecto al posicionamiento político espacial dentro del espectro de partidos políticos chilenos. En ningún caso es un hecho cierto e indubitado, y por lo demás, es bastante discutible. Sin animo de comenzar una teorización relativa a si la Democracia Cristiana en Chile (que no es lo mismo que la Democracia Cristiana en otras partes del mundo) ha sido a lo largo de su historia y es en la actualidad un partido de centro o no, que por lo demás me parece ociosa, me quiero quedar con el siguiente párrafo de un discurso dado por Eduardo Frei Montalva ante alumnos y académicos de la Universidad de Notre Dame, cuyo extracto fue publicado por la revista Ercilla en abril de 1963:
“Los anticomunistas del miedo, del orden, de la fuerza, están condenados al fracaso y van en permanente retirada. No tienen nada que decirle a la juventud y al pueblo. De ahí la frustración de regímenes creados para imponer el orden. Fundar, por ejemplo, toda una política en el concepto de la libre empresa, es absurdo. Esto no le llena el alma ni la inteligencia a nadie.
 La Democracia Cristiana es una respuesta universal y profunda, una interpretación del hombre y su destino y, como reflejo de ella, una concepción de la persona humana que es la medida del orden social que no puede fundarse ni en el dinero, ni en la clase, ni en la raza, ni en el Estado. En América Latina lo que hay que levantar es al hombre.
 Si se entiende que estar en la izquierda es estar con el pueblo, con los trabajadores, con los pobres, en su lucha por la justicia sin duda estamos en la izquierda.”
 De esta manera, la interpretación que hacen Burgos y Walker, a menos que no consideren suficientes las palabras del máximo líder histórico de la Democracia Cristiana chilena, son al menos, discutibles.
Por otro lado, esta sempiterna discusión en cuanto a la representatividad política de sectores sociales es un tanto anticuada, propio de otra época, pues los partidos políticos en Chile hace ya años dejaron de ser representativos de clases sociales (o acaso alguien cree razonablemente que el Partido Comunista es el partido que representa a los trabajadores de nuestro país y que la UDI representa tan solo a los sectores acomodados de la sociedad), y por otro lado, la tan manoseada clase media carece de uniformidad, pues existen múltiples tipos de clases medias.
De igual forma, nos encontramos ante un escenario de desprestigio tal de la actividad política, que cuesta entender esta obsesión con establecer disquisiciones de alianzas y posicionamiento geométricos, cuando desde hace ya varios años los partidos son irrelevantes en términos de identificación social, y los clivajes con que otrora se reconocía la ciudadanía están cada vez más diluidos.
De acuerdo con la última encuesta CEP de diciembre de 2019, los partidos políticos tienen un 2% de confianza, y de acuerdo con la misma encuesta CEP de octubre – noviembre de 2018, un 63% de la población no se identifica, ni con la derecha, ni con el centro, ni con la izquierda. Es decir; ¡con nadie!
Así entonces, se erra en pretender suponer que el éxito de un partido político como el Demócrata Cristiano viene dado por no construir políticas de alianzas con ciertos sectores específicos de la izquierda chilena, en base a una supuesta diferenciación, como si viviéramos en un sistema de partidos que gozara de buena salud, acreedor de la confianza ciudadana, y que con ese tipo de movimientos estratégicos la DC fuera a impedir la fuga de votos hacia la derecha.
La DC lleva perdiendo votación desde las elecciones parlamentarias de 1997, en circunstancias que en ese entonces era el partido hegemónico de la Concertación. Y, por otro lado, la votación de la DC no se ha ido a la derecha, sino que ha dejado de participar del sistema, engrosando esa masa de chilenos que desde hace décadas ya no vota. Solo para objetivar el análisis y desmentir el argumento de que el declive DC se deba a sus últimas políticas de alianzas, voy a citar el siguiente ejemplo. En la única elección parlamentaria en que la Democracia Cristiana y los comunistas han ido juntos, en una misma lista, la de 2013, la DC obtuvo un 15,5%. Es decir, subió respecto del 14,2% que obtuvo en 2009, y aumentó de 19 a 22 diputados, dentro de un universo de 120 diputados. En esta última elección, compitiendo sin los comunistas, en la tesis del camino propio, la DC obtuvo un 10%, disminuyendo de 22 a 14 diputados, de un total de 155. El peor resultado parlamentario desde el retorno de la democracia.
De esta forma, más allá del legitimo derecho a poner en debate nuestra política de alianzas, la tesis de que la Democracia Cristiana debe confluir con ciertos movimientos y no con toda la izquierda, no tiene ningún fundamento electoral, sino que es más bien un anhelo fruto de los deseos de ambos columnistas.
En lo que respecta a la tesis de la minoría dirimente, necesario es señalar que ésta es más propia de un régimen parlamentario que de uno presidencial. Pues en un sistema como el nuestro, o se es gobierno, y se trabaja para ello, o se es oposición, de modo tal, que dicho argumento camufla una consecuencia que tal vez les dé rubor reconocer. Que, si la Democracia Cristiana se quiere constituir en un partido chico, pragmático y táctico, traicionando su historia de partido ideológico, nacional y popular, lo que muy probablemente suceda, es que termine en la mas absoluta irrelevancia, sin volver a encabezar nunca mas un gobierno. Ser minoría de cualquier especie, es renunciar a volver a tener un presidente Demócrata Cristiano. ¡Así de simple!
En definitiva, se comete la equivocación de insistir en una formula que esta totalmente fuera de sintonía con el Chile actual, porfiando en conflictos atávicos más propios del siglo XX que del XXI.
La Democracia Cristiana no debe aspirar a ser ni una minoría dirimente ni una subordinada. La DC de los próximos años, si quiere sobrevivir a los cambios que está experimentando nuestra sociedad y el mundo entero, debe ser capaz de liderar una propuesta de desarrollo que ponga en el centro la solidaridad por sobre la subsidiariedad, reparando las injusticias del actual modelo de desarrollo, planteándose como una alternativa ética capaz de recuperar las confianzas ciudadanas perdidas. Para ello, el convocar a construir entre todos, sin exclusiones de ningún tipo, una nueva constitución, en paz y bajo un acuerdo programático común, es absolutamente compatible con enriquecer nuestra identidad partidaria, siendo al mismo tiempo coherente con nuestra historia política y con el deber patriótico de superponer por sobre las mezquindades partidarias, el bien común general.
 
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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