Thriller de la semana: el pacífico terror de la ciudadanía en La Araucanía colonial



Sábado en la noche, invierno, Malleco Norte… después de la tardía merienda nocturna, mi pareja hizo la pregunta e invitación, ya recurrente para las tertulias COVID-19 y de toque de queda: “¿Veamos una película de terror?”. “¡Vale!”, dije yo, pese a no ser un asiduo al género y asumiendo que tendría una inofensiva noche de algún fofo relato de terror-ficción en la comodidad de mi hogar y frente a la pantalla.
Transcurrieron los minutos, mientras elegíamos la película de la noche, cuando las redes sociales comenzaron a mostrar hordas de decenas de chilenos civiles, “la ciudadanía”, como informaban los medios, armados con bates, garrotes y colihues, atacando la Municipalidad de Curacautín y a sus ilegales ocupantes. Al parecer con el firme propósito de expulsar a los comuneros mapuche que desde el lunes 27 mantenían tomada la municipalidad, en un inédito ejercicio decolonial y de presión colectiva mapuche, que alegando la aplicación del Convenio 169 de la OIT en Chile, tomó en una semana cinco de los once municipios de la provincia de Malleco, en La Araucanía profunda. El lenguaje utilizado para la convocatoria fue “hay que recuperar nuestra municipalidad” y sacar a esos “indios culiaos”. Aun no empezaba el realismo mágico en la función vermut del toque de queda.
Lo que llamó mi atención de aquellas informaciones, fue la definición del reparto, los actores de aquellos actos: la ciudadanía. ¿Qué ciudadanía era esa que decidió salir a las calles a terminar con una toma de comuneros mapuche y recuperar el edificio municipal? ¿Qué ciudadanía tenía la capacidad de autoorganizarse y convocarse para llevar a cabo tales actos? ¿Qué ciudadanía tenía el interés y la necesidad de realizar esto? ¿Toda la ciudadanía? Si no, ¿qué grupos de la ciudadanía actuarían previo a Carabineros y al Estado? Estúpidamente pensé “bueno, pasará pronto, queda poco para que la circulación individual autodeterminada se acabe, y con el peso de la noche y su ya tradicional toque, los manifestantes se dispersen”… Qué iluso.
A poco andar, las redes sociales expandían las informaciones y las convocatorias “ciudadanas” a salir a las calles de las otras comunas con municipios tomados (Traiguén, Victoria, Ercilla y Collipulli) e ir a la función de la plaza a “recuperar lo que es nuestro”.
La prensa ya dio a conocer, durante este domingo de miedo y vergüenza, las voces y letras de emisores de comunicación, autores, ciudadanos, que con sus audios y mensajes de texto invocaban a la rebeldía social. Pues ya eran pasadas las 22:00 horas y, como todo ciudadano que contribuye al bien común en tiempos de pandemia y de excepción constitucional, que respeta el toque de queda y el Estado de Derecho, se presume inocentemente que salir de noche es indebido y que, de hacerlo, los militares, o en su defecto Carabineros, estarán a la vuelta de la esquina controlando a los avezados rebeldes que osen transitar en los interludios de la noche.
Frente al barullo, decidimos no respetar ninguna de esas normas y asistimos a la calle a buscar nuestra mejor butaca, pues la función ya había comenzado, y lo que suponía sería una noche cinéfila en 2D, adquirió una inconmensurable y tenebrosa realidad en múltiples dimensiones.
La escena era esta: el municipio tomado por una veintena de personas, con unos cinco comuneros mapuche visibles en el frontis tras las rejas de entrada, vociferando respuestas y alegatos, devolviendo también un sinnúmero de piedras que llegaban desde la plaza. En las veredas de la calle donde se ubica el municipio, unos 10 carabineros de fuerzas especiales, obviamente equipados y armados, distribuidos en dos pequeños grupos y dispersos por la vereda municipal y la de la plaza. En el centro de la calle, una camioneta detenida de FF.EE. de Carabineros, uniformados que en su conjunto eran espacialmente la primera fila de espectadores, pues hasta entrada la noche, su actuación fue solo como un cómplice espectador, dispuesto a proteger a quienes apedreaban el municipio y exigían la salida de los comuneros que ejercían la toma.
Tras esta primera línea, unas 200 personas agrupadas en la plaza, hombres y mujeres jóvenes y adulta(os), enmascarillada(os) y bastante eufórica(os), pues la función en la plaza era gratis y daba la posibilidad cierta de no solo ser espectador sino actor dentro del reparto principal de este thriller in situ y en tiempo real. Y así fue… a los militares, actor principal en un toque de queda, quizás no les llegó la invitación o las entradas para la función nocturna, quizás simplemente tenían la orden gubernamental de desatender el toque de queda dentro del pueblo o quizás por estos lares sureños se les exime de cumplir la ley los sábados por la noche, permitiéndoles la autonomía para decidir, o no, el hacer valer eso que a veces es ley (y a veces no) en aquel mítico Estado de Derecho, en donde unos son ciudadanos y otros no, enarbolado hasta el cansancio por la derecha colonial.
