Chilena que sufrió junto a su familia la explosión en Beirut: “Yo pensé que habían derribado un avión, mis hijas pensaron que Hulk había hecho algo”


Carolina Ortiz Jeréz vive a cerca de un kilómetro y medio de la zona portuaria de Beirut que explotó la semana pasada, dejando a unas 150 personas fallecidas y a 5 mil heridas, principalmente por la onda expansiva provocada por el estallido de unas bodegas que almacenaban fuegos artificiales y 2.750 toneladas de nitrato de amonio, un químico usado para producir fertilizantes y combustible para cohetes.
Pero pese a la cercanía, la profesora de Historia y Geografía de la U. de Concepción apenas ha salido de su barrio y, por ahora, no pretende ir a la “zona cero” de la catástrofe.
“Ir a mirar sin ayudar en nada me da pudor”, dice.
“Además, después de la explosión los niños nos quieren ver a los dos siempre, a mi marido y a mí, no quieren quedarse solos en ninguna parte”, agrega.
Carolina, su esposo, las mellizas y su hijo menor llegaron el jueves 30 de julio a instalarse a Beirut. Él es un profesor de Estado francés, y es parte de un programa que le permite a los docentes trabajar en colegios de ese origen en distintas partes del mundo. Esa labor los ha llevado por Rusia y Guatemala. En marzo decidieron que el siguiente destino sería el país de Oriente Próximo.
A su arribo se encontraron con un feriado de cinco días. El martes 4 de agosto era el primero con la ciudad abierta… aunque a medias, pues en Beirut también rige cuarentena por el coronavirus.
Ese martes, cerca de las seis de la tarde, su esposo sacó a los niños a caminar a la playa, para que estiraran las piernas. Carolina, en cambio, optó por quedarse en el departamento, ubicado en un octavo piso, para capear el calor. Hacían unos 30° y a esa hora la luz no funcionaba, así que las ventanas del dúplex estaban abiertas para permitir el ingreso de brisa.
Bordaba sobre la cama cuando todo se estremeció.
“Estaba tranquila y de repente se movió todo muy fuerte. Fue como un golpe, en que el edificio se movió por un remezón súper fuerte, un 1, 2, 3 y se detuvo. Y después vino la onda expansiva (…) Fue súper impresionante el movimiento… me sentí como en Hiroshima”.
Los expertos dicen que la onda expansiva golpeó a la mitad de la ciudad, de unos 20 kilómetros de extensión y fue la que causó gran parte de los daños que hirieron a miles de personas.
A Carolina sólo le abrió fuertemente la puerta del dormitorio. Cree que se salvó de la quebrazón porque frente a su hogar hay un enorme edificio en construcción y porque como tenía todas las ventanas abiertas, el viento del estallido pasó sin obstáculo por su dúplex.
Tras reponerse, miró para afuera y vio la quebrazón en la calle y el humo rojizo que salía desde el mar.
“Lo primero que pensé fue que era un atentado contra algún ministerio, pero era demasiado fuerte como para que fuera un cochebomba… ahí pensé que habían derribado un avión”.
En medio de esta incertidumbre pensó en su esposo e hijos que iban camino a la playa. Por suerte, sólo habían avanzado unas cuadras y lo hacían por un sector sin grandes ventanales, por lo que no sufrieron daños.
“Mis niñas pensaron que era Hulk que había actuado, que Hulk había hecho algo”, dice entre risas. “Yo les dije que no, que era un accidente, que algo había pasado… no pudieron dormir bien esa noche”, recuerda.
Sin energía eléctrica, teléfono local ni internet, recién a las 21.30 supieron lo que había sucedido. Dice que le tranquilizó la idea de que no fuera un misil, porque eso habría significado una declaratoria de guerra. Recién pasada la medianoche logró contactarse con su familia para contarles que estaban bien. Comenta que sus padres estaban preocupados porque alguien en Chile había hablado de la posibilidad de un incidente nuclear.
En ese escenario Carolina y su marido debían planear algo especial para sus mellizas, que al día siguiente cumplían 4 años.
Ese miércoles, dice, fueron a comprar unas tortas para las niñas a una tienda del mismo barrio.
“Era el primero de tres días de duelo nacional. La gente no andaba comprando pasteles, andaba comprando agua, escobas, palas, comida… nosotros fuimos a comprar globos incluso… no sé, me sentí desubicada… pero bueno son cosas que pasan. Ellas lo pasaron bien eso sí”, comenta.
Ya ha transcurrido casi una semana del incidente y Carolina dice que Beirut está lejos de volver a la realidad. En las calles lo que más se ven son jóvenes ayudando a limpiar las calles y las viviendas más dañadas. Todo eso sucede en una ciudad donde la presión social por la crisis económica crece. Aunque el programa laboral de su marido es por tres años renovable, la penquista reconoce que si la situación no mejora quizás armen maletas antes.
“Vamos a ver qué pasa”, desliza.



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