El ministerio de la soledad



Hace unos días Gran Bretaña creó el Ministerio de la Soledad. Al enterarnos de esta política, aparentemente extrema y por cierto muy original, recordamos cuando en 1972 el Rey del Bhutan, Jigme Singye, expresó que la felicidad era más importante que el Ingreso o el Producto Bruto en cada país, por lo cual se debía calcular la Felicidad Nacional Bruta, FNI, decretando que ello se hiciera en Bhután. Allí el indicador se calcula con una encuesta a la población, tipo diario de vida, con 180 preguntas acerca de su bienestar sicológico, el uso de su tiempo, su vitalidad, salud, educación, protección del medio ambiente y otras similares. Aparentemente las conclusiones fueron bastante optimistas.
Para todos es claro que no solo en Gran Bretaña el ser humano en el mundo actual está solo y que la soledad nos aleja de la felicidad. Esto se expresa en el aumento del femicidio, del suicidio adolescente y que cientos de jóvenes, especialmente en América, elijan vivir dentro de juegos virtuales y dedicar decenas de horas diarias a sus avatares, creados on line. También, como premonitoriamente lo anunciara Singye, que la felicidad no dependa directamente de ingresos y pobreza. Si ello no fuera así no podríamos explicarnos como un país pobre como Bhután puede ser feliz, que Gran Bretaña cree este Ministerio y que algunos analistas sostengan que la soledad es uno de los mayores problemas que enfrentan los EEUU, uno de los países más ricos del mundo. Plantean que esta ya constituye un problema de salud pública, porque la soledad mata.
Las primeras causas de la actual infelicidad de la mayoría de los seres humanos en nuestro mundo se refieren a la caída de ídolos. Cayeron los modelos de sociedad, los socialismos reales fracasaron en su búsqueda de igualdad, fuente posible de la FNB, y el neoliberalismo más puro ha demostrado que mayores ingresos globales tampoco llevan consigo la igualdad, ni menos la felicidad. Se dice que disminuir la pobreza sin involucrar otros objetivos, solo logra que los mismos pobres cuenten con mejores ingresos. En el caso de Chile el neoliberalismo logró ricos con mejores ingresos y pobres también, pero con un 70% de endeudamiento, trabajo precario y/o ilegal.
Saldremos del encierro más pobres, por la imposibilidad de que durante este se pudieran realizar muchos empleos precarios o ilegales y, porque además la propaganda oficial se ha preocupado de desinformarnos más de lo que ya estábamos. El Gobierno trata desesperadamente de convencernos de que fue el Corona virus lo que aumentó el desempleo. Para ello reitera que en 2019 la tasa de desempleo llegaba a un 7%, solo un 0,3% más alta que en 2018, que era un 6,07%, cifra que en la jerga económica sería casi de pleno empleo. Llegando durante la pandemia a un 13,2%. Este indicador y su obtención son misteriosos, puesto que desde el anterior Gobierno de Piñera lo único que sabemos del INE y su funcionamiento, es que no pudo realizar el Censo correspondiente al año. Difícil imaginar a encuestadores de empleo en los últimos meses.
Lo que es claro es que después del encierro estaremos menos felices y mucho más solos, tanto por las certezas a las cuales llegaremos al darnos cuenta de nuestras realidades, como por el aislamiento que sufrieron los más débiles y vulnerables. Los mayores de 75 años, hasta hace poco encerrados para no enfermar, saldrán más débiles mentalmente, más inermes y, muchos de ellos, por la crisis a las que los llevó el encierro, incapacitados para reanudar las actividades que llevaban a cabo previamente.
Si los gobernantes y dirigentes a cargo de Chile no estuvieran preocupados solo del ingreso per cápita y de los “perdonazos” para permitir la evasión de impuestos a las grandes empresas, porque supuestamente crean empleo, deberían tomar algunas medidas que promovieran salir de la coyuntura, discutir esta experiencia y, con el conjunto del país, diseñar objetivos comunes que nos hagan sentir a todos felices. Claro que antes deben proveernos de elementos serios que les den credibilidad, ya que habría que ser muy ingenuo para creer que Lavín es socialdemócrata y que Longueira está a favor del APRUEBO.
