“Tatuajes sanadores” y el “Club de las tetas felices”: el lado B de las cicatrices y el cáncer de mama



Las historias de estas tres mujeres te cambiarán la manera de ver la vida. Ellas son el ejemplo de que el universo nos pone en aprietos para reconectarnos con nuestro poder. Desaprender para volver a aprender desde una nueva perspectiva.Nerea Zuk tenía 6 años cuando se prendió fuego. Unas amigas del barrio, allá en Quilmes donde aún vive, le propusieron hacer una fogata en el jardín de una casa. Ella les dijo que sí y con autorización de su mamá Nerea se fue caminando con su mochilita donde llevaba un encendedor y su perfume. “Yo guardaba todo lo que me llamaba la atención de los grandes”, recuerda la mujer que hoy tiene 28 años y vive con su pareja. “En un momento me puse en un rincón y me empecé a rociar perfume. Y como la fogata no prendía empiezo a tirar para avivar el fuego y explota el frasco de perfume. Me prendo totalmente fuego. Esto era a dos casas de distancia de la mía así que me fui corriendo, prendida fuego, y asustada porque tenía miedo que me reten porque me había mandado una macana” cuenta a Filo.News.”Mi hermano que era muy chiquitito me abrió la puerta y yo seguí corriendo hasta el patio. Mi mamá me alzó y me tiró a la pileta para apagarme. Entré al Instituto del Quemado en estado crítico, estuve 5 meses internada. Tuve quemaduras de tercer grado en casi el 50% de mi cuerpo. Todos los días me llevaban al quirófano donde me hacían las curaciones e injertos. Tengo las dos piernas completamente peladas porque era de donde sacaban parches de piel sana para trasplantarlos a las zonas quemadas”, cuenta Nerea. 

Nerea Zuk se quemó casi el 50% del cuerpo cuando tenía 6 años

Andrea Vazar vive en La Plata, tiene 43 años y a los 25 le diagnosticaron cáncer de mama. En ese momento tenía una hija de 5 años y hacía poquito que había perdido a su papá por cáncer de páncreas. “Fue en diciembre del 2002. Yo ya tenía programada una operación para sacarme unos nódulos pero cuando me abrieron me tuvieron que sacar un montón de tejido para extirpar los tumores”, dijo Vazar en diálogo con Filo.News. Después Andrea volvió a entrar al quirófano para hacerse una mastectomía unilateral. Perdió un solo seno, incluyendo el pezón y la areola. 

Andrea Vazar, sobreviviente de cáncer de mama

Lali Juárez se prendió fuego cuando tenía 18 años. “Me levanté esa mañana y me fui a hacer un té. Tenía puesto un saquito rosa que usaba para andar en casa y en un momento empecé a sentir olor a quemado. Cuando me di cuenta que era mi brazo entré en crisis. Me asusté tanto que empecé a correr por la casa, salí al patio y me autoquemé: le dí el oxígeno que el fuego necesitaba para crecer. Si yo me lo tomaba con calma tenía la bacha de lavar los platos para mojarme y ya, pero al mover los brazos yo iba prendiendo fuego el saco cada vez más”, contó a Filo.News.”Mi mamá esa mañana se había ido a la peluquería y había lavado la ropa que estaba colgada afuera. Yo salí al patio toda prendida fuego y de repente cuando vi que estaban las sábanas ahí, me frené de golpe, me quedé quieta porque no quería prender fuego las sábanas. Después de un montón de tiempo de terapia llegamos a la conclusión de que yo en ese momento no tenía idea de lo que valía mi vida. Era más importante para mi no quemar las sábanas que quemarme yo viva”, dijo y continuó su relato. “Me metí corriendo a casa, entré al baño y abrí la ducha. Claro, la caliente, por costumbre. El agua empezó a salir caliente y me seguía quemando. Cerré el agua caliente y abrí la fría y ahí es cuando me relajé totalmente. Llamé a la ambulancia que nunca vino. Después llamé a Silvia, la mamá de mi amiga. Gritándole le digo, ‘vení, vení, vení, que me lastimé’.”Cuando llega le digo ‘¡Mirá lo que me pasó!’ y abrí la toalla y nunca me voy a olvidar el grito que pegó. Me dijo ‘¡Vamos que te tengo que llevar a un hospital!’. Cerré la casa, le di la llave a ella y no me acuerdo más nada. Me desperté una semana después en el hospital”. 

