Los P´urhépecha en la Revolución Mexicana – La Opinión de Pável Uliánov Guzmán 



El Pueblo P’urhépecha ha participado cualitativamente y cuantitativamente en la mayoría de los grandes procesos sociales de México y de Michoacán, durante el periodo revolucionario, no fue la excepción, la principal causa de su intervención en el conflicto armando, fue la defensa de sus recursos naturales y la milenaria búsqueda de la restitución de tierras.
En 1891 inició en Michoacán un periodo de gobierno que duró más de 20 años con Aristeo Mercado, su política económica fue promover las inversiones extranjeras, en lo referente a la cuestión agraria, incrementó la privatización de la tierra, lanzando a la miseria a miles de campesinos. Su gobierno se caracterizó por la entrega de las riquezas naturales a empresas extranjeras, lo que generó mano de obra barata y la explotación brutal del campesinado y del indígena.
Las cuatro regiones p’urhépecha: la Meseta, el Lago de Pátzcuaro, la Cañada de los Once Pueblos y la Ciénega de Zacapu, en el periodo pre-revolucionario comprendían el 11.2% del territorio michoacano, contando con dos tipos de vegetación, serranías y altiplanos, por lo que la región fue de gran interés para los inversionistas extranjeros, pues poseía tierras de riego y de temporal, así como abundante agua y una extensa serranía.
Los instrumentos jurídicos para el despojo de tierras de las comunidades originarias en este periodo, fueron la Ley de 1856 y sus decretos reglamentarios, la Ley de 1875, con la que se crean las compañías deslindadoras, la Ley de 1883, que aumenta el número de hectáreas que puede poseer una persona, y finalmente la ley de 1902, que les permitió a los inversionistas trasnacionales arrendar los montes de la sierra hasta por 30 años.
Durante el Porfiriato, en un proceso voraz y paulatino, se despojó de tierras, aguas y bosques a las comunidades originarias en favor de inversionistas foráneos que acumularon grandes fortunas y paralelamente poder político. En contraparte, este proceso profundizó la pobreza y explotación de las comunidades indígenas, creando las condiciones sociales propicias para la futura rebelión armada.
Al iniciar el movimiento armado de 1910, en un contexto de gran efervescencia social, diversos pueblos p’urhépecha se levantaron en armas en un primer momento, en contra de los hacendados o “tenedores de los bosques”. Diferentes líderes de las regiones p’urhépecha, buscaban recuperar lo que les habían arrebatado los extranjeros, y en el devenir de la revolución, sostuvieron históricamente la restitución de tierras.
En este entorno, los brotes revolucionarios que se dieron en la Meseta P’urhépecha estuvieron fuertemente vinculados al problema de la explotación maderera. A finales del gobierno de Aristeo Mercado, operaban en esa región varías trasnacionales, siendo una de las más brutales la Compañía Industrial de Michoacán S. A. dirigida por el norteamericano Santiago Slade Junior. La política de acaparamiento y abuso ejercidas por las empresas extranjeras, fue avalada por convenios leoninos de arrendamientos, suscritos forzadamente en las comunidades y supervisadas siempre por el Gobierno del Estado y Federal.
El arrendamiento de los bosques fue totalmente predatorio e incluso hereditario, siempre en favor del capital extranjero. Para lograr tales convenios, los apoderados comunales fueron cooptados, amenazados, reprimidos, sustituidos del cargo y/o asesinados. Aún más, cuando los recursos anteriores no funcionaban, entonces los terrenos comunales eran llanamente invadidos, esta situación se dio en diversas ocasiones, sobre todo en las comunidades de Nurío y Cherán Atzicurín.
Los abusos de las empresas madereras en muchos casos, propiciaron la protesta de los comuneros, por ejemplo, en la población de Cherán, Federico Hernández Tapia, fue asesinado por haberse opuesto a la celebración de un contrato abusivo de arrendamiento con la Compañía Industrial de Michoacán.
En la Meseta, a medida que el problema maderero se agudizaba, fueron emergiendo líderes que retomaron los propósitos reivindicativos de los comuneros, resaltando así Eutimio Díaz, quien luchaba a lado de los comuneros de Nurío, Nieves Cardiel con su Partido Agrarista Mexicano, quien trabajó con la comunidad de Cherán Atzicurín y Félix C. Ramírez, quien participó en la defensa de los bosques de Paracho.
En lo que se refiere a las regiones de Zacapu, Pátzcuaro y la Cañada, las demandas giraban principalmente en torno a la devolución de las tierras, ya que las grandes haciendas, como las de Cantabria, Bellas Fuentes, Buenavista, El Cortijo, Casa Blanca, Huiramba, San José Huecorio, entre otras, acapararon grandes cantidades de tierras, sustituyendo el cultivo tradicional de subsistencia, por el de exportación comercial, lo que provocaba severas crisis de maíz como las que acontecieron en 1908 y 1910.
Además, la hacienda absorbía una gran diversidad de recursos naturales, como pastizales para alimentar al ganado. Tierras, ríos y manantiales que abastecían de agua para el cultivo, o para el uso doméstico. Así mismo, contaban con grandes zonas de bosques para obtener madera de exportación y como combustible.
