“Héroes invisibles”, un problema de personajes



Buena historia de ficción, relatada por momentos en forma poco creíble, y desde algunos personajes con poca realidad. Lo último importa porque es una historia “basada en hechos reales” literalmente, con personajes reales, aún vivos, con el fin obvio de estrujarle savia a un relato de un abanico de personas situadas en momentos políticos y humanos extremos. Y aquí ya empezamos con problemas.
Una de las cosas que me encanta de Quentin Tarantino es cómo desmitifica “momentos extremos”. Dos tipos en camino a cometer una masacre, chacharean relajadamente sobre hamburguesas, sistemas métricos y el significado real de darle masajes en los pies a una mujer. Un grupo de asaltantes, antes de robar un banco, discuten sobre Madonna y lo correcto o incorrecto de las propinas. En una situación insostenible por su tensión (subterráneo, semioscuridad, falsos oficiales nazis en medio de verdaderos soldados alemanes medios borrachos, desconocidos jugando a conocerse mucho, oficial mega vivo de la SS sospechando…), en vez de llenarla de “miradas tensas”, “música tensa” y planos de acercamiento “tensos”, los hace jugar a adivinar personajes con papelitos en la frente.

A Tarantino le gusta que olamos el magma sin saber exactamente qué pasará ni cuándo, aunque sabemos que pasará; otros prefieren hacernos “entender” que está sucediendo una erupción, mostrándonos imágenes de lava y con Marcelo Lagos explicando al lado que este material es bastante caliente.
Lo primero es buen cine, lo otro es flojera.
La producción, la adaptación de época está genial, debo decir. Hay escenas de factura notable, como el enfrentamiento en calle Nueva York entre milicos y el GAP, y varias otras como la ya famosa del Estadio.
El gran problema es que desde el momento en que el mismo “personaje que representa a un GAP”, junto al “personaje que representa a un dirigente político de izquierda frustrado y moderado”, y el “personaje que representa a un político de izquierda pragmático” están sentados en una mesa diciendo exactamente lo que le corresponde a cada “personaje”, ya no veo a los personajes, sino a los “personajes”. Y ahí acaba toda credibilidad.
Recuerdo hace poco una serie policial alemana. Un capítulo trataba de un grupo de “musulmanes sospechosos”, entonces para explicarnos aquello, sientan a tres tipos con barba frondosa pero sin bigote alrededor de una mesa, con cara de estar pensando en cosas muy musulmanas con las cejas levantadas, los hacen decir frases disparatadas pero intercalando en cada una al menos dos veces la expresión “así es, hermano”, mientras asienten con la cabeza en la forma en que todos sabemos que lo hacen los musulmanes, por supuesto.
En la misma lógica, escuchar que en una mesa en la embajada de Finlandia ya abarrotada de refugiados se den diálogos tipo:
Compañero 1: No compañero, aquí hay que seguir luchando compañero…
Compañero 2: Pero compañero, ¡primero hay que analizar la coyuntura poh compañero!
Compañero 3: No compañero, ¡lo único que aquí tenemos que hacer es tomar las armas compañero!
Todo seguido de un golpe de palma en la mesa con cara de algo así como “decisión revolucionaria”, hacen que todo se me vaya al tacho y me dé más bien risa.
Que el personaje GAP, al encontrar a un Carlos Altamirano de papel maché en una habitación escondida, caiga de rodillas inundado de éxtasis por ver a su gurú, a su salvador, para pedirle la redención al darle la orden de salir a “luchar”, hace que la cosa ya se me convierta definitivamente en comedia.
Los estereotipos sirven, sin duda. Los finlandeses que verán esta serie, seguramente encontrarán en ella personajes creíbles y una historia emocionante por la humanidad desparramada en ella, porque las cosas se corresponden más o menos a cómo ellos “imaginan” a gente en una situación así en un país sudamericano. Ok. Pero de un trabajo en cine o en TV, espero que aparte del “mensaje” también sea un buen trabajo en cine o TV, porque si no, basta con ver un buen reportaje o un buen documental sobre el mismo tema, y de esos hay de sobra.
