Sabemos demasiado del caso Ámbar



Una vez que terminó la audiencia formalización de Hugo Bustamante, el lunes a las 10:00 hrs, las redes sociales se llenaron de publicaciones alusivas a la petición de justicia para la menor A.C.L.
Entre el contenido que más se viralizó, destacó la divulgación minuciosa de cada detalle del crimen y el uso insistente de la imagen de la víctima que, recordemos, es menor de edad. Esto plantea un desafío para pensar y avanzar en una comunicación con perspectiva de género y DDHH, no sólo de los medios sino que también de la que cada una/o maneja desde sus propias RRSS.
 

Las recomendaciones internacionales sugieren que la difusión, por cualquier medio, de un caso de violencia contra una persona a causa de su género debe evitar exponer la intimidad de quien la sufre o sufrió, así como también evitar la divulgación de datos escabrosos y la presentación de descripciones pormenorizadas de aspectos truculentos y/o morbosos.
Estos detalles no sólo proveen de información socialmente innecesaria sino que también ignoran los efectos traumáticos y la incidencia negativa que puede generar en el proceso de recuperación tanto para persona afectadas por hechos de similar envergadura como también para sus familiares y/o entorno más cercano. El riesgo de generar revictimización es muy alto.
Al momento de compartir esta información de carácter sensible, al parecer, tampoco se consideró el hecho de que la víctima del delito es menor de edad, por lo que el cuidado y el respeto por su dignidad debe ser tratada con la mayor de las consideraciones.
Desde ningún punto de vista, las acciones orientadas a la sensibilización de la población sobre la violencia de género deben hacerse a costa de la salud mental de personas que han pasado por situaciones similares y que han vivido para contarlo.
El femicidio, entendido como la expresión de extrema violencia machista, es información suficiente para sensibilizar respecto a lo lejos que puede llegar un problema social como la violencia de género y las relaciones de poder desiguales que legitiman el abuso y la misoginia. Señalar detalles escabrosos, no solo puntualiza la situación sino que, con el tiempo, solo aportarán a banalizar el problema de fondo.
Las redes sociales representan un canal personal de comunicación del que debemos ser responsables y esto implica considerar que lo que compartimos puede tener repercusiones negativas en otras personas, de las que por cierto no siempre podremos hacernos cargo.
Es necesario tener en consideración que la propia libertad de expresión tiene por límite el resguardo de la integridad de un otro.
Como feministas, el cuidado por la dignidad de otras/es compañeras/es, debe ser un consenso implícito y la base de nuestra práctica sorora.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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