Las preocupaciones de Andrónico – El Mostrador



En el contexto actual, donde formas de hacer política, de carácter oligárquica y de mirarse a sí mismo, se confunden con toda la actividad política; y donde a aquellos miembros de partidos políticos que han caído en acciones corruptas se les confunde con “todos los políticos”, es normal reproducir el viejo estribillo que proviene de los tiempos de la dictadura, y que cada cierto tiempo aterriza en la arena pública bajo la forma de una desconfianza hacia el mundo político y hacia la política en general.
No se realiza el ejercicio serio y responsable de hacer la diferencia entre aquellos ciudadanos que se dedican a la política de manera noble y austera para lograr el bien común, de un conjunto de políticos(as) que desde hace años ocupan la puerta giratoria que va del Gobierno a los directorios de empresas y desde estos nuevamente al Gobierno.
A quien nunca ha militado en un partido político, percibir de esta manera la relación entre el mundo de la política y la actividad empresarial, lo único que le interesa es alejarse lo más posible de este tipo actividad. A lo más, le interesa acercarse a este mundo solo como espectador de aquellas series y películas que Netflix muestra semanalmente. Por otra parte, es justamente lo que muestran los medios de comunicación cotidianamente: la perversa relación entre la política y los negocios.
Pero en la vida cotidiana, en el mundo de la realidad, el rol del militante y del simpatizante tiene muchos matices y en la mayoría de ellos es diametralmente opuesto a la lógica del dinero. Las más de las veces, la acción es desinteresada, más ahora donde la fragilidad y vulnerabilidad que ha generado la pandemia del COVID-19 es de tal magnitud que solo la comunidad y acción colectiva de independientes, militantes y simpatizantes ha permitido enfrentar la soledad en que este Estado ausente y neoliberal los ha dejado. De esta manera se organizan ollas comunes para que los desamparados se sientan cobijados como personas, más allá de la caja de mercadería que hipotéticamente les ha llegado. Es el mundo del dirigente vecinal y sindical, que puja por beneficios para sus compañeros de trabajo y del barrio, que se expone públicamente ante la autoridad municipal y empresarial para defender derechos.
Ese relato, el de la lógica del mercado y del dinero, hace invisible el sacrificio, la lealtad y el tiempo que estos voluntarios –muchos de ellos militantes– ocupan en actividades de bien común, bajo una concepción comunitaria de la existencia, que enriquece la vida social en la base, en el sindicato, en el barrio, en el gremio, en las universidades y en las poblaciones de Chile. Invisibiliza también el motivo de su acción, que es contribuir para que Chile sea un país mejor. Esa actividad también es profundamente política.
Por esta razón es que nos llama poderosamente la atención el mensaje desde los principales conglomerados empresariales del país, de colocar a todos quienes se manifiestan por poner freno a los abusos y privilegios; por insistir en regular la acción del mercado, y se trate a todos ellos como políticos corruptos. Esta rutina pinochetista de confundir el todo con una parte, tiene algo de simplismo, injusticia y mucho de manipulación.
En efecto, es simple porque deposita la responsabilidad exclusiva del devenir de Chile solo en los ciudadanos dedicados a la política. Es injusta, porque todos los problemas de Chile se adscriben al desempeño de los políticos, sin identificar a los responsables, aquella casta política corrupta en contubernio con la oligarquía empresarial. Y es manipuladora, pues sostiene que mientras que a los políticos no les está permitido involucrarse en negocios –y eso está muy bien–, pareciera no haber problemas con que los empresarios intervengan en política.
Pero la ciudadanía ya se dio cuenta de esta realidad. Después del 18-O, los estándares de representación, legitimidad y liderazgo han cambiado radicalmente. Un síntoma de ello es la ley que forzó a la reelección acotada y no eterna de representantes. Falta aún que la ciudadanía tome conciencia de que es impropio que los empresarios –en vez de hacer su trabajo (generar empleos, crecimiento, competir para satisfacer a los consumidores y no coludirse para perjudicarlos)–, se transformen en actores políticos, sin medirse en elecciones populares y sin tener cargos en el Gobierno. Sin embargo, como es de derecho, la libertad de expresión es un bien sagrado en los países civilizados, por lo cual es legítimo que todos, incluidos los multimillonarios, tengan la posibilidad de expresarse. Es el caso del señor Andrónico Luksic.
El empresario ha instalado tres temas, dos de los cuales son motivo de discusión. Compartimos su mirada sobre la representación de los pueblos originarios y creemos que el Gobierno debería actuar de modo prolijo y oportuno para resolver esto cuanto antes. Este tema es claramente de resolución política. Sin embargo, nos asombran los otros dos temas.
El primero es la propiedad privada. En una columna publicada el 14 de septiembre en otro medio de circulación nacional, levanta los fantasmas de siempre asociados al miedo de que Chile reviva sus traumas. El sentido histórico de su afirmación es prístina: se refiere al Golpe de Estado de 1973 y allí está su primer error. Esto no tiene nada que ver con la Guerra Fría. ¡La URSS ya no existe! Nadie está por los sóviets y la economía planificada. Lo que sucedió el 18-O no fue un estallido social que sale de la nada, algo mágico o misterioso. Ni siquiera fue un estallido: esto fue una primavera plebeya, la instancia que permitió que los chilenos se reconocieran más allá del individualismo neoliberal y salieran a pedir un cambio colectivo, porque los problemas eran de casi todos y estaban unidos por el abuso.