A los 8 años Nerea llegó a un nuevo colegio y se dio cuenta que su cuerpo no era como el de las demás chicas. El suyo cargaba las marcas de su accidente. Algunos queloides; cicatrices en todo su brazo derecho, parte de su brazo izquierdo, parte de la espalda y por debajo de la pera; además había perdido sus pezones y areolas mamarias. “Me cargaban, me decían que era un ‘chorizo quemado’. Me sentía un monstruo”, recordó ella. “No tenía amigos, estaba aislada y usaba polera. Tenía vergüenza de que me miren. Volvía todos los días a mi casa llorando. No entendía por qué me hacían todo eso. Mi sueño era ser una nena más”, agregó Zuk.Esta situación la llevó -otra vez- a un quirófano: a los 11 años decidió comenzar con las cirugías reconstructivas. “Fueron muchos años de muchas cirugías y muy dolorosas”, dijo. Hasta que llegó el día en el que los médicos le explicaron que ya no había nada más por hacer sobre su cuerpo y Nerea entendió que no le quedaba otra que aceptarse, que era necesario cambiar su cabeza y sus pensamientos para vivir y vivirse con más amabilidad en este mundo comandado por estereotipos.

Nerea con expansor de tejido en el pecho

Lali por su parte se había quemado el pecho, el cuello, medio brazo derecho, tres cuartos del izquierdo. “Durante muchísimos años tuve olor feo. Yo me lo sentía y mi mamá también. No podía usar perfumes y ni cremas con aromas”, recordó. La oreja derecha la perdió porque nadie se dio cuenta que se le había quemado un pedacito y le entró un virus intrahospitalario: “En 48 horas me comió todo el cartílago y me quedé sin oreja así que me la reconstruyeron”. También se operó las mamas pero confiesa que no obtuvo el resultado esperado: “Yo me imaginaba que iban a desaparecer las marcas y no. Nunca se van a ir. Siempre van a estar. Me miraba al espejo y no me gustaba. Me agarraban ataques de ira y quería romper todo. Era muy feo”, confesó. 

Lali se quemó el pecho, el cuello, medio brazo derecho, tres cuartos del izquierdo

Andrea confiesa que estuvo muchos años con una mama sí y otra no. “Me costaba mirarme en el espejo porque (una mastectomía) no deja de ser una mutilación, entonces se ve como tal. Es duro”, relató a Filo.News. Después se hizo la reconstrucción de la mama pero le seguía faltando algo: la areola y el pezón. “Me veía como pixeleada y aunque me había puesto la prótesis no estaba bien con mi cuerpo. Todo lo que falte en tu cuerpo es traumático”, reflexionó. “Yo en ese momento hacía teatro y no podía desnudarme o iba a los encuentros nacionales de mujeres y veía a las mujeres en tetas (una herramienta de protesta feminista) y no podía vivir mi libertad por la mirada del otro”, explicó. 