Lo primero es unirnos para exigir información verdadera de lo que pasa en el mundo. Pese a que se filtran noticias de la prensa internacional o de revistas especializadas, la gran mayoría de los chilenos, globalmente hablando, ignora que la pérdida de fuentes de trabajo, en Chile y en el mundo, ya había ocurrido antes de la pandemia. En los 80 por la externalización al Asia de los talleres fabriles de las empresas para pagar menos salarios y, posteriormente, por el desarrollo acelerado y magistral de las nuevas tecnologías ahorradoras de mano de obra.
Pese a ser Chile un país pequeño y aislado ha logrado avances maravillosos con el uso de las nuevas tecnologías. Especialmente en lo relacionado con la energía y las condiciones ejemplares que posee para su desarrollo. Las Energías Renovables No Convencionales ya producen un 25,2% de la capacidad energética del país. A lo largo de todo el territorio se cuenta con parques eólicos y fotovoltaicos de gran magnitud. El parque fotovoltaico, “La Huella” en Coquimbo, genera energía por 220Ghv anuales, para el uso de 280.000 personas al año, lo que equivale, por el ahorro de carbono, a la plantación de 300.000 árboles.
Dentro de la preocupación por mejorar el medio ambiente Chile también se ha destacado. Ya en 2018 se habían vendido 866 vehículos híbridos enchufables, llegando a 1.500 en 2019. Se han construido a lo largo de todo Chile cargadores para las baterías de vehículos eléctricos. ENEL promueve en el Sur el reemplazo de la energía a leña por energía eléctrica y ya posee más de 1.200 puntos de carga de Arica a Magallanes; muchos de ellos instalados en los negocios de la Shell.
No obstante, sin considerar las energías, es posible observar en Chile el impacto de las nuevas tecnologías. La modernización de los puertos y la agricultura han eliminado miles de empleos, la industria forestal genera la madera digitalmente, el trabajo con robots y drones se multiplica y cada día se digitalizan más tareas al punto que la mayor parte de los trámites públicos se pueden hacer online.
Los avances en la minería son enormes al trabajar con vehículos sin conductor, desalinizar el agua de mar, lo que se hace con energía solar o eólica, y usar drones que realizan tareas autónomas, aumentan la productividad en un 30% y evitan accidentes laborales. Estos drones se usan en todas las actividades posibles, porque pueden hacer fotogrametría, termografía, mapear en 3D ingredientes peligrosos, hacer satinizaciones, almacenar y procesar.
Son muchos los adelantos que pudieran comentarse, como que Santiago ganó el primer premio a la ciudad inteligente en América Latina dentro del programa Chile Territorio Inteligente, pero lo más importante y lo más grave, lo que nos afecta y afectará por un tiempo, en nuestra felicidad y en nuestra amargura, es la pérdida de empleos. No solo perderemos nuestros empleos, sino la posibilidad, después de cierta edad, podría ser cincuenta años, de reciclarnos para formarnos en las nuevas técnicas y conocimientos y ocupar algún lugar en las nuevas formas de producción.
Esto lo saben los dirigentes del país y es inexplicable la razón por la cual siguen postponiendo la verdad. Es imprescindible que nos informen. No quieren que todos estemos conscientes de que lo que está ocurriendo en el empleo es estructural y que es el Gobierno quien debe tomar el toro por las astas, preocupándose del uso del tiempo libre de los desempleados, de la creación de nuevos empleos, de transformar la educación formulando, o transformando, profesiones y oficios que satisfagan las nuevas necesidades de la industria. Como en Europa, el Estado debe hacerse cargo de las necesidades de los más afectados.
Nosotros, los dirigidos, debemos asumir que estamos viviendo una revolución en el campo del trabajo, que debemos valorar las nuevas tecnologías y organizarnos solidariamente sin esperar nada de los que pretenden dirigirnos.
Entre nosotros, las organizaciones de base y las nuevas formas políticas que están surgiendo, debemos informarnos y lograr acuerdos mínimos sobre el tipo de sociedad en la que queremos vivir, expresar nuestros objetivos inmediatos para lograr la felicidad, unirnos para compensar las falencias y debilidades que tendrá este período de cambio violento y pensar en que a lo mejor también necesitamos crear un Ministerio de la Soledad.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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