Las dolorosas enseñanzas de una pandemia



Mucho se habla y escribe cada día acerca de los alcances y consecuencias sociales de la pandemia. La mayoría con gran acierto. Menos se discute, sin embargo, qué deberíamos aprender de este dramático y doloroso evento.
Para sacar posibles enseñanzas –pienso– hay que hacer el camino inverso. Es decir, partir analizando sus consecuencias humanas y peguntarnos qué situaciones podrían haber tenido otros resultados. ¿Qué cosas, entonces, han quedado en evidencia?
Lo primero es la precariedad del sistema de salud. Hasta ahora, sus deficiencias, las colas y listas de espera, se mantenían más o menos ausentes de la discusión pública y reaparecían en tiempos de campaña. Hoy, sin embargo, se ha hecho ineludible hablar permanentemente de ello, de su déficit económico, de los precios de los exámenes, de la falta de insumos, de las inequidades de la atención, entre muchas otras cosas.
Lo segundo es el drama laboral, expresado, tanto en la falacia del “trabajo por cuenta propia” como en la normalizada aceptación de su precariedad. Lo primero es una manera más o menos aceptable de decir que son personas que ganan su dinero al día y que hoy no pueden hacerlo, con todo lo que esto implica. Lo segundo se aprecia nítidamente en la Ley de Protección al Empleo, que obligó a los propios trabajadores a asumir los costos de su cesantía, eximiendo a los empleadores de responsabilidades solidarias.
Tercero, la fragilidad de nuestra economía, en dos sentidos. De una parte, al no poder sostener empresas relevantes para el país, ya sea por los volúmenes de recursos que producen o por la cantidad de trabajo directo e indirecto que generan. De otra, en la absoluta incapacidad de producir insumos para proveer condiciones adecuadas a quienes deben continuar trabajando y atender ciertas demandas básicas del sistema de salud: mascarillas, guantes, reactivos, respiradores y una larga lista de etcéteras que termina en el común y corriente paracetamol.
Cuarto, la debilidad de las estructuras de protección social. Lo más evidente ha sido el hambre, al que se ha respondido con una medida que es un ejemplo insuperable de la lógica con que se enfrenta esta situación: un bono y una caja de mercadería. Pero existen impactos más amplios y profundos, en los que el hambre es su punto culminante. Comienza mucho más acá, en no poder pagar cuentas o arriendos, y llega hasta no disponer de electricidad o de internet para estudiar, si la provisión de servicios básicos es cortada, como ya está sucediendo.
Una mención especial merecería la incapacidad de alinear a la banca con el drama nacional, para que por una vez en nuestra historia no nos quite el paraguas ahora que empieza a llover a cántaros.
¿Podría todo esto haber sido distinto con otro modelo de desarrollo social, político y económico? ¿Uno que tuviera capacidad, tanto en tiempos normales como de crisis, de asegurar una atención digna de salud, de mantener una estructura laboral sólida, de sostener ciertas industrias estratégicas y, por último, de asegurar prestaciones sociales que impidan que alguien caiga bajo la línea de lo socialmente aceptable?
¿No sería razonable aproximarnos a algo así? ¿A lo que sucede en cualquiera de los países desarrollados, con los que gustosos nos compararnos? Si esto implica generar las condiciones para realizar fijaciones de precios, congelamiento de cobros de servicios básicos o nacionalizar parte de ciertos sectores o empresas estratégicas, es algo que habrá que discutir.
Con altura de miras y más allá de la caricatura del “Estado totalitario” con que la derecha tanto gusta de amenazar.
Se trata, entonces, de abrirse a la posibilidad de pensar otro Estado, que tenga capacidad de acción efectiva sobre la realidad. No de nacionalizar en la coyuntura crítica para socializar las pérdidas y luego volver a privatizar, cuando suene la hora de las ganancias.
El control parcial que se ha tomado del sector privado de salud es un indicio indiscutible de que ello no solo es posible, sino razonable y que funciona (repito: como en cualquier país desarrollado).
Las situaciones descritas demuestran de modo dramático los límites del modelo social, político y económico imperante y, sobre todo, que no se puede estar permanentemente pidiendo permiso a la ideología neoliberal para salvar a los ciudadanos de la creciente pauperización de sus vidas.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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