Diego, el tatuador solidario
Las redes sociales conectaron a Nerea, Andrea y Lali con Diego Staropoli, tatuador de 48 años y dueño desde hace 27 de “Mandinga Tattoo”. Hoy, cuenta él en diálogo con FIlo.News, son un equipo de 40 personas que trabajan en distintos estudios (la casa central está en Lugano, hay otro en San Telmo y hace poco abrieron uno en Canning).Hace 5 años que hacen tatuajes -gratis- de areolas mamarias a mujeres que padecieron cáncer de mamá y ya son 1.256 mujeres que pertenecen al “Club de las tetas felices”. Andrea fue la segunda mujer en irse a tatuar (en el 2015): “Yo la verdad ya había ido al médico para ver cómo me hacía la reconstrucción pero tenía que entrar a un quirófano de vuelta y no tenía ganas. Llamé a Mandinga un domingo y me dijeron que vaya el martes. Le pedí a una amiga que me acompañe. Me acuerdo que cuando llegué no quería entrar porque era en una galería, no era el local que tienen ahora, y pensaba ‘A dónde vine, donde me estoy metiendo’. El prejuicio mío con los tatuajes. Yo jamás había tenido uno y me había dicho que nunca me iba a tatuar”, recordó. “Subí las escaleras y lo vi a Diego atrás del mostrador y fue tan amor que me relajé. Fueron 10 minutos. Me dijo ‘Bueno, ya está’, me paré, me miré al espejo y fue cuando me di cuenta cuánto necesitaba volver a sentirme completa. Lo abracé en tetas”, contó. 

Diego, fundador de “Mandinga Tattoo”, llevan 1.256 areolas tatuadas

Diego Staropoli vivió de cerca el dolor de esta enfermedad ya que su abuela, su madre y su tía la tuvieron. Su padre falleció de cáncer y su hermano -quien lo ayuda a tatuar- fue diagnosticado hace unos años con un linfoma de Hodgkin. “Cuando me enteré que mediante un tatuaje vos podías devolverle esa feminidad y erradicar esa angustia que tenían yo no lo podía creer. Para un tatuador es simple, pero es gigante lo que representa ese tatuaje del tamaño de una escarapela. La mujer que viene a hacerse las areolas viene con un miedo enorme a seguir sufriendo porque pasan por muchas cirugías. Vienen con vergüenza de tener que quedarse con el torso al aire delante de un tipo todo tatuado que no conocen. Vienen con miedo a que les quede mal. Vienen con montones de dudas y cuando se paran frente al espejo y se ven sus pechos con las areolas devuelta el 90% de las mujeres termina llorando”, comentó en diálogo con Filo.News.
“Lo primero que le dije a Diego cuando me hizo el tatuaje fue ‘Ahora voy a poder hacer topless’. Tiempo después viajé a España y lo hice. Subí una foto a Instagram para agradecerle a Diego porque la verdad que eso pasó gracias a él y me la bloquearon”, destacó Andrea Vazar. 

Andrea, feliz con el tatuaje de areola mamaria

En “Mandinga Tattoo” le cambian la vida no solo a las mujeres que sufrieron cáncer de mama sino también a personas que sufrieron grandes lesiones (en general quemaduras o accidentes muy grandes). “Nosotros lo que hacemos es tapar las cicatrices con tatuajes. Cambias dolor por arte, ese es el objetivo. Pasan de ser observados por las quemaduras a ser observados por los tatuajes” explica Diego y revela que ya hay más de cien personas en el mundo portadores de los “tatuajes sanadores” que cada día se vuelven más y más virales. “Tatuamos por ejemplo mujeres víctimas de violencia de género que han sido quemadas por sus parejas; también mujeres -como Nerea y Lali- u hombres que han tenido accidentes graves y ya la medicina estética no tiene manera de poder reparar o empachar y esas lesiones que quedaron en la piel les ocasiona un trauma gigante”, contó Staropoli. “Es una angustia que no tiene otra forma de poder subsanarse si no es por medio de un tatuaje”.Nerea Zuk hoy tiene una hermosa manga en el brazo derecho que llega hasta el hombro y en las próximas semanas le van a tatuar los pechos y parte de la espalda donde están sus cicatrices pero todo esto no estaba en sus planes. Ella llegó a Mandiga porque en las redes sociales se le aparecían constantemente los tatuajes de areolas mamarias y pezones, algo que ella perdió cuando se prendió fuego y siempre quiso tener. Pero cuando llegó al estudio quien la tatuó fue Diego: “Cuando me vió el brazo, se volvió loco. ‘¿Vos sabés a lo que yo me dedico? Yo a vos te puedo cambiar la vida por completo si vos me lo permitís’. Le dije que ‘sí’ y me preguntó ‘¿Estás segura que querés que te tatúe los pezones? Mirá que con todo el trabajo que tengo pensado para vos ni se te ven a ver’. Y yo le dije ‘por favor Diego, quiero tener mis pezones’”, recordó Nerea en Filo.News.”Al principio no quería saber nada con los tatuajes, me daban pánico las agujas, pero después toqué fondo y me prometí enfrentar mis miedos. El día que empecé a tener coraje pasaron cosas maravillosas: por ejemplo, yo le tenía miedo al agua porque me tiraron a la pileta el día del accidente y hace dos años empecé clases de natación para dejar de tener miedo. El pelo también, quedé traumada de cuando me raparon y no quería que nadie me toque el pelo y siempre lo usaba largo… hasta que un día me rapé. Y después de todo eso lo conocí a Diego. Siento que me devolvieron a esa nena de 6 años que salió a jugar, siento que esa nena volvió a su casa sana y salva y hoy estoy siendo esa mujer”. expresó. 

