Carta abierta a Haydee Oberreuter (y su pez volador)



Querida Haydee,
Te escribo desde el otro lado del Atlántico, desde la primavera Berlinesa, son casi las 10:30 de la noche y la noche no termina de caer, el cielo aún se pinta de ocasos rojos y lilas. Ha terminado la jornada y tengo marcado en mi correo el mail que recibí ayer de Pachi Bustos con la linda sorpresa que, al fin, después de casi un año de su estreno, podría ver la película, tu película.

Me acomodo en la cama, pongo el computador sobre mis piernas, mi cabeza sobre el pecho de mi compañero y con el corazoncito expectante me dispongo a mirar la peli, esa hora quince minutos que de manera sutil registra tantas batallas: esas jornadas enfrentando la pesadez del peso del tiempo de espera en los tribunales, esas manifestaciones afuera del ex Cuartel Silva Palma en Valparaíso, esas madrugadas y noches de espera de la micro para ir a tus controles médicos o regresar a casa, después de haber dejado el corazón y los pies en la calle…
Me detengo en el detalle de tus manos y en tu cabello, en esa fotografía del final de la peli donde se ven las algas flotando sobre el mar y pienso en esas algas como una metáfora de tu larga, castaña y lisa cabellera, dejándose acariciar por las olas, descansando, flotando sobre el mar con el sol iluminando tu cara de placidez, porque después de esperar y andar 40 años con las cicatrices en el cuerpo y en una vida que fue marcada por la tortura y el arrebato de tu Sebastián, tu pez volador, mereces eso y más….
Imagino invitándote a descansar a una costa playera, flotando en el mar, recostadas al atardecer con el torso desnudo al sol, hablando de las heridas y de sus cicatrices, de gente tan bonita que la vida te ha puesto en el camino, como la Alejandra Matus o don Vicente.  Me cuentas de tu madre, de las largas caminatas que hacías con ella, de tu vida en el Puerto, de tu juventud en el Mapu, de la Escuela de Historia en Valpo, de ese amigo que vino escapando de la dictadura en Brasil y que te advirtió como una muestra inconfundible que la cosa sería seria cuando salgan en la radio bandos militares (y así fue). Me hablas de tus hijos, de cómo se vuelve a amar, de cómo una se desnuda nuevamente después de todo lo vivido al calor de otra piel, de cómo se vuelve a parir después que te han desgarrado la piel, los músculos, los órganos y a un hijo de las entrañas… Entremedio me cuentas alguna anécdota, te ríes, con esa risa que ilumina toda tu cara y a quienes te vemos sonreír, esos dientes blancos, grandes, esas patitas de gallo y tus ojos que se vuelven aún más chinitos…
Te cuento de mí, de lo mucho que me ha marcado haberte conocido, que gracias a la historia de vida que me contaste hace algunos años para el archivo de la Villa Grimaldi me he vuelto una mujer, sí, una mujer, más decidida, con más fuerza, con más ganas de sonreír a la vida. Te recuerdo esa primera vez que nos vimos en un café detrás del GAM, de esas casi tres horas en que me hablaste de ti y me hiciste muchas, pero muchas preguntas… y yo miraba tus manos, porque Haydée, querida, tú hablas con las manos ¿sabías? y eso queda tan bien retratado en la fotografía del documental.
Anoche después de la película, no podía dormir, salí nuevamente al balcón a mirar y a respirar, recordé conversaciones previas a tu tratamiento de cáncer, sobre tu terror a las agujas, al olor de hospital, a los sonidos metálicos… y esa parte en la película me estremeció, creo que a pesar de haberlo conversado en ese tiempo contigo no pude entonces sentir ni imaginar siquiera cómo era. Mientras te miraba en el Hospital, vino como un flash ese relato que me hiciste de esa mujer rubia, de delantal blanco, esas cerámicas blancas, esa luz, todas esas imágenes recortadas que recordabas como flashes que destellaban en tu memoria entre la vida y la muerte en medio de las torturas y operaciones. Pensé en la frialdad y en todas ese blanco, olores y sensaciones que debiste enfrentar nuevamente al cruzar cada entrada de hospital para dar otra batalla, esta vez contra el cáncer.
Son tantas cosas que quisiera escribirte, compartir contigo, agradecer. Todavía recuerdo ese último café que nos tomamos bajo la Moneda el año pasado, cuando me dijiste que no te gustabas en la película, que te veías triste y que tú no te reconocías así, que tenías miedo de cómo ibas a enfrentar esa exposición pública. Déjame decirte que te ves entera, una mujer hermosa, de una dignidad incalculable e inigualable. Que la película acompaña momentos duros, de espera, de lágrimas que se contienen y otras que brotan,  de escuchas tremendas como los argumentos del abogado defensor de tus torturadores en el tribunal; de escenas pesadas, como los rostros petrificados de los magistrados escuchando a Alberto Espinoza mientras narra tu historia, pero también momentos de enorme belleza que dan esperanza en la humanidad, de un don Vicente (ese superhéroe sin capa), de una Alejandra Matus (otra heroína de carne y hueso), de una hija amorosa, que te abraza, que te besa, que te acompaña, de un hijo que reconoce en ti una mujer que dando mil peleas contra la dictadura se dio el tiempo para sonreír, jugar y amar.
Solo termino esta carta diciéndote que te doy las gracias, que doy gracias a la Pachi y a Paola por haberte acompañado y dejar testimonio de una parte de tu camino y del proceso de liberación de Sebastián de ese lugar de tortura y muerte para hacerlo volar, cual pez volador entre el cielo y el mar; que quisiera que esta película fuera una experiencia que muchas mujeres pudieran conocer, porque es inspiradora para nunca dejarse derrotar, pero sobretodo nos inspira para ante todo sonreír y luchar.
Te abrazo, te quiero y te agradezco,
Evelyn Hevia Jordán
Berlín, 18 de junio de 2020.
Más sobre el estreno del documental “Haydee y el Pez Volador” el 25 de junio de 2020 en Miradoc: http://miradoc.cl/haydee-y-el-pez-volador/ 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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