Al estallido de la revolución, en Michoacán había un descontento generalizado, sobre todo por la expansión del ferrocarril, pues a su paso usurpaban terrenos comunales, destruían los bosques para fabricar rieles y sometían a los campesinos despojados como asalariados, alterando su forma de vida y convivencia tradicional.
Los primeros movimientos que se dieron en la región p’urhépecha fueron los de Salvador Escalante, Marcos V. Méndez y Jesús García. El levantamiento de los indígenas y campesinos en Michoacán como en todos los estados de la república, se dio por la promesa que hizo Madero de devolver las tierras usurpadas. Compromiso establecido en el punto tres del Plan de San Luis Potosí.
Entre los líderes p’urhépecha que participaron en la revolución, se encuentra Juan C. de la Cruz, originario de la comunidad de Tarejero, quien el 20 de noviembre de 1910, se suma decididamente a la rebelión armada, permaneciendo en las filas maderistas hasta el 14 de marzo de 1911, participando en diversos combates y triunfos en Tiripetio y Acambaro. Al licenciarse radicó en Tarejero, en donde luchó por la devolución de las tierras comunales.
Recordamos aquí también a Casimiro López Leco, originario de Cherán, quien para septiembre de 1913 comandaba una fuerza de 150 hombres cuyo propósito era detener la rapaz explotación de los bosques de la Meseta por parte de la Compañía Industrial de Michoacán, posteriormente, obtuvo importantes triunfos militares al defender a su comunidad de los saqueos de Inés Chávez.
También participaron en la revolución, los p’urhépecha Severo y Félix Espinoza de Tirindaro, Severo Espinoza fue uno de los fundadores del primer grupo agrarista en el estado y desde 1909 comenzó la agitación por la recuperación de las tierras comunales. Otros P’urhépecha revolucionarios fueron Eleuterio Serrato, Gabino León y Salvador Espinoza de Naranja y Ernesto Prado de Tanaquillo.
Es preciso también mencionar algunos levantamientos en comunidades originarias como en Pamatácuaro, donde se levantaron en armas el 17 de mayo de 1911, Simón Martín, Petronilo Reyes, Magdaleno Aguilar, Felipe Marcos, Higinio Godínez, Lucio Vargas, Florentino Rosales y Luís Alonso, entre otros. Mas tarde, en 1912 en la comunidad de Aranza, se unieron a la causa de Pascual Orozco. Sabas, Eugenio y Maciel Valencia, Dionisio, Ildefonso y Felipe Leonardo, Bernardo y Patricio Ortiz, Miguel Campos, Miguel Timoteo y Carlos Equihua.
En el contexto de profunda violencia y vacío de poder, los pueblos p’urhépecha se organizaron para la defensa de sus comunidades, en 1912 las comunidades de Huáncito y Carapan, repelieron exitosamente a diversas gavillas de bandoleros.
En general, se puede establecer que en las regiones p’urhépecha los primeros levantamientos fueron para la causa maderista, pero al no obtener lo prometido, se sumaron también a las filas zapatistas, villistas o constitucionalistas, sin embargo, la base de los ejércitos revolucionarios, sea cual fuere su afiliación, lucharon constantemente por demandas sociales y agrarias. Al final, inspirados profundamente por el zapatismo, mantuvieron siempre la exigencia de la restitución de las tierras.
Pese al conflicto armado, el llamado “reparto agrario”, que costó miles de muertes, se dio a paso lento en Michoacán, los gobiernos Constitucionalistas de Alfredo Elizondo y José Rentaría Luviano, mantuvieron inalterable el sistema porfirista, solapando a las compañías extranjeras que continuaban expoliando los recursos naturales y perpetuando a la vieja oligarquía en los puestos públicos importantes. Por su parte el gobierno de Pascual Ortiz repartió escasas hectáreas de tierras en su mayoría secas, pantanosas e improductivas.
Fue hasta la gubernatura de Francisco J. Múgica cuando comenzaron los verdaderos esfuerzos para llevar a cabo la reforma agraria en un contexto de constante movilización social, misma que permitió la devolución de tierras comunales. Ante la presión social como medio para exigir la restitución de las tierras, los hacendados y las trasnacionales respondieron con asesinatos y muertes, durante los años de 1924-1925 se registró la muerte de 250 agraristas, de los cuales 113 eran p’urhépecha.
A pesar de los asesinatos, la Liga de Comunidades y Sindicatos Agraristas del Estado de Michoacán, logró que durante el periodo 1922-1928 se “repartiera” la cantidad de 88 mil 243 hectáreas de tierra, ya fuera en forma definitiva o provisionalmente.
Finalmente, es justo describir como muchos agraristas y sus respectivas familias eran mal vistos por la iglesia católica quien los apodaba “los colorados” y promovía el odio contra ellos en las comunidades. Esta institución jugó un papel reaccionario y sustentador del retraso social imperante, toda vez que, desde el púlpito, el sacerdote acusaba a los agraristas de ladrones, quienes “querían hacerse ricos a costa de los terratenientes”, condenándolos literalmente al infierno.
En síntesis, las mujeres y hombres p’urhépecha nos han dado ejemplo de lucha en diversos periodos históricos, jugando un papel central como sujeto histórico, capaces de trasformar su realidad y con ello generar historia, durante el periodo revolucionario no fue la excepción.

Las opiniones vertidas en las columnas son de exclusiva responsabilidad de quienes las suscriben y no representan necesariamente el pensamiento ni la línea editorial de Monitor Expresso



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