La radicalización ideológica de la élite y la moderación callejera en Chile



Nuestro país ha asistido durante los últimos treinta años a la mayor radicalización ideológica de la totalidad de la clase política en la historia de Chile a favor de una minoría enriquecida, muchas veces de dudosa legitimidad, ya sea por acción o por omisión.  Hacia fines de la dictadura en 1989, si bien es cierto ganó el NO, se gobernó, en términos prácticos y sin contemplaciones para el Sí.
La moderación ha venido desde abajo y de la mano del estallido social del 18 de octubre de 2019, pues la demanda de distribuir la riqueza generada por todos en forma justa es el más puro acto de racionalidad y equilibrio social. El mensaje de “Chile Despertó” es autocrítico pues advirtió a la gente que no es posible quedarse dormidos y dejar gobernar a la élite sin control ciudadano.
Las clases dirigentes devenidas en castas irracionales e impenetrables provocaron por más de tres décadas un caos social, medioambiental, político y de saqueo económico de profunda envergadura que costará mucho tiempo regular.  Rescatar la real separación de poderes del estado, la probidad y el respeto por la democracia en los círculos del poder será un desafío duro de enfrentar y que requerirá de la mayor supervigilancia por parte de la ciudadanía.
El estallido social surgió como una escuela de aprendizaje cívico a pesar de la arrolladora maquinaria propagandística de la transición que promovió el individualismo extremo y naturalizó la denegación de servicios básicos a la mayoría.  Ni la desigualdad, ni la pobreza, ni la constante humillación social, racial y de género lograron destruir el concepto de dignidad de las personas comunes. Allí radica la más auténtica soberanía de los chilenos y chilenas.
El triunfo 80/20 de la ciudadanía por el “Apruebo” en el plebiscito el 25 de octubre 2020 ha dispuesto cambiar la Constitución del dictador a través de una Asamblea Constituyente que incluya  también a todos los sectores extra-partidarios de Chile.
Los chilenos nos encontramos en un punto crucial del desarrollo político de nuestro país. Los peligros provenientes de las élites abusivas y la evidente tentación de volver a estafar a la ciudadanía obstaculizando la participación de los independientes en el proceso constituyente está latiendo y fuerte.
El discurso oficial mostró desde un principio y con decisión signos de manipulación valórica del espíritu del movimiento “Chile despertó”. El afán de dividir la protesta social entre la “pacífica” versus la “violenta, criminal, delincuente, saqueadora” de los “marginales” y “parásitos”, es decir, del “lumpen” de Chile comenzó desde el primer día del estallido, y caló fuerte en la clase política formal. Un ejemplo dramático de este fenómeno, fue el Frente Amplio (en la cual militaban ex dirigentes estudiantiles) que votó junto a la derecha y partes importantes de la ex -Concertación por la así llamada “Ley Anti-encapuchados”. La mayoría de los periodistas de la TV abierta y los diarios escritos se atropellaban para declararse “anti-violencia”, “anti-saqueos”, como que si el estallido social estuviera teniendo lugar debido a una banda de antisociales, “alienígenas” que sólo destruían por “odio” o por “resentimiento”, mientras los “buenos” de la película, buscaban el diálogo, la fiesta callejera relajada y pasar un momento de feliz protesta pacífica en familia.
Si hay algo que quedó de manifiesto con el estallido social es que las élites tenían todos los caminos de diálogo con la ciudadanía cerrados. El estallido fue el único instrumento que le quedaba a la gente para hacerse escuchar y obligar a las clases dirigentes a salir de su prepotencia e indiferencia.
El bloqueo informativo sobre el estallido se pudo romper gracias a la extraordinaria labor de los medios on-line que han acompañado con veracidad el estallido social. De esta manera, la ciudadanía contó con canales de expresión para hacer frente a la apabullante lógica retorcida de los medios oficiales en cuanto a la represión sufrida por la gente a manos del Estado y cuáles son las demandas reales de la gente.
Luego del triunfo del “Apruebo”, se pretendió usurpar la autoría ciudadana de este avance y atribuir la victoria del plebiscito a las “bondades” del sistema político imperante hasta ahora en Chile.  Hay desvergüenza y falta de humildad cuando el presidente y la mayoría de los partidos políticos, también la derecha, se golpean el pecho de lo “pacífico”, “democrático” y “ejemplar” del proceso electoral del plebiscito. Se repite la actitud negadora de la realidad que condujo justamente a la actual crisis y la insistencia lamentable de presentar a Chile como un país “excepcional”, que da “ejemplo al mundo” en materias de civilidad y conducta democrática.  Los miles de detenidos políticos y heridos, cientos de mutilados oculares, golpeados, varias decenas de asesinados y niñas y niños violados en comisarías policiales durante el estallido social parecieran no haber ocurrido.
Según el Instituto de Derechos Humanos, gran parte de la “primera línea” estaba compuesta por muchachos y muchachas del SENAME, donde han sido y están siendo abusados hasta el día de hoy miles de niños pobres que no tienen nada que perder y que fueron olvidados por la casta política de la transición. ¿Acaso permite la decencia y la prudencia llamarlos ahora “lumpen” y estigmatizarlos de violentos a ellos que son símbolo del aberrante  y sistemático abuso estatal y privado?
La experiencia política mundial nos ha dado muchos ejemplos de cómo las élites destruyen las legítimas aspiraciones de la gente común por estar radicalizados ideológicamente, independientemente de sus visiones de mundo. Resulta interesante para nosotros como chilenos observar la experiencia de EEUU con Trump, pues su ascenso político se dio luego del estrepitoso incumplimiento del programa de campaña de Obama, que prometía corregir las desigualdades heredadas de las políticas neoliberales de los últimos gobiernos norteamericanos.
En este contexto resulta extraordinariamente aleccionador para los chilenos el mensaje de advertencia que Bernie Sanders ha lanzado a sus correligionarios del Partido Demócrata y a su candidato Joe Biden, a quien él mismo apoya, en una entrevista dada a la periodista Krystel Ball en su programa on-line The Hill. Estas fueron sus palabras: “Algunos de mis amigos del Establishment demócrata no son conscientes o creo que no pueden comprender lo que algunos de nosotros tenemos en mente en términos de lo que pasará después de que Biden sea elegido, si es elegido, y ésto es: no vamos a volver al “business as usual” como de costumbre. Hay demasiado dolor ahí fuera, hay demasiada desigualdad ahí fuera, hay demasiada injusticia ahí fuera! Y ésto es lo que creo desde el fondo de mi corazón: si los demócratas con un presidente demócrata, con un parlamento demócrata y un senado demócrata no pueden empezar a abordar la verdadera crisis que enfrenta este país, entonces el futuro de esta nación será muy desmoralizador. El pueblo nos está dando una oportunidad ahora y si la arruinamos por no ser audaces y pro-activos, el próximo Trump que venga será aún peor si rompemos las promesas”.
A la luz de lo que sucede en Chile actualmente, donde todavía quedan imprudentes que siguen celebrando el “éxito” económico de la transición chilena a pesar del feroz estallido social que demuestra exactamente lo contrario, este mensaje da muestra de realismo político y sensibilidad al dolor ajeno. Definitivamente, los tiempos no están en ningún país para nuevas estafas políticas del tipo de la “alegría ya viene”, sino que exclusivamente para una política con la gente, responsable, laboriosa, constante y alerta para comprender el delicado momento histórico que vive nuestro país. La gente quiere  moderación, respeto y justicia. El mensaje a los sectores arrepentidos de las élites, si es que existen, es inequívoco.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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