La fuerza de la resiliencia



Resiliencia de las plantas. Foto: Pierre Pouliquin (CC BY-NC 2.0)
Resiliencia, según la Real Academia Española, es la “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”, y la “capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido”. El Consejo Nacional de Inteligencia de EEUU predijo en un informe de 2017 que “los Estados exitosos del mañana probablemente serán aquellos que invierten en infraestructura, conocimiento y relaciones resistentes a shocks”. Añadiendo que “aunque la resiliencia aumenta en importancia en un mundo más caótico, los cálculos tradicionales del poder del Estado rara vez tienen en cuenta la resiliencia de un Estado”. En la era del COVID-19, como indica Uri Friedman, del Atlantic Council, en un análisis muy citado, la fuerza de un país viene determinada no solo por su capacidad militar y económica, sino por su resiliencia, una nueva forma de poder en la geopolítica actual. Para Friedman, la resiliencia es “la capacidad de un país para absorber choques sistémicos, adaptarse a estas interrupciones y recuperarse rápidamente de ellas”. Y, hoy, para ello cuenta la capacidad de sus sistemas de rastreo y médicos para frenar la expansión del virus, y recuperar a los infectados, y su capacidad para fabricar, o comprar y distribuir ahora las vacunas, más que su poderío militar. La capacidad científica pesa mucho, como se está demostrando. Que la ciencia en menos de un año haya producido diversas vacunas contra el COVID-19 indica también una nueva capacidad de resiliencia de la humanidad.
Sin embargo, las citadas definiciones de resiliencia no bastan en la situación actual, pues no se trata de poder volver a la situación anterior, sino de adaptarse a una nueva, y en el camino, aumentar no sólo la creatividad y la inventiva, sino también la propia resiliencia frente a futuros riesgos. El Foro Económico Mundial aboga por un “gran reseteo”, para hacer el mundo más resiliente a los riesgos globales. Se trata de reducir la incertidumbre radical. Yngve Slyngstad, expresidente del fondo soberano de Noruega, el mayor del mundo y el mejor gestionado, considera que su gran aprendizaje ha sido la resiliencia. Los shocks pueden ser buenos, afirma, “porque fuerzan a la gente a repensar las cosas”.
Pues bien, en esta situación, ¿quiénes están probando ser más resilientes? Probablemente China y EEUU. China, donde empezó la pandemia, fue la primera en pararla con medidas draconianas que en parte hemos tenido que aplicar los demás. Y al cabo de unos meses, su economía, tras importantes estímulos, habrá crecido un 2% en este fatídico 2020 y ha desarrollado sus propias vacunas. Como otros países asiáticos, estaba más preparada ante las pandemias –han vivido varias en los últimos años– que Europa o EEUU, para los que era una novedad para la que no se prepararon lo suficiente, ni siquiera ante la segunda ola. De hecho, es en Asia Oriental –y en particular en China, Corea del Sur y Taiwán– donde la economía se ha mostrado más resiliente. África, en general, ha resistido bastante en términos de afectados, pero no la economía, lo que provoca emigración.
EEUU, pese a la insensatez de la política sanitaria de la Administración Trump ante la epidemia –salvo en la apuesta por las vacunas–, inyectó de inmediato en la economía el equivalente al 12% de su PIB, una tercera parte más que Alemania y el doble que el Reino Unido. Puso 2,2 billones de dólares, con préstamos perdonables a la pequeña empresa; envió cheques de 1.200 dólares a casi todos los ciudadanos (el llamado helicopter money), incorporó a buena parte de los empleos gig a seguros de desempleo, entre otras medidas. Y ahora, finalmente, tras las elecciones, el Congreso va a añadir un estímulo de 748.000 millones de dólares, más lo que puede venir con una nueva Administración demócrata. Una gran ayuda, más rápida y masiva que nunca antes, para que la recesión se limite a una reducción del PIB del 4,4%, según la proyección del FMI, menor que la de Japón, Alemania, Canadá, el Reino Unido o Francia. Aunque a la Administración Biden le queda mucho por hacer para asegurar la recuperación, y la pandemia ha ido a peor, la economía estadounidense va a trompicones.
Europa, la UE, tras un inicial “sálvese quien pueda”, ha actuado como nunca antes, coordinándose más en la respuesta sanitaria y lanzando una inyección de 750.000 millones de euros (que no hubiera sido posible si el Reino Unido hubiera seguido siendo miembro), a lo que hay que sumar los estímulos nacionales en cada país, signos de resiliencia potencial, y los más de un billón de euros para los presupuestos de la UE para 2021-2027. Trata también, con estos fondos de crisis, de cambiar su modelo económico hacia uno más verde y digital. Pero, de momento, va por detrás en resiliencia. Incluso se está acelerando, según Natixis, la pérdida de competitividad europea en las cadenas globales de valor, mientras la de China se dispara. No digamos un país como España, que ya demostró su falta de resiliencia en la anterior crisis que empezó en 2008 y se alargó en este país más que en otros. Ante la pandemia ha quedado claro que su economía es excesivamente dependiente del turismo y de la hostelería, lo que le resta resiliencia ante este tipo de calamidades. La OCDE, en su último informe, pone a España entre los países de cola en términos de recuperación. En términos de resiliencia ante esta y otras posibles pandemias ha contado también la capacidad de pasar al teletrabajo: un 40% de media en la UE (y hasta el 60% en Finlandia), pero sólo un 30% en España. Por algo el Plan del Gobierno español se llama de Recuperación, Transformación y Resiliencia. Los tres elementos van juntos (también desde la UE).
No todo es economía. También la democracia en el mundo puede detener su “recesión global” y recuperarse, como argumenta The Economist. O ir a peor. Eso también es una cuestión de resiliencia. O ver cómo nuevos sistemas de gobernanza, multinivel y con más actores e implicados, contribuyen a la resiliencia de una cierta gobernanza global. Por ejemplo, la Alianza por el Clima, de ciudades, estados y ONG en el país, han permitido mantener la llama en EEUU del Acuerdo de Paris, del que se retiró Trump y al que se espera regrese la Administración Biden. Esta pandemia está demostrando que la resiliencia, más que con el tamaño de un país, o de un grupo de países como la UE, tiene que más ver con la fuerza y flexibilidad de sus instituciones, de su economía y de su sociedad.
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