Las escenas posteriores ya las vio todo Chile entre videos y fotografías. Personas organizadas, estructuradas, jerarquizadas y comunicadas que decidieron salir con palos, piedras y otras armas a enfrentarse con un grupo de personas parapetadas en un edificio público. El público asistente, a la vez actor principal, reventó a piedrazos los municipios tomados, mientras relataban a viva voz parte del guion que constituye a sus históricos prejuicios coloniales: mapuches conchesumadre; cobardes de mierda; indios culiaos; borrachos; flojos de mierda; que se vayan; cafiches del Estado; todo lo quieren gratis los hueones; son terrible de ratones indios reculiaos; vengan pa’ fuera y peliamos giles culiaos… y así una intensa retórica de un discurso racista y beligerante, expresión de una ingeniosa y refinada “ciudadanía” portadora de profundos y constructivos mensajes de bienestar y paz por La Araucanía y los seres que la habitan.
Fueron casi dos horas de jugosa y virulenta violencia en vivo, de gritos desenfrenados de esta ciudadanía endémica, comercial y violenta, con una clara identidad étnica del nosotros y un claro rechazo por los otros étnicos y culturales. Dentro de la euforia y anarquía de estos sujetos bajo acción colectiva, intentaron quemar el Rewe de una plaza, Rewe que terminó tirado obstruyendo la calle, al más puro estilo antisimbólico de la “extirpación de idolatrías” del colonialismo moderno. A la utilería de los palos y gritos, se sumaron también otros efectos especiales como disparos.
Sí, disparos de civiles hacia la municipalidad, personas mapuche o al vacío, todo frente a la primera línea de “un amigo en tu camino”. Cuando las masas embravecidas ya acechaban las rejas del edificio y los “ciudadanos” vociferaban órdenes de desplazamiento para abordar las distintas esquinas de posibles mapuches escurridizos, aparecieron los vehículos de FF.EE., las que quizás debieron haber hecho su trabajo de desalojo varias horas atrás, evitando con ello todo este montaje político social, pero eso no estaba en el guion. Eso habría hecho un rodaje distinto y, por lo tanto, de otra película estaríamos hablando.
Carabineros hizo ingreso a los municipios y los desalojó, no sin antes permitir, en el tránsito hacia los carros policiales, que los “ciudadanos” pudieran patear y golpear con los garrotes a quienes ya habían sido reducidos y retenidos por la policía. Qué realismo el de estos actores, pues a ojos de cualquier espectador parecía que una enérgica rabia inundaba sus espíritus y que sus golpes podrían haber matado a cualquiera que vistiera una manta o simplemente no fuera parte de “su lucha” y su “ciudadanía”. Los comuneros fueron detenidos entre gritos de celebración, banderas chilenas y jolgorios de ofensas. Madres con sus hijos por un furgón, los wentru por el otro. A cada mapuche preso, cada celebración de los “ciudadanos”: “¡India culiaaa! India culiaaa!”. Finalizando en un “¡Viva los Carabineros de Chile! ¡Vivaaaa!”.
El fin del thriller se acercaba, aunque quedaran horas, días y años de movimientos, de luchas y de un final casi conocido. Sin duda es una de las situaciones de miedo y de terror más intensas y profundas que he presenciado, pero, a la vez, el ataque más obvio y esperado posvisita del ministro Pérez (UDI) a Temuco, anunciando entre lineas la ausencia temporal (y a discreción) del Estado, de la ley, de los militares, de los gobiernos locales, del distanciamiento social, del COVID y a la vez su complicidad, en un tiempo-espacio paralelo y coexistente, con una ciudadanía dispuesta a ejercer contra otros, enemigos anónimos para ellos, pero mapuche siempre, fuerza, poder y control territorial por/en sus propias manos.
De manera violenta y exclusiva, que se expresa libre e impunemente en la autarquía propia de los grupos sociales dominantes, su capacidad de imponer fuerza y control mediante acciones colectivas, armadas y concertadas con las policías locales. ¿Qué ciudadanía es esta? ¿Y la suya? ¿La de su vecino? ¿Las sabe usted? Ardua tarea ciudadana para la casa. Pero cuídate, todos y nadie saben quién, y están todos ahí.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



Source link

Related Posts

Add Comment