“Vacío Temporal”: Cuerpo y familia como aristas del dolor y sus soluciones



Ser joven en una ciudad como Santiago no es nada fácil, y ser alguien más bien retráctil y sensible no ayuda mucho que digamos. Todo lo contrario: por eso la protagonista de Vacío Temporal (Los Libros de la Mujer Rota), la novela debut de Carla Vargas (Rancagua, 1994), busca revertir esa espiral de la gran urbe y su velocidad.

La narradora decide alejarse hacia la calma de Machalí, donde está su familia, y así empieza un relato que funciona como la temporalidad de esa psiquiatría: una que se examina traspuesta entre trabajos de medio tiempo, drogas y fiestas, las relaciones interpersonales, familiares y (no) amorosas, el dolor intrínseco del odio, y un redescubrimiento a partir de lo que ya se tenía. De lo que siempre se tuvo.
El primer capítulo, titulado Ketamina, inicia con la afirmación que atraviesa todo el relato: “Desperté con una sensación horrible”. La novela se plantea en esta experiencia individual no como una jugada desde lo puramente emocional, sino como una fortaleza y casi fe ciega por lo que se constituye como una forma de racionalizar ese imaginario del ser adulto viendo Friends. La disrupción de esa coraza, que siempre invita a la identidad y las proyecciones que uno mismo se hace en los ídolos, va con nosotros entremetiéndose y ayudando a la narradora.
Eso sí, trastabillea cuando vienen los dolores menstruales, o cuando el sentimiento intenso del amor viene a desorientarnos según su maldad y nuestra inminente caída. Las reglas en este proceso son claras: para desechar, hay que probar y discernir. Las proporciones uno las va viendo. Se debe elegir. Y la meditación entra en eso como suspiro, porque el esfuerzo siempre es mayor al que uno pudiera llegar a pensar.
Carla Vargas.
La familia está en un lado, siendo una moneda más del recuento en estos extrañamientos, a la vez que importantísima. Indispensable. Los seres queridos son cercanos, nos apoyan en la incondicionalidad, pero eso también sugiere conflictos, problemas o distancias.
Lo más profundo no tiene una respuesta hacia afuera; y con este horizonte el camino se demarca para esta lectora de Murakami que a la que un libro de Susan Sontag puede demarcarle la consideración de su padre. En este sentido, la escritura y la lectura misma son un amparo para la limpieza del espíritu. Es una voz interna que va encontrando sus formas en las otras. Y las manipula. Incluso el esoterismo típico de las regiones también nos persigue como una alternativa más. Nunca se puede descartar.
Vacío Temporal es un libro que contempla su caos con esos entusiasmos que a veces caen como un milagro en las mañanas. Esa es su aura: sólo se va diluyendo, y termina justo como debería haber empezado.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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