Apruebo por el pasado, el presente y el futuro



Se viene un tiempo que probablemente contaremos el resto de nuestras vidas. Creo que estamos viviendo uno de esos minutos que dividen a nuestra sociedad y hacen que la historia nos enrostre qué opción tomamos. Es probable que debamos contarles a futuras generaciones qué opción tomamos el 25 de octubre de 2020, tal y como a muchos de nosotros nos han contado lo que hicieron en 1988. Yo era un niño en ese entonces, pero hoy de adulto entiendo y comprendo lo que estos procesos políticos significan. No por nada todos los presidentes posteriormente han declarado abiertamente haber dicho No a la dictadura. Hoy entendemos la sociedad entre quienes dijeron Sí y quienes soñaban con la alegría de la democracia.
Es cierto, puede que el camino haya sido pedregoso. Pero nadie dijo que luego del plebiscito del 88 todo sería sencillo. Si bien se había vuelto a la democracia, cualquier cambio estaba sujeto a la Constitución impuesta, defendida en primera persona por quien había expandido el terror en nuestro país, en ese entonces senador designado. Otros tiempos, otras generaciones, otros códigos.
Hoy nos encontramos frente a lo que podría ser lo más parecido al rawlsiano velo de la ignorancia. Claro, ninguna de las 155 personas que podrían ser parte de la Convención Constitucional deberá tomar una posición aleatoria en la sociedad posteriormente, pero eso no quita que cada uno de ellos busque un balance para alcanzar una sociedad más justa. Al menos quienes tenemos confianza en las personas de nuestro país podemos creerlo.
Tenemos la opción de elegir cómo vivir juntos por primera vez en doscientos años de existencia, cosa que no todos los países han podido hacer. Por eso, yo voto Apruebo por el pasado. Ninguno de nosotros eligió nacer, ni tampoco eligió la familia ni el país donde crecer, la religión que nos formó ni el colegio donde estudiar. Al menos tener la posibilidad de debatir y establecer las reglas de cómo vivir en un mismo territorio pareciera ser un mínimo de libertad existencial. Es cierto, esto lo podría pedir cualquier generación. Bueno, que así sea. Aseguremos que, en el futuro, libre y soberanamente, las generaciones venideras puedan optar a hacer una revisión de sus reglas de vida en común. Al menos hasta ahora ninguna lo ha podido hacer y por eso es que este momento, nuestro momento, es tan significativo.
Actualmente vivimos bajo principios que han dificultado la convivencia y que nos limitan para enfrentar y resolver los desafíos pasados, presentes y futuros. Por un lado, en el eje colaborar-competir se ha tomado el camino de la competencia y, por otro lado, en el eje de confiar-desconfiar se ha priorizado la desconfianza. Pasar de una sociedad que vive en el cuadrante competencia-desconfianza al cuadrante colaboración-confianza es un radical cambio cultural, social, educacional y político que requiere una comprensión de la vida absolutamente opuesta a la actual. Justamente en el cuadrante en que nos encontramos es que se prioriza la jerarquía, el control extremo y la rendición de cuentas muchas veces meramente administrativa. En cambio, el cuadrante al que aspiramos nos abre las puertas a mecanismos de balance colectivo que favorecen la participación, la renovación periódica de los códigos de comportamiento y la sana y necesaria rotación en el poder.
La humanidad tiene un valor en sí mismo, pero la vida civilizada tiene otro adicional. Un momento civilizatorio como el actual no puede ser menospreciado ni banalizado. Es el minuto en que debemos reivindicar la política como la vía de entendimiento que una especie, nuestra especie humana, ha establecido para mantenerse en un código mutuo de no violencia por la supervivencia en un mismo espacio físico. Reivindicar la política no es estar contra los partidos políticos, sino que reconocer y valorar la participación política organizada de manera de convocar a todos quienes desean ser parte de la determinación de la vida en comunidad, aun cuando no se identifiquen o sientan representadas por los partidos.
La política debe enaltecer al ser humano, reconociendo la capacidad y habilidad de razonamiento de nuestra especie por el bien común. Por eso, desde Independientes No Neutrales, buscamos convocar a las personas independientes con ansias de participar por primera vez, o bien que busquen reconciliarse con los procesos democráticos que los han defraudado en el pasado, y ofrecerles un espacio de respeto, profesional, entusiasta y fraterno para canalizar la participación que la vida civilizada demanda.
Vivimos un momento en que la especie humana debe pensar su rol en el planeta o simplemente avanzar hasta la irremediable extinción. El planeta demanda un respiro frente a la tensionada destrucción y contaminación por mero beneficio humano. La generación de energía a toda costa no puede ser el principio que aglutine a las personas. Debemos tomar conciencia, conciencia plena, del costo que nuestro progreso significa para nuestro hogar, el único que tenemos. Es momento de generar un nuevo pacto social, pero también un nuevo pacto con la naturaleza donde el progreso no se mida solo a través del PIB, sino también por las emisiones de carbono o la huella hídrica. El crecimiento sostenible no puede seguir siendo un ideal, debe ser una norma.
