La primera línea en educación



El 16 de octubre de cada año celebramos el día de los maestros y maestras en nuestro Chile. Hito que suele estar plagado de recuerdos a una profesión que en el tiempo se ha ido progresivamente devaluando, al unísono de algunas otras, y que en crisis agudas como la que vivimos, experimenta atisbos de revalorización, al comprenderse por muchos de sus críticos la complejidad que engloba su tarea.
Ni siquiera la pandemia que nos azota como humanidad ha permitido ver a los que no quieren ver, que una profesión no solo es un medio de generar “beneficios personales”, como el mantra del neoliberalismo enseña, sino esencialmente “beneficios sociales” y los maestros, junto –por cierto– al personal de salud, a los de servicios básicos en general y a otros, forman parte del ejército invisible que el mercado ha relegado con la indiferencia y el olvido, lejos de las cámaras rutilantes de aquellas profesiones u oficios “vistosos” que ahora han desaparecido, di-luidos por su escaso “valor público”.
La pandemia transparentó la enorme desigualdad –si no injusticia social– de un país adormecido por años gracias a los matinales de televisión –y sus ensayos sobre la ceguera– y opinólogos que buscan transcender con lo irrelevante diciéndole “al rey desnudo”: ¡Qué bien se ve con su traje!… uniformando una realidad que, a todas luces, no es uniforme, sino muy diversa, ahora más que antes con el aporte de los nuevos migrantes.
Nuestro país es una sociedad de fuertes contrastes, de grandes inequidades, sobre las cuales el mercado apuntó a mantener y fortalecer, justificando bajo el mérito los logros que se deben –en su gran mayoría– al origen “de cuna”, al dónde nacemos, y no al esfuerzo individual en una cancha que siempre ha sido dispareja y beneficiosa de los que tienen mucho, y hoy mucho más, y que no quieren ceder sus privilegios.
Maestras y maestros, con mayor o menor vocación, han hecho soñar a las generaciones de estudiantes que es posible romper el círculo de la pobreza –tarea muy compleja que pocos alcanzan– y también han enseñado valores en un país que ha visto cómo han sido pisoteados varias veces por algunas instituciones públicas y privadas, laicas y de credo, empresariales y de aparente servicio público, hoy apreciadas en toda su pequeñez.
Maestros y maestras han debido sortear sus propias limitaciones y las precariedades materiales de un país que no estaba ni remotamente preparado para enfrentar esta tarea, sin quejas, con los temores y dudas que a todos nos asisten, haciendo que su labor, en este escenario tan complejo, precisamente redujera los impactos negativos. Chile es menos injusto, menos desigual de lo que pudo haber sido, gracias al hacer de todos sus profesores y profesoras en esta pandemia.
Colegas, hoy estoy cierto que padres y apoderados entienden mucho más que antes lo que es educar, que los estudiantes valoran el espacio de la escuela, que hemos aprendido a trabajar en formatos nuevos, que se puede hacer otras cosas diferentes, que es posible tener estudiantes más autónomos… que es fundamental potenciar lo que se ha aprendido en vez de solo pensar en lo que no hemos hecho.
Esa es la tarea de la primera línea de la educación, donde aprendimos que juntos… somos muchos más.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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