Lecciones latinas para las elecciones de Estados Unidos de América



A medida que Estados Unidos sigue liderando el ranking de coronavirus a nivel global (con 4% de la población total y 22% de los casos), es cada vez más claro que el presidente Trump tiene mucho que aprender de varias naciones sobre el seguimiento y las pruebas del virus, o incluso sobre cómo fomentar el uso de cubrebocas y reforzar los hallazgos de la ciencia. Conforme se acercan las elecciones y el retador Joe Biden asume una amplia ventaja en popularidad, el presidente amenaza con no reconocer los resultados electorales.
De hecho, Trump está tomando lecciones del libro de jugadas de algunos de los líderes más notorios de América Latina. Pero de líderes que comandaron a sus naciones como autoritarios durante el siglo XX.  Aquí en el siglo XXI, América Latina se ha democratizado, ha puesto un mayor énfasis en el Estado de Derecho y —al menos en muchos países— ha tratado de disminuir la desigualdad económica.  Hay varias lecciones que Estados Unidos podría aprender de América Latina esta temporada electoral.
Esperamos que en Estados Unidos el jefe de la Corte Suprema, John Roberts, no le tome juramento como presidente a un perdedor electoral
Primero, si los perdedores electorales no se van pueden ser arrastrados hacia fuera por los militares si es necesario. Las naciones del Cono Sur enfrentaron golpes militares en el siglo XX pero también experimentaron el apoyo militar para asegurar que presidentes debidamente electos pudieran asumir el cargo. Esperamos que en Estados Unidos el jefe de la Corte Suprema, John Roberts, no le tome juramento como presidente a un perdedor electoral el 20 de enero de 2021.
Pero los jefes del Estado Mayor Conjunto de las fuerzas armadas pueden necesitar respaldar a Biden, si gana, para garantizar la salida pacífica de Trump (y eso podría depender en parte de las posiciones públicas tomadas por líderes militares pasados y actuales y por miembros prominentes del partido republicano de Trump, como aquellos en el Congreso). Si bien muchos observadores de América Latina nunca imaginaron que el apoyo militar a los civiles sería tan vital en el hemisferio occidental en este siglo, yo nunca pensé que esto podría ser particularmente necesario en los Estados Unidos.
Una segunda lección de la historia política latinoamericana para Estados Unidos, obtenida de elecciones sin integridad como la de México en 1988 y la de Panamá en 1989, es que a veces “las elecciones sucias” deben ser limpiadas a través de los esfuerzos de una extensa movilización ciudadana y el testimonio de líderes nacionales e internacionales. Las leyes electorales estadounidenses son profundamente defectuosas, especialmente con respecto al Colegio Electoral que permite que unos pocos “estados oscilantes” (los llamados swing states) decidan los resultados. Tanto en 2016 como en 2000, el ganador del voto popular no tomó posesión en Estados Unidos.
Además, los bolsillos sin fondo del financiamiento de campañas —después del caso judicial Citizens United— y el permitir a cada condado tener su propia ley electoral, son  tragedias que harían estremecer a los demócratas latinoamericanos. Tendremos que arreglar esos problemas después de las elecciones. Pero en estos días previos, tal vez tengamos que tomar nuestra experiencia movilizadora con “Black Lives Matter” para organizar cacerolazos del tipo utilizado en Chile para llamar la atención sobre los dictadores en la década de 1980.
La globalización y el neoliberalismo tuvieron costos reales para la calidad de vida de la gente
Una tercera lección de la historia política latinoamericana viene de los gobiernos de centro-izquierda del siglo XXI de Rousseff en Brasil, los Kirchner en Argentina e incluso Correa en Ecuador y Morales en Bolivia (antes de que codiciara más periodos). La globalización y el neoliberalismo tuvieron costos reales para la calidad de vida de la gente y la única manera de compensarla fue convirtiéndola en “accionista” de una nueva economía mediante la expansión del bienestar social y los servicios gubernamentales.
En las dos décadas pasadas, la desigualdad de ingresos en Estados Unidos ha empeorado dramáticamente, y ahora es la peor (por mucho) entre las economías desarrolladas.  Según las mediciones del coeficiente GINI de las Naciones Unidas, en los últimos años Estados Unidos ha clasificado número 51 de 160 en desigualdad, por debajo de las potencias económicas de Europa occidental y Asia e inclusive de Argentina (53), Uruguay (63) y El Salvador (73  más desigual) y ligeramente por encima de Bolivia (36) y Perú (39). Más importante aún, la mayoría de las naciones latinoamericanas están en una trayectoria hacia una menor desigualdad, mientras que Estados Unidos está yendo en el sentido contrario.
Mi padre me enseñó a nunca usar públicamente el término “idiota” para describir a una persona, pero falleció antes de conocer las “políticas COVID” de Trump. Incluso antes de la pandemia, empezando por la pieza central de su campaña de 2016 de levantar un muro con México, Trump ha insultado a personas de todo el hemisferio, maldita sea, de todo el mundo. Joe Biden revertiría las políticas migratorias xenófobas de Trump  e integraría nuevamente a Estados Unidos en el sistema mundial en áreas importantes como el comercio y la mitigación del cambio climático.
Y quizás lo más importante, junto a Kamala Harris y su administración tendrían la empatía y la curiosidad de mirar a los demás en busca de ejemplos. Para aprender a arreglar sistemas electorales rotos y aumentar el bienestar social, no podrían hacer nada mejor que mirar a América Latina, que ha hecho un trabajo plausible para mejorar las elecciones y un trabajo razonable para fortalecer el bienestar de la ciudadanía.
La tarea de luchar contra la pobreza está lejos de terminar en América Latina, pero muchos gobiernos han dedicado recursos a las obras públicas y el bienestar ciudadano. Esto ayuda a mejorar la educación cívica de la gente y la prepara para la participación electoral, a la vez que disminuye su interés en el clientelismo. Biden es nuestra última esperanza para un nuevo abrazo en las relaciones de EE.UU. con las Américas, después de las pesadillas gemelas de COVID-19 y Donald Trump, y para dejar de lado la polarización, exacerbada por las redes sociales, y volver a ser una democracia civil otra vez.
A mis compatriotas gringos, fatigados por el giro autoritario en los Estados Unidos: recuerden los cánticos de nuestros vecinos latinoamericanos del siglo pasado en sus duras luchas contra dictadores más brutales y opresivos: el pueblo unido, jamás será vencido.
* Todd Eisenstadt es Politólogo. Profesor de la American University, Washington, DC. Director de estudios para el Centro de Política Medioambiental (CEP, por sus siglas en inglés). Coautor del libro “¿Quién habla por la naturaleza?” (Oxford University Press 2019).
*Traducción del inglés de José Ramón López Rubí
* Este artículo fue publicado originalmente en Latinoamérica21, un proyecto plural que difunde diferentes visiones de América Latina.



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