La tecnología moldea la cultura humana de manera invisible. Hoy nos tiene con los ojos frente a una pantalla y nos permite comunicarnos de manera inmediata. Esa es nuestra vida, pero no lo era hace tan solo 15 años. Esa misma tecnología está haciendo que debamos pensar vías de reproducción de la especie, así como de prolongación de la vida. Se vienen años en que la bioética determinará los debates. ¿Aceptaremos que los más ricos opten por pagar por tratamientos de ingeniería genética para otorgar mayores atributos físicos, y tal vez intelectuales, a sus descendientes con técnicas como el CRISPR-CAS9? ¿Tomaremos postura frente a la posibilidad que algunas personas puedan extender su vida indefinidamente? La soledad se convertirá incluso en un suero entre tanta desorientación. El nuevo pacto debe sentar las bases para que estos dilemas sean abordables democráticamente e impidamos la profundización radical e irreversible de las desigualdades.
Es nuestro deber construir un país digno para nacer, digno para vivir y digno para morir. El futuro es incierto, no sabemos lo que nos deparan los próximos 50 años, pero al menos debemos fijar los parámetros constitucionales para que, sea lo que sea, podamos tomar las mejores decisiones, y la distribución y equilibrios del poder permitan que no sea solo un pequeño grupo el que las tome, sino que a través de canales participativos y espacios realmente representativos se determine el mejor camino para el bien común. Por eso, yo voto Apruebo por el futuro.
Pero esto no es miel sobre hojuelas. Hay expectativas que debemos mantener a raya. Ofrecer un mejor país solamente por una nueva Constitución sería irresponsable. Al menos yo no lo siento así.
Chile tiene la posibilidad de ser un ejemplo global y definir una Constitución democrática basada en la dignidad humana y en equilibrio con la naturaleza. Tenemos la oportunidad de pensarnos frente a estos desafíos globales a escala local, entendiendo la Constitución como el piso mínimo habilitante para pensar en estos desafíos, estableciendo los límites y reglas de distribución del poder y sus instituciones y, sobre todo, generando un entendimiento humanista común.
Los seres humanos somos seres sociales y, como tales, estamos determinados por ritos y símbolos. Hoy, el plebiscito es un símbolo reparatorio de años de abusos, miseria y abandono, y permitir dar un paso adelante en los anhelos del pueblo: más justicia social, más entendimiento y más igualdad de trato.
¿Qué escenarios tenemos como posibilidades? Supongamos que en el plebiscito gana el Rechazo. Si así fuera, vendría un periodo confuso de cambios constitucionales a través de una institucionalidad poco confiable, como el Congreso en la actualidad. Los procesos sociales seguirán ardientes y no encontraremos un cauce institucional a las múltiples demandas expuestas por años.
Si gana el Apruebo, es solo el comienzo. Quizás algunos quieran un proceso en que se incluyan en la Constitución no solo los mínimos civilizatorios, sino que una amplia variedad de derechos sociales. ¿Quiere decir eso que se vayan a cumplir posteriormente? Para nada, ejemplos de esto abundan. Este escenario podría traer más frustración y confusión social, viendo que la gran esperanza en esta promesa, una vez más, no fue cumplida. Si así fuera, probablemente el estado de ánimo popular sea de insatisfacción de lo que resultó el proceso constitucional. Con eso se abren dos escenarios. Por un lado, deslegitimar el proceso completo por no haber llegado al resultado absoluto esperado y, por otro, perpetuar las demandas por mayor justicia y equidad, pero esta vez, con absoluta desesperanza.
Con todo, si bien ninguno de los escenarios post Convención Constitucional descritos parecieran ser la utopía anhelada, eso no quita que la opción Apruebo siga siendo las más conveniente, atractiva, convocante y esperanzadora. Es igualmente válido que se produzca un escenario en que la Constitución siente las bases para avanzar en mayor justicia social y un desarrollo en equilibrio con la naturaleza. Pero, sobre todo, la espera ya no da más. Es necesario un gesto, una muestra real de autodeterminación y autonomía en democracia, y que repare las heridas de tantas vidas dañadas. Por eso, yo voto Apruebo por el presente.
El riesgo de no cumplir con la totalidad de las demandas sociales no debe frenarnos en la búsqueda incansable de sacar la mejor versión posible de esta nueva Constitución, para, a partir de ahí, extender el proceso de transformación política en las siguientes décadas. Es absolutamente necesario tender todos los puentes, alianzas y diálogos que sea posible para poder formar las fuerzas suficientes que logren la mayoría definitoria de 2/3.
¿Somos la generación dispuesta a ofrecer este camino? ¿Estamos preparados? No sabemos. Pero sí sabemos que tenemos la convicción de hacerlo y queremos asumir esa responsabilidad, tomando nuestra historia como base, pero soñando con un futuro esplendor.
Por una u otra razón, la vida nos puso en este camino y estamos decidiendo libremente recorrerlo unidos. Independientemente de nuestras trayectorias e historias personales, hoy coincidimos en la incierta ruta de un sueño común, avanzando con cariño, respeto y amor. Es nuestra responsabilidad tomar la posta y trabajar ardua, estratégica y responsablemente por entregar lo mejor de cada uno de nosotros. Por cierto, no será solo por un voto el éxito o fracaso futuro, pero sí sabemos que lo que venga contribuirá a las necesidades que Chile y el mundo necesitan. Por esto y mucho más, yo voto Apruebo.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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