Pulcra y ordenada – El Mostrador



El Treatise on domestic Economy, de Catherine Esther Beecher, publicado en 1841, es un tratado contemporáneo a la legislación francesa sobre el trabajo de menores de ocho años y los primeros escritos de Karl Marx en la Gaceta del Rhin. Aquel escrito produjo sustantivas transformaciones en la sociedad moderna, capitalista y liberal, tanto como los otros. No se trata aquí de una operación ideológica distractiva respecto de problemas trascendentes, por el contrario quiere llamar la atención acerca de la compejidad civilizatoria y salir de la unidimensionalidad en un espectro más allá de Marcuse: No todo es lucha de clases; esta es una clase de lucha, como las hay otras.
Pero, ¿sobre qué versa este Tratado de economía doméstica? Estudios, investigaciones y reflexiones de carácter económico, antropológico, ergonómico y sociales sobre cocina y producción de alimentos cocidos -siguiendo a Levi Strauss- gracias al empuje decidido de las amas de casa y los industriales que vieron en el instrumental doméstico, uno de sus más grandes incentivos en el desarrollo de la producción industrial de bienes de consumo: sobre esto versa el Tratado.
Avanzada la Revolución Industrial, la modernización de la cocina tuvo en su equipamiento técnico a uno de sus fundamentos, pero la racionaización taylorista de las acciones, movimientos y esfuerzos físicos se debe a su pionera Christine Frederick -otra mujer- quien impregnó fuertemente el desarrollo de la fattoria doméstica y, sin mediar mucho tiempo, las vanguardias arquitectónicas austro-alemanas de la socialdemocracia, no dudaron en aplicar sus principios.
El entusiasmo por la cultura norteamericana puesta de manifesto por aquella vanguardia era asombrosa: desde Adolph Loos a Walter Gropius, para mencionar a las figuras más conocidas, admiraban los avances tecnológicos, la racionalidad, eficacia y practicidad de los americanos. Loos, escribió en el periodico Neue Freie Presse de julio de 1898: “¡Una vivienda sin cuarto de baño! En América, una imposibilidad. La idea de que, a fines del siglo XIX, exista un país de millones cuyos habitantes no puedan bañarse diariamente sería para América una monstruosidad”
Las ideas de Christine Frederick adquirieron forma de libro en 1918 y se tituló “The new Housekeeping: Efficiency Studies in Home Management”. Christine investigó y sistematizó los movimientos dentro de la cocina para racionalizar tiempos y espacio. En su laboratorio de Nueva York ensayaba la preparación eficiente de alimentos y el empleo de electrodomésticos, así como dibujaba planos de cocinas y la distribución racional de su equipamiento: se trataba de aplicar estudios ergonómicos, medir distancias y ahorrar movimientos. En pocos años, las innovaciones de Christine cruzaron el Atlántico e inmediatamente formaron parte de las teorías de proyectación moderna. Siguiendo sus pasos, la entusiasta arquitecta austríaca Margarete (Grete) Schütte-Lihotzky diseñó una sala de cocina para el equipo del arquitecto-jefe de ciudad Ernst May, de acuerdo con las recomendaciones y especificaciones suministradas por Christine Frederick que se instalaron en las 15.000 viviendas construidas en los barrios obreros de Frankfurt: en estas cocinas, todo vestigio de algo comestible había desaparecido detrás de puertas y gavetas. La cocina cobró celebridad por su alto grado de racionalidad, eficiencia, orden y pulcritud dentro de las Frankfurter normen (normas de componentes constructivos y equipos). Las Frankfurter Küche, instaladas en 1926, se constituyeron en modelos de cocina moderna: funcionales, limpias, ordenadas, con encimeras a 93 cm de altura, medida que había naturalizado Christine, si bien hoy nadie se pregunta porqué.
El orden y la limpieza reinante en ese lugar hacía sospechar de que algo había cambiado, no sólo de función sino también de significado: La cocina contemporánea se brindó como un espectáculo para la fruición visual y sus rasgos más destacables y buscados eran el brillo, la pulcritud y el orden, derivados de los principios de higiene y racionalidad modernas. Así, desaparecieron de la vista las ristras de ajo, encurtidos y condimentos secos colgados, las canastas de frutas y de tubérculos, los quesos cubiertos con paños y todo vestigio de algo comestible en el panorama de la cocina; además se evitaron actividades gastronómicas generadoras de humos, vapores, olores, aromas y desperdicios y preferentemente, la comida no debía oler a nada. A esta asepsia luego se agregaron dietas especiales, ensaladas ecológicas o guisos naturistas, casi todos de procedencia desconocida, parecidos a la aerovianda futurista que describe F.T. Marinetti, compuesta de una tajadita de hinojo, una aceituna, un ajo, un trozo de terciopelo, un trozo de raso y un trozo de papel de lija. Ahora se entiende el éxito del sushi bento.

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