Hacia una política del cuidado ciudadano



Referirnos al cuidado ciudadano nos parece una urgencia ética en estos momentos. No solo por la contingencia sanitaria y social en la que nos encontramos, sino también porque- al parecer- no tenemos claridad de lo que la noción de cuidado implica y abarca en su relación con la ciudadanía. En la presente columna, presentamos algunos aspectos que nos pueden ayudar a elaborar una política del cuidado ciudadano.
Cuidar las formas. Las formas en que la ciudadanía se ha construido han costado muchos años y bastante dolor. Para llegar a ellas hubo lucha, mártires y desaparecidos. Las formas democráticas poseen mínimos necesarios que permiten la vida en común. Cuidar las formas no es solo respetar la institucionalidad, sino exigir que ella haga lo que se espera y actúe como es debido. El avance del narco, el descrédito de la clase política y de las instituciones en general; el cansancio ciudadano respecto de los abusos y la falta de justicia social sólo agravan la situación del país y dan cuenta de la falta de cuidado que hemos tenido de las formas. La democracia como forma debe cuidarse y mejorarse, constantemente. Sabiendo eso, es de sentido común que la institución, cualquiera sea, no está por sobre los rostros concretos de los ciudadanos, mucho menos por sobre el hambre de familias, niñas y niños. Cuidar las formas es parte del deber ser de quien detenta el poder. Cuando la autoridad descuida su responsabilidad, ya sea por negligencia, por indiferencia, por ignorancia o en el peor de los casos, por una ceguera de poder, la ciudadanía está en todo su derecho de exigir el cuidado y respeto del bien común.
Cuidar las relaciones. Pareciera que confundimos crítica con trabajo en conjunto. O causa común con diferencias ideológicas. En tiempos de pandemia, el trabajo político consiste sobre todo en buscar los mejores caminos para el bienestar de la ciudadanía. No viene al caso defenderse de críticas o diferencias en las ideas, pues es evidente que existen. Cuidar las relaciones quiere decir, en este contexto, dos cosas:confiar en la organización de base y actuar con veracidad. El pueblo pobre conoce de emergencias, son ellos los que realmente saben de pandemias y miserias. Las organizaciones de base se activan con más fuerza cuando ocurren acontecimientos de esta envergadura. En cualquier mesa de expertos debiera haber representantes de organizaciones sociales de base, representantes del mundo popular, pues son ellos los que conocen de sobra lo que es la solidaridad. Cuidar las relaciones se trata de valorar precisamente lo que los empobrecidos saben por experiencia. Buen ejemplo de esa valoración ha sido la Mesa Social Covid-19, pero esta es una tarea política que supera mesas, equipos y paneles.
Valorar al otro empobrecido es una máxima ética que no depende necesaria ni totalmente de las circunstancias. De ahí el segundo punto: actuar con veracidad. Los pobres y la gran mayoría de los chilenos y chilenas saben cuándo las cosas no andan bien, cuando las decisiones no se han democratizado lo suficiente y las brechas se van abriendo cada vez más. Es una tentación básica de la autoridad -cualquiera sea esta- el desconfiar. Dicho en positivo, el creer que se sabe más, que puede más y que debe más. Grave error. Cuando las relaciones no se cuidan, éstas simplemente revientan. Es responsabilidad de las autoridades cuidar y velar porque quienes puedan aportar lo hagan y quienes deban abrir mano de la justa colaboración, también lo realicen. El poder de la autoridad debiera consistir en empoderar al ciudadano. Y cuando estos son “los que saben”, con mayor razón debieran ser consultados, respetados y escuchados. Una política del cuidado ciudadano apuesta por ello. Nos parece que la invitación realizada por la reciente declaración “Compromiso con la Solidaridad” de una gran gama de organizaciones solidarias y de acción social, a las cuales valoramos y adherimos, en vistas de generar acuerdos frente a la crisis humanitaria, va en esta misma línea: en la urgencia de una organización del cuidado colectivo.
Cuidar las expectativas. Abundan los videos en los cuáles se ridiculizan los errores cometidos por el Gobierno. Sin apuntar a aquello, es necesario mirar el fenómeno desde un poco más alto. ¿Qué relatos de esperanza vamos construyendo? ¿Qué narrativas para movilizar a la ciudadanía? Hace algunos meses fuimos testigos de un tremendo despertar colectivo. Y las expectativas están de alguna forma presentes. Las expectativas son subjetivas, es decir, están ligadas a lo que cada uno espera, ansía y a sus circunstancias concretas. Mientras que para un amplio sector de la ciudadanía la salud es lo primordial; para otros no basta en lo que respecta a una vida digna.
Las expectativas son engañosas, pueden lanzar la mirada demasiado lejos, generando un estado de frustración ciudadana permanente. Las expectativas alimentan descontentos, pero también, como lo insinuamos, albergan esperanzas, deseos y alegrías. Dicho esto, es fácil percibir que el tono respecto del COVID-19 no ha sido el adecuado. No es tanto una crítica al Gobierno y su vocería, sino a las maneras en que, desde la política, vamos construyendo futuro. Los tonos cargados de pena, de resignación y derrota son tan perjudiciales como aquellos comparativos, moralistas y preñados de triunfalismos. Definitivamente no hemos encontrado el tono justo, el tono de una política del cuidado ciudadano. Para algunos esos discursos de utopías son parte del pasado. El problema es que murieron sin más, sin reemplazo, sin horizontes. Nos invadió una suerte de “cifralogía” llena de datos, estadísticas y conteos. Nos cuentan de camas y fallecidos; sin la construcción de ese nosotros colectivo aunado por el deseo de salud, justicia, pan y trabajo. Nos llenan de gráficos y estadísticas, pero no nos preparamos para despedir a nuestros seres queridos con dignidad y cariño. Cuidar las expectativas es cuidar y priorizar lo importante: el otro, los otros, los nuestros, el nosotros; y todos los caminos que nos conduzcan por esa ruta.