Fue una declaración colectiva a favor de la dignidad. La ciudadanía se constituyó en la marcha, en la protesta, en el tuit. Constató que los problemas propios eran los problemas del otro y avizoró un sentido de comunidad, que la política económica y cultural de los últimos años sistemáticamente negó. Es un llamado general a modificar nuestras reglas de convivencia. Es un llamado a terminar con los abusos. Nadie pide la expropiación de nada. Nadie está por abolir la propiedad privada. Y si la Constitución es minimalista, no queda la menor duda que los mínimos nos harán dormir a todos muy tranquilos, pues –de nuevo– el mundo político de los ciudadanos dedicados a la política no pondrá en tela de juicio la autonomía del Banco Central, la libertad de enseñanza o culto, la libertad de expresión o la separación de poderes del Estado.
La nueva Constitución no castigará a los emprendedores, a las pymes o a los innovadores que generan negocios intensivos en tecnología. La nueva Constitución deberá generar reglas para desarrollar los mercados y en especial modernizar el mercado de capitales. Pero, sin duda, diseñará una mejor distribución del poder, para que en Chile, todos sus hijos tengan las mismas oportunidades. Es de esperar que fije obstáculos a la concentración económica, pues, como todos saben, eso impide el crecimiento económico sostenido. La historia así lo muestra en el caso de Roma, cuyo declive comienza en el siglo I; Venecia en el siglo XIV, la Unión Soviética en 1970 y Chile en la actualidad.
El segundo tema apunta a las reglas del plebiscito. El señor Luksic está preocupado por los independientes, ya que considera que si no se cautela la representación de ellos, los 155 constituyentes serán simpatizantes o militantes de partidos políticos. ¿Por qué el señor Luksic define esto como una preocupación? Por las razones que expusimos al iniciar esta columna: porque también es un portavoz del estribillo pinochetista de la tentación autoritaria. Pero, respecto de su preocupación creemos que este es un falso problema.
En primer lugar, porque han sido los propios partidos los que han optado por abrir las listas a los independientes. En segundo lugar, porque todos los candidatos tienen intereses políticos y seguramente poseen una concepción de la política y una historia de preferencias e ideales políticos bien definidos a pesar de no militar en partidos políticos. Y eso está bien. Porque el ideal democrático también se reproduce sanamente cuando personas sin militancia política están preocupadas y ocupadas en los asuntos públicos. De modo que la futura convención tendrá muchos independientes, aunque ninguno será neutral, porque eso no existe.
El plebiscito y la futura convención constitucional representan la esperanza de un Chile inclusivo, más democrático y más digno. Es claro que no resolverá los problemas sociales y económicos del país, pero impedirá que se sigan ahondando. Es un mecanismo no solo civilizatorio, sino también de supervivencia. Los únicos riesgos para la democracia es que no dialoguemos de forma franca y sin segundas intenciones. El señor Luksic manifiesta muchas preocupaciones y dudas sobre el plebiscito, pero se guarda de expresar su opinión sobre el mundo empresarial, que en rigor es el mundo que le compete. Como se ha dicho, el señor Luksic tiene derecho a expresar su opinión. Este país no pertenece solo al 99% de los chilenos. El 1% de la población es parte también de Chile y, por la riqueza y el poder que ostentan, su rol es protagónico en este cambio histórico. Entonces, para iniciar la conversación:
¿Qué le parece la concentración económica? ¿Está usted a favor de que los mercados sean menos opacos y más competitivos para que los consumidores se beneficien y no paguen los costos de la colusión? ¿Está por cambiar el rol de los bancos privados y ampliar el crédito a la pyme? ¿Le parece que los grandes conglomerados hagan alianzas con el sector público para desarrollar las industrias del futuro? ¿Está a favor de liberar las manos atadas del Estado y sus empresas para desarrollar las industrias estratégicas de Chile? ¿Qué opina de incentivar la I&D en las empresas chilenas? ¿Qué opina del impuesto al patrimonio de los multimillonarios? ¿Una sola vez o cada 5 años? ¿Cuál es el mecanismo para que las empresas que desarrollan actividades económicas subsidiadas o apoyadas por el Estado no tengan sede en paraísos fiscales? ¿Cómo combatir la evasión tributaria? ¿Cómo castigar la corrupción de las empresas, el espionaje industrial y la competencia desleal? ¿Cómo enfrentar la robotización, la digitalización y el rol de la inteligencia artificial en el mercado del trabajo y esforzarse para que los costos no los pague el trabajador? ¿Habrá que pensar, como ya han expresado distinguidos economistas, que Chile está preparado para algún tipo de Renta Básica Universal?
Una conversación con altura de miras sobre el futuro del país incluye todos estos temas y varios otros más. Entonces, señor Luksic, ¿cuáles son sus preocupaciones sobre estas materias que atañen al mundo de la economía y los negocios? Su turno.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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