Obra “La familia”: Una terrible parentela online



Vía  link, el público ingresa a esta casa extendida en dos puntos de la ciudad, donde un ex matrimonio disfuncional intenta convivir con la responsabilidad de cuidar a una hija discapacitada no deseada, cada uno por su cuenta y con sus demonios a cuestas.
La obra fue escrita en 1999, cuando se esperaba un final de milenio, envueltos en teorías conspirativas y con Pinochet preso en Londres, mientras la casta militar-política defendía sus crímenes, bajo la pusilánime transición que no fue hacia ningún destino democrático real. El también siquiatra, deseaba reflexionar sobre el impacto, para los integrantes del hogar nacional,  del modelo neoliberal impuesto desde 1978.

En “La Familia” la catástrofe es absoluta. La madre vive una realidad económica aventajada, pero está inmersa en la tragedia de su patológica fobia a la soledad amorosa y en el abuso de fármacos. El padre es un eterno adolescente, amo y señor de su inmadurez financiera e irresponsabilidad emocional. Ambos son una unión incestuosa de pulsiones terminales, soledades y pesadillas que en el actual encierro decretado por las autoridades, son un festival de miserias.
Al medio de esa fatalidad, está la hija postrada. Su presencia es el ojo cámara, cuyo pestañeo nos transmite el reflejo de este par de monstruos progenitores, que algún día se amaron y empujaron los sueños de un matrimonio feliz, en el entorno de un país aspiracional.
La obra consigue vigencia absoluta luego de veinte años, en estos días donde las proles criolllas están encerradas, pagando los costos económicos o emocionales de la muerte, cesantía, soledad y ausencia total de seguridad social. Imposible no asociar a este maridaje horroroso, con el vínculo incestuoso entre derecha e izquierda neoliberal, durante esta eterna post dictadura.
“Familia sí, pero de lejos”, decía Picasso. Familia es neurosis, explicaban los psicoanalistas. “No te metas con mi familia”, advertía don Corleone y si la familia Manson viene a tomar el té, diga usted que posee compromisos. En esta “base de la sociedad” no se elige a los parientes, pero es barca fundamental para la supervivencia, pues debemos comer cada cuatro horas. Millones no reciben ni éso, de sus raleas.
Somos gregarios, concebidos por una memoria genética y mística de cientos de antepasados. En nuestra tropa nos van a poner etiquetas, sobrenombres, habrán jerarquías, matriarcados y patriarcados, herencias o carencias y turnos para usar el baño. Si tenemos suerte, no vamos a traspasar a otros esos conflictos, no buscaremos en la pareja a la madre o al padre, ni le vamos a echar la culpa de nuestros fracasos al hogar de origen. Por el contrario, si la cuna es torcida, toda nuestra existencia será la noble epopeya de construir una catedral para redimirnos.
En ambos casos, seremos parte de dos tipos de familia. Una, la de sangre, conformada por nuestros parientes. La otra, es la del alma, constituida por personas elegidas, sean éstos amigos, compañeros, amores, artistas admirados, o filosofías que nos explican a los demás.
Algunos anarquistas proponían destruir a la de abolengo, para relacionar a los seres humanos en comunidades de egoístas, llamadas falansterios. No creo sea necesario demoler clan sanguíneo, para ser libres. Es más interesante el diálogo sano entre las dos escuadras. Cuando la de estirpe nos oprime, la del alma nos va a salvar por el  barrio. Cuando la idealista te abandona, sólo la de piel tendrá para tí un regio sofá cama.
La de nacimiento cambia si el mundo cambia. Hace cuatro décadas existía sólo un paradigma, impuesto por religiones y clases dominantes, hoy pululan mil versiones, gracias al modelo económico triunfante que la fragmentó. Se exige el modelo antiguo, pero no se le puede financiar. Un sueldo o el abandono no bastan para sostener al pelotón. Los matrimonios no duran y hay que aceptar cómo cualquier modelo de afecto y sobrevivencia, es ya un linaje.
El mundo post 89 metió a las parentelas en 40 metros cuadrados  y a las del alma en aplicaciones y dispositivos. Donde antes había patios y habitaciones, hace décadas no existe ni un miserable balcón. Donde hubo patota, cancha y barrio, ahora sólo existe realidad virtual.
Pero mejor, no reinventemos la rueda. Ante los males del mundo moderno, no nos queda otra que “dejar todo este asunto en familia”, debajo de la alfombra, simulando como todo está bien, evitando hablar en la mesa de religión o política. Y por favor, no inviten al tío solterón, ése que vive en un hotel y recibe a las visitas en el hall.
La Familia, 16 julio-1 de Agosto. Temporada streaming Teatro Finis Terrae.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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