Unidad en la diferencia: una lección neoliberal



Una nueva Constitución no será un programa de gobierno. Esto quiere decir que el producto final del proceso constituyente no será un listado de políticas públicas particulares y específicas, sino que será un acuerdo acerca de cómo se constituirá la política de la república de Chile. La especificidad de las políticas públicas se definirá luego en las urnas. A pesar de esto, es posible entender el plebiscito del 25 de octubre como el inicio de un proceso de desconstitucionalización del neoliberalismo en el siguiente sentido: actualmente, una minoría tiene un poder de veto estructural, pues ningún pilar relevante del orden social imperante podrá cambiar si esa minoría así lo decide. Tenemos, entonces, en la práctica, un neoliberalismo constitucionalmente protegido. Si nos damos una nueva Constitución, tendremos una situación distinta, pues aquella minoría que antes ejercía poder de veto, ahora podrá impedir que determinados artículos entren a la Constitución, pero, al partir de una hoja en blanco, perderá su capacidad de bloquear, a través del mantra de la inconstitucionalidad, iniciativas que busquen modificar los pilares del modelo chileno.
Por supuesto, lo anterior no quiere decir que la nueva Constitución será “anti-neoliberal”, pues, si una fuerza política triunfa en las elecciones presidenciales con un programa inspirado en este ideario, podrá gobernar sin problemas. Lo que significa la expresión “desconstitucionalización del neoliberalismo” es que se impedirá aquello que Jaime Guzmán declaraba explícitamente que buscaba la Constitución de 1980 y que la firma de Ricardo Lagos en 2005 no pudo evitar, esto es, garantizar que “si llegan a gobernar los adversarios, se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno mismo anhelaría”.
Ahora bien, la hegemonía neoliberal es un fenómeno mundial y, como advertirán los(as) lectores(as), no hubo tiranías con pretensiones constituyentes en todo el mundo. El neoliberalismo devino, como dicen Laval y Dardot, “razón del mundo” a través de diversos procesos políticos y económicos que no atañen a este artículo. Sin embargo, existe un fenómeno en el origen de la vorágine neoliberal que es digno de destacar. Nos referimos a la capacidad de cohesión que tuvo el neoliberalismo en su génesis, a pesar de la heterogeneidad ideológica de sus intelectuales. El objetivo de esta breve reflexión es mostrar que este fenómeno fundacional debiera ser fuente de aprendizaje para el proceso constituyente que se avecina y para el futuro de todo proyecto político que se conciba como alternativa al que actualmente nos rige.
El evento al que aludimos es el Coloquio Walter Lippmann celebrado en París en 1938. Se trata de un congreso poco conocido, pero que en el último tiempo ha ido ganando relevancia en el estudio del pensamiento neoliberal, pues congregó a una buena parte de los más relevantes pensadores liberales de la época, entre ellos, Louis Rougier, Raymond Aron, Friedrich von Hayek, Ludwig von Mises, Wilhelm Röpcke y Alexander Rüstow. El objetivo de la convocatoria era doble: presentar el libro The Good Society (1937) de Walter Lippmann y, además, sentar las bases de una renovación de la filosofía liberal que había entrado en crisis. Como ha mostrado Dieter Plehwe, la heterogeneidad ideológica de la reunión era importante y ella quedó representada en la definición del proyecto político neoliberal que emanó del evento: el nuevo liberalismo, el sucesor del laissez-faire, consistía en “la prioridad del mecanismo de precios, la libre empresa, el sistema de competencia y un estado fuerte e imparcial”. La amplitud de esta definición permitió la convivencia de dos almas en disputa: por una parte, el neoliberalismo alemán u ordoliberalismo planteado por la Escuela de Friburgo que le otorgaba un rol protagónico al Estado en el desarrollo de la economía, y, por otra parte, el neoliberalismo austro-norteamericano promovido por las Escuela de Chicago y Austriaca que desconfiaba profundamente de la acción del Estado.
A pesar de las disputas ideológicas en torno al rol del Estado, que no eran leves – un ejemplo ilustrativo es la discusión en torno a los monopolios. Mientras que para la Escuela de Chicago, esta falla de mercado no representaba un problema relevante, la postura ordoliberal fue decididamente opuesta: el Estado debía asegurar la competencia, es decir, debía acabar con los monopolios –, los neoliberales tuvieron la capacidad de unirse en la diferencia y sentaron las bases de un tipo de racionalidad de gobierno que devino hegemonía mundial, casi 4 décadas después de la celebración del Coloquio Lippmann, de la mano de la política económica impulsada por la triada Reagan, Thatcher y Pinochet. Los ordoliberales no renunciaron a su idea de un Estado fuerte y el neoliberalismo austro-norteamericano siguió arguyendo a favor de un Estado mínimo. Sin embargo, el acuerdo mínimo original posibilitó un proyecto de sociedad común. Insistimos en referirnos exclusivamente al acuerdo original, pues, como advertirán los(as) lectores(as) críticos(as), la voracidad del avance neoliberal requirió de tecnologías de poder que, por supuesto, no emanan de la pura buena voluntad y que no se desplegaron en plena armonía. Sin embargo, el foco de esta reflexión es la importancia de un punto de partida común.
Unión en la diferencia. He ahí la enseñanza neoliberal. Toda coalición que se plantee el objetivo de superar lo que Foucault denominó sociedad-empresa debe, paradójicamente, aprender esta lección. El motivo es doble: en una primera etapa, la unidad será necesaria para la construcción de una visión constituyente participativa que agrupe, sin exclusión, a todas las fuerzas políticas que consideren que la Constitución de la república no debe contener candados ni trampas. En una segunda etapa, esto es, una vez concluido el proceso constituyente, la unidad será fundamental para que un proyecto alternativo al neoliberalismo tenga sustentabilidad política suficiente. Con esto nos referimos a la capacidad de construir un marco capaz de contener la diversidad ideológica que seguramente aflorará en el futuro. En esto, el neoliberalismo fue extremadamente pragmático y hábil: el marco de acción está definido por la competencia total – sistema de precios y libre empresa – y la imparcialidad estatal. Sobre la definición de estos límites descansa la posibilidad de soñar un nuevo porvenir.
 
 
 

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