La importancia de incluir otros saberes indígenas y rurales en el manejo de ecosistemas chilenos 



En momentos en que el ser humano debe reformular sus acciones y vínculos con la naturaleza, la ecología también analiza qué tipo de conocimientos se están generando a lo largo del país, y si éstos podrían abrir espacios para llevar a cabo un mejor manejo medioambiental de los territorios. ¿Qué información nos revela el conocimiento tradicional del mundo indígena y local? ¿Sería posible considerar estos aportes, muchas veces transferidos a lo largo de generaciones, como base para la toma de decisiones y conservación de ecosistemas?
Matías Guerrero, investigador del Instituto de Ecología y Biodiversidad, y de la UC, quien participó en un estudio que aborda esta temática, asegura que sí, y que hay ejemplos notables en algunos lugares de Chile, como la Isla Juan Fernández, localidades pesqueras de la Sexta Región y en comunidades Pehuenches.
La investigación: Conocimientos tradicionales y locales en Chile: revisión de experiencias e ideas para la gestión de la sostenibilidad”, publicada en la revista científica Sustainability, tomó cerca de seis años en ser desarrollada y contó con la colaboración de un equipo multidisciplinario de científicos de la Universidad Católica de Chile y Universidad de Concepción. 
 “¿Qué nos llevó a explorar este escenario? Nosotros como sociedad occidental hemos desatado una crisis socioambiental. Por tanto, creo que muchas de las respuestas pueden estar más allá de nuestro sistema de pensamiento, pudiendo encontrar un anclaje en la forma en que las comunidades indígenas y locales se han vinculado con la naturaleza, desde hace cientos de años. Ellos entienden la dinámica de la naturaleza y sus ciclos, viviendo al alero de ésta. Si no hay lluvia, tienen menos comida, y si hay mucha lluvia, entonces hay más abundancia de alimentos, por ejemplo. La sociedad occidental en cambio, se basa en un consumo estrepitoso”, comenta Matías Guerrero.   
Matías Guerrero trabajando en laboratorio. Crédito, Daniel Casado.
Este trabajo también se abre a entender cómo los contenidos generados desde las comunidades y su cultura, pueden contribuir al manejo y conservación de sus propios espacios, al mantenimiento de la biodiversidad y usos productivos que otorga la naturaleza, de manera respetuosa. Esto, entendiendo además que este tipo de saberes se han ido diluyendo con el tiempo, o bien, derechamente han sido ignorados, tanto por la ciencia “formal como también por instituciones encargadas de la conservación en Chile”, según se explica en el artículo.
 “Pensamos que tanto el sistema de conocimiento científico como el de conocimiento local y tradicional, debieran ser igualmente válidos a la hora de tomar decisiones para la conservación y el manejo de la naturaleza”, detalla el investigador del IEB. 
Chile además posee puntos críticos de biodiversidad global, es decir, áreas que contienen una gran diversidad de flora y fauna, incluyendo especies endémicas, y que además se encuentran amenazadas. Bajo ese contexto, la investigación también espera ser una contribución tanto al manejo de estos hábitats diversos como también a la conservación biocultural.
Principales hallazgos 
El estudio señala que el interés científico por el conocimiento tradicional y local ha crecido en las últimas décadas, por sus potencialidades para mejorar las medidas de manejo y conservación. Así es como, el material y publicaciones referidos a ello se han ido acrecentando, teniendo su punto más álgido en las décadas de 1990 y 2000. La revisión bibliográfica efectuada por el equipo registró 77 artículos científicos, siendo los más numerosos aquellos focalizados en la identificación de conocimiento generado en los extremos norte y sur del país, específicamente, en la Región de Antofagasta y en la Araucanía, lugares en los que existe mayor número de población indígena.  
“Pensamos que eso tiene que ver con una búsqueda de los investigadores por poblaciones indígenas y, además, por comunidades aisladas que hasta el día de hoy han mantenido sus conocimientos lo más intacto posible”, señala el ecólogo. 
Estas publicaciones, con énfasis en las ciencias naturales, mostraron tener en su mayoría, información básica sobre nombres, listas de especies, y usos de los recursos en ecosistemas terrestres más que en marinos. Estudios sobre etnobotánica y usos medicinales y comestibles de plantas, son algunos de los contenidos que más figuran en la literatura. Así, la mayor cantidad de trabajos se refieren a estudios de tipo básico, en los que por ejemplo, se detallan y describen las clasificaciones de especies y los usos de éstas por comunidades indígenas y locales. 
Extracción tradicional de algas en Chiloé. Crédito Matías Guerrero.
El artículo también advierte que los grupos indígenas han recibido mayor atención que las comunidades locales y urbanas y que, por tanto, el futuro trabajo en Chile debiera ampliar su atención a esas poblaciones y centrarse en cómo estos conocimientos pueden contribuir a la gestión y sostenibilidad. Esto, habiendo además observado muy pocos trabajados referidos al manejo del territorio. Matías Guerrero, se refiere a uno de estos puntos: “Hay poquísimos estudios en la Región Metropolitana, por ejemplo, y no sabemos realmente si en estos espacios aún se mantienen estos conocimientos, que podrían contribuir de una u otra forma, a la difusión de medicinas tradicionales y locales, o al consumo de ciertos productos”, señala. 
