La hora de la Política (con mayúscula)



La diputada Maya Fernández (PS) y Rodrigo Echecopar (RD) escriben una interesante columna en este medio a modo de propuesta para un proyecto común opositor. Ésta sería, según los autores, “la hora de lo público”.
Desde la vereda del frente celebramos la iniciativa. Se ha dicho hasta el cansancio y vale la pena repetirlo:  la pandemia, la crisis social y el debate constitucional que se viene, requieren al mundo político funcionando en todo su potencial y no distraído en escaramuzas. La columna al menos muestra una puerta hacia ese encuentro de la izquierda en torno a un proyecto político y no en torno a la derrota del gobierno, objetivo expreso de algunos que –hace no tanto tiempo atrás– vieron un atajo hacia el poder, saltándose las mismas reglas e instituciones que les permitieron ser parte relevante del debate.
Pero más aún: las coordenadas planteadas por Fernández y Echecopar, para su sorpresa, ¡tienen elementos compartidos incluso más allá del alcance que buscaban! Por supuesto que la derecha no comparte la principal conclusión sobre la expansión del Estado como el eje de las urgencias del país ni tampoco su concepción de los derechos sociales. Sin embargo, muchos en la derecha también creemos que apremia “una respuesta desde la solidaridad”, que “el principal foco del Estado deben ser las familias y los trabajadores” y que la recuperación post-pandemia deberá ser sostenible y respetando el medio ambiente. Qué valioso resulta descubrir puntos de encuentro en estos tiempos de polarización (y qué pena que haya que recordarlo).
Por supuesto, en ningún caso se trata de ignorar las diferencias, éstas son significativas y las debemos remarcar, ofreciéndole al país los distintos proyectos políticos en un debate de altura. Justamente de eso se trata la política. Sin embargo, ese debate de altura no se dará sin los mínimos de un diálogo sano, y es aquí donde la columna amenaza con recurrir a ese ingrediente tan propio del Frente Amplio y de su buque insignia, Revolución Democrática: el adjudicar intereses perversos al adversario, imputar dobles intenciones, erigirse como vara de moralidad y, finalmente, llevar la tensión al punto en que nada bueno puede venir de la otra vereda. Entonces se niega la sal y el agua, se polariza el escenario y el debate es reemplazado por el griterío de recriminaciones cruzadas.
Ahora bien, la polarización no la inventó el FA ni RD. Es una tentación permanente, especialmente en tiempos en que el simplismo de los buenos contra los malos gana terreno en el mundo. Pues bien, en el contexto de la crisis mundial (sanitaria y económica), de la crisis social en Chile y ante los grandes debates nacionales que se avecinan, es la hora de la Política –sí, con mayúscula–. Es un imperativo para la izquierda y la derecha levantar la mirada y recuperar el diálogo, evitando esa tentación maldita que sigue hundiendo a las instituciones chilenas.
En esa línea, la mayor dificultad consiste en anteponer este objetivo –que imaginamos ampliamente compartido– a las convicciones legítimas de cada uno sobre los hechos recientes y la responsabilidad que le adjudicamos al adversario. La polarización nos pegó fuerte, pero reconocerla es un paso relevante para superarla. Un ejemplo claro es lo ocurrido en medio de la crisis social: unos creemos que justificaron la violencia anárquica; ellos creen que nosotros justificamos la represión abusiva. Debemos salir de esa dinámica.
Como sea, esperamos que la oposición recoja el guante. Ya han habido otros llamados valiosos desde la centro izquierda democrática que, sumados a éste, podrían gatillar el necesario giro político. El gobierno y la derecha deberán poner de su parte para esta recuperación del diálogo democrático, de manera que abordemos el debate constitucional y la seguidilla de elecciones en un ambiente propiamente Político. No será ni la primera ni la más compleja polarización de la que Chile haya salido fortalecido.
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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