Esto no es responsabilidad de los actores. Muchas veces a ellos les cuelgan diálogos difíciles de matizar con algo de sensatez y les arman escenas que parecen camisas de fuerza. Es algo que sucede en muchas producciones nacionales. Sólo talentos bestiales pueden darle un toque de realidad, profundidad y sustancia a una estupidez tipo “no compañero, aquí sólo sirve la lucha armada compañero”.
Pero aún así, si toda la narración se basa una y otra vez en ese tipo de diálogos que hacen doler la guata al escucharlos, hay re poco que hacer. Si el director decidió que seguiría la línea de “el tipo con arma siempre es el primero en volverse histérico”, vemos dónde termina: un personaje poco interesante, unidimensional, al que más dan ganas de charchetearlo para que deje de joder, en vez de empatizar con su tragedia personal que para esta historia es exquisita. A Gastón Salgado lo enjaularon, lamentablemente.
Lo malo es que no todos los personajes están armados así en el guión. El segundo de la embajada finlandesa es el más notable yo creo, justamente porque es contradictorio, duda, se amistosea con gente del nuevo poder, le da miedo, lo supera, vuelve a dudar, se enoja, se compromete de nuevo.
Lo de Nelson Cantillana también daba para algo más humeante, pero después del inicio lo fueron dejando más bien en una contribución anecdótica.
Digo “lo malo” porque esto te hace ver el claro desequilibrio entre unos y otros. En una orquesta perfecta, cualquier desafinación se nota mucho más que en una orquesta más bien mediocre pero parejita. Aquí uno pasa todo el tiempo saltando de diálogos más o menos sensatos en su contexto, a otros que pareciera que los trajeron a la fuerza desde otra película, y eso agota y te saca de la historia.
El personaje del embajador sueco Harald Edelstam me parece uno de los más consistentes, aún estando por momentos al borde de cierta caricatura (¿se imaginan a un embajador gritando desaforado afuera del estadio “donde yo piso es tierra sueca”, y que por eso lo dejen pasar?). Pero ya su sola presencia, la estampa que transmite, llena pantalla.
Pero ver a ese Edelstam discutiendo con un capitán de Ejército que parece papá-apoderado disfrazado de soldado para la kermesse del colegio, destroza. De hecho, pocos personajes de militares son creíbles, y principalmente por los diálogos en que los encierran.
El almirante Ismael Huerta es tan circense que no queda otra que creerle, se la jugó el compadre ahí. En vez de contención “castrense” le dio pasión “civil” al personaje, y eso salva sus diálogos al hacerlos parte de una personalidad medio barroca, o medio Dalí, o más un ministro político de ambiciones oscuras pero sonrientes, que un almirante limitándose a cumplir su deber con labios apretados y paso correcto.
El de Marcial Tagle podría haber sido uno de peso mayor, si no lo hubieran rodeado de situaciones absurdas y diálogos clichés. Venía con sustancia ya desde la reunión social pre-golpe, con ese primer diálogo cargado de resignados pero desafiantes y anticipatorios sarcasmos con Huerta, porque Tagle es sencillamente tremendo, pero al personaje se lo chupó lo otro.
Si todo hubiese contado con personajes construidos armónicamente entre ellos y dirigidos ídem, renunciando a los clichés “explicativos” que siempre sobran, sería una serie que podría volver a verse cada tanto para volver a admirarse y emocionarse.
No es una catástrofe ni mucho menos, recomiendo de todas maneras verla. Soy consciente que en temas de cine soy bastante perfeccionista y el hecho de quedar con gusto a poco es algo personal mío. Pero justo en esta se conjugan varias de las cosas que molestan demasiado.
Ah, por si acaso… comparando esta serie con “El Clavel Negro”, que es una película sobre Edelstam, esta es una obra de arte. La otra definitivamente debe estar entre las películas más malas que haya visto en mi vida. Mal los suecos ahí.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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