Ejemplos de manejo territorial
Según explican los autores, este tipo de conocimiento -que podría entregar una perspectiva más detallada del ecosistema- se entiende como un cuerpo de contenidos acumulativos, prácticas y creencias sobre los humanos y su entorno, que cambia con el tiempo a través de un proceso adaptativo. Ñuke Mapu, naturaleza según la cosmología mapuche -más allá del suelo, bosques o montañas-, y Pachamama, deidad religiosa aymara que representa a la naturaleza, son algunos conceptos que integran esta mirada holística en el caso de nuestros pueblos originarios.
En ese marco, tanto la literatura científica como diversos artículos de divulgación masiva, se han referido al uso de árboles y plantas medicinales en la comunidad mapuche, especies a las que además, se le ha conferido un carácter sagrado, arraigado a su cultura milenaria. 
La Araucaria, cuyo nombre originario es Pehuén, es ejemplo de ello. El árbol, posee un valor fundamental en la vida de sus habitantes, que involucran el plano espiritual, social, medicinal y alimenticio. El piñón, fruto que se recolecta, contiene importantes propiedades energéticas y una buena dosis de almidón, que constituye una base en su alimentación y también, un elemento central en la economía de las comunidades, que opera como patrimonio de intercambio. Del piñón además, se fabrica harina, bebidas y se consume en diferentes preparaciones, pudiendo también ser almacenado y conservado durante largas temporadas.  
Este árbol es también, la base de un exitoso caso de manejo territorial por parte de comunidades pehuenches, según explica Matías Guerrero. “Un artículo desarrollado el 2006 por una geógrafa que trabajó con comunidades mapuche, detalló que ellos tenían ciertas medidas de manejo y germinación de la Araucaria, considerando la sobreexplotación de éstas en algunos sectores.  Estas acciones las realizaron en sus propios patios, lo que ayudó al aporte de semillas y plántulas para llevar al lugar donde estaban degradadas y especialmente, donde había habido talas de Araucarias”, señala.
En este trabajo, se mencionó además que existía una labor de “domesticación” de la Araucaria por parte de las comunidades, incentivando a que éstas fuesen plantadas junto a otras especies, tales como sauces, choclos o quinoa. Este manejo también podría tener un rol importante al llevar a un mejoramiento genético gradual de la especie. 
Esa visión integrada y respetuosa de la naturaleza, transferida a través de la experiencia, es la que el ecólogo del IEB considera relevante en el conocimiento tradicional: “Necesitamos ahondar más en la relación ser humano-naturaleza, algo que las comunidades indígenas han desarrollado con prácticas de manejo que están arraigadas a ellos.  Y eso tiene que ver con años y años de evolución entre esas comunidades y su entorno natural, a tal punto, que esas prácticas se han vuelto sagradas, permitiendo entender de mejor forma los ciclos naturales”.
Y a nivel de conocimiento local, ¿podemos ver casos también? Matías Guerrero se refiere a un ejemplo, vinculado al manejo de la langosta en el Archipiélago de Juan Fernández. “Gracias al conocimiento local de pescadores de este lugar, se idearon estrategias para este crustáceo que está bastante sobreexplotado, permitiendo hacer una línea base para entender las tendencias poblacionales de la langosta y así ver dónde y cómo es posible generar reservas marinas en Juan Fernández, que tuvieran un mayor efecto, tanto en la conservación de la langosta como en su extracción”, señala Matías Guerrero.  
Otro artículo científico incorporado a la revisión publicada en la revista Sustainability, también consideró un caso de manejo de áreas marinas costeras. Este artículo investigó una estrategia de manejo territorial que desarrollaron algunas comunidades pesqueras de Puertecillo, Región de O´Higgins (VI). “En este trabajo se observó un manejo local basado en el uso de ciertas parcelas que son sorteadas por una “lotería” para cosechar el cochayuyo. Esta metodología tenía buenos grados de resiliencia y equidad. Sin embargo, una vez que se creó la nueva Ley de Pesca en 1991, se generó un co-manejo entre el Estado y las comunidades costeras, lo que debilitó este manejo tradicional, llevando a una reducción de esta capacidad adaptativa de manejo local, que mostraba ser exitoso”, señala el investigador. 
Por todo ello, es que la investigación apunta a que estos contenidos y diversos sistemas de conocimiento -provenientes del ámbito tradicional y local y basados en la experiencia de muchísimos años-, puedan ser validados por las políticas públicas y considerados en las estrategias de manejo de ecosistemas. Un elemento que además podría resultar crucial en la disminución de problemáticas socioambientales, y en el fomento de una real integración de culturas y saberes diversos, que también aportan a la construcción de identidad y desarrollo de nuestro país.



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