Cuidar el cuidado. Finalmente, una política del cuidado tendrá en consideración que no todo es cuidado. La palabra y lo hermoso que refiere, puede, lamentablemente, tornarse un concepto más, una idea vacía, un eslogan. De ahí que ella deba transformarse en una política. Cuidar es atender, velar, acompañar, apoyar, contener, permanecer. Pero también una forma de gobernar. ¿Cómo se gobierna con cuidado? ¿Cómo se transforma el acto político en una acción de cuidado por la ciudadanía? ¿Quiénes cuidan? ¿Quiénes son cuidados? El verdadero cuidado arriesga y acoge. El cuidado necesario se entrega ante las necesidades del otro. Como afirma el teólogo brasilero Leonardo Boff, en su obra El Cuidado Necesario: “El cuidado hace del otro una realidad preciosa”.
Valdría la pena pensar en ello como una política, como una forma de hacer política, de construir comunidad ciudadana. En esa línea, una política del cuidado es acompañada por una política de la justicia y la donación. No satisfacen las analogías familiares, pues el Estado no es una familia. La comunidad política se construye desde las diferencias, a partir del bien común y los derechos/deberes de cada uno. Las asimetrías estructuran la comunidad del cuidado, no todos cuidan ni somos cuidados de la misma forma. Sabemos de sobra que el patriarcado se ha levantado gracias a que la dimensión de cuidado se le ha entregado, forzosamente, a las mujeres. Cuidar será romper esos esquemas para que otras dimensiones entren en el marco de una política. Cuidar es, en ese sentido, formar, educar, transmitir. Una política del cuidado ciudadano funciona como un motor, cuyos engranajes asimétricos velan porque no haya una persona sumida en el abandono político, ni un niño sin la posibilidad cierta de soñar. Cuidar el cuidado es prioridad de dicha idea política. En estos momentos críticos que atravesamos somos convocados al cuidar, al acoger, al contener, al acompañar. Por eso, una política del cuidado ciudadano enfatizará la compasión y el cariño, abriendo mano de lo propio para salir en socorro del otro que sufre.
Cuidar la administración de la casa. Esta dimensión se refiere a la economía, a la administración de los bienes comunes, pero también a los males comunes. Aquí es fundamental cuidar para dar, cuidar para ayudar y cuidar para reencauzar. La citada declaración “Compromiso con la Solidaridad” apunta a que “debemos actuar buscando las mejores soluciones con prudencia sanitaria y audacia fiscal” para que logremos atacar el hambre y el abandono. No hay duda. Y, al mismo tiempo, una política del cuidado ciudadano apunta a que ello no solo acontezca en situaciones de emergencia, sino que sea parte de la normalidad económica de una nación, donde la justicia social y la preocupación por el otro son partes fundamentales de su construcción. La crisis socioambiental y sanitaria nos impele a generar una orgánica económica alternativa; nos obliga a velar porque no solo el bien de todos sea ocupado, sino sobre todo para que el mal de muchos pueda ser socorrido. La pandemia ha desnudado incontestablemente el fracaso de la administración económica. Es el momento de asumir creativamente y con certeza ética una vida en sociedad que sea sostenible. Cuidar la economía es cuidar que nadie padezca la necesidad de lo mínimo, de lo necesario para vivir. Cuidar la economía es, a fin de cuentas, cuidar la justicia. Aquella donde la impotencia del jubilado que no puede solventarse y de los comerciantes que no pueden cuidarse, están erradicadas.
No cabe duda de que podemos seguir alimentando esta reflexión con otras dimensiones del cuidado aplicadas a lo ecológico, lo jurídico, al mundo indígena, la dimensión educacional o cultural, por citar algunas. El cuidado puede permearlo todo, pero para ello requiere de los afectos, de una razón cordial y una nueva sensibilidad ciudadana que está lejos de predicarse en una aldea neoliberal como es Chile. El cuidado empático y compasivo se produce, en general, en lo privado, entre amigos, entre familias o a lo más en las ya referidas organizaciones de base, populares, donde la solidaridad es pilar de subsistencia. El cuidado se desarrolla por debajo de la alfombra política, en esas ciudadanías de migrantes y en comunidades donde lo común no es solo una imagen. Es posible construirla, y es necesario para la democracia y los pactos (eco)sociales que se vendrán. Parafraseando a Boff, el cuidado necesario es un insumo para construir una sociedad donde las relaciones humanas se establezcan como una fuerza curativa. Es fundamental formarnos ya como cuidadores y cuidadoras y generar desde la política una forma adecuada, correcta para dejar de una vez por todas los esquemas sacrificiales, patriarcales y estructuras sociopolíticas donde los empobrecidos y menospreciados no tienen cabida.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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