Nerea con su hermosa manga en el brazo derecho que llega hasta el hombro

Lali Juárez confiesa: “Yo recién me sentí plena cuando empecé a tatuarme hace dos años. Después del tatuaje vi diferente las cosas. Cambió mi visión de adentro. Yo antes me levantaba todas las mañanas y lloraba. Yo me iba a dormir diciendo ‘esto es una pesadilla, mañana me voy a despertar y va a volver todo la normalidad’. Y al otro día todo seguía igual, entonces lloraba. Ahora mis cicatrices siguen estando pero ya no las odio como antes porque las miro y tienen un tatuaje hermoso. Están dibujadas. La textura sigue siendo la misma pero cambia lo visual”.“Ahora la gente no me mira como diciendo ‘Ah, pobre piba’ sino que me miran como diciendo ‘Wow, el tatuaje que tiene’ o ‘Mirá esta loca se tatuó toda’ -se ríe-. Es otra la mirada de la gente. Y esa otra mirada fue la que a mí me afectó y me hizo preferir vivir en la sombra. Siento que me tatuó hacia adentro más que hacia afuera”, reflexionó.

Empoderadas 
“¿Cómo era la Andrea de antes y cómo es la Andrea de ahora?”, le pregunté y ella me contestó: “Antes vivía en piloto automático. Sin cuidarme demasiado, hacía más cosas por y para los demás que por mí. Y de esta Andrea me siento re orgullosa. El cáncer me sentó bastante bien. La Andrea de ahora está completa y eso no es poco”. “Si pudieras volver el tiempo atrás, ¿te gustaría volver a ser la que eras antes del accidente?” le pregunté a Nerea y ella me dijo: “Si no hubiera pasado por todo lo que pasé no tendría la familia maravillosa y las personas que hoy tengo en mi vida y no sé qué clase de persona hubiera sido pero hoy amo la persona en la que me convertí y no lo cambiaría por nada. Uno siempre tiene que ser agradecido con las cosas que le pasan más allá de que hayan sido cosas malas. Gracias al accidente aprendí a respetarme, quererme y hacerme valer”. “¿Querés volver a ser la de antes?”, le pregunté a Lali y me respondió: “Si me preguntabas hace dos años te contestaba que sí, que quería ser la que era, con mis lunares en el pecho. Pero tatuarme cambió la visión que tenía sobre mí y me ayudó a poder relacionarme con el afuera. Empecé a salir a la calle, a destaparme, a comprarme ropa que antes no. Hoy te digo que no porque conocí gente maravillosa que vale más que un pedacito de piel que perdí”.e

Gracias Andrea, por compartir tu historia y tu maravillosa teta poderosa

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