¿La medicina cuestionada? – El Mostrador



Cualquier mortal, en su libertad de pensamiento, puede hacerse esta pregunta. Claro que como “paciente” de las tantas veces que hemos tenido que acudir a una consulta con un facultativo(a), podemos formularla una y otra vez. En la vida nadie escapa a una dolencia o enfermedad en cualquier grado. Todos decimos que para eso es la medicina o para eso están los médicos o “doctores”, como se dice “en el campo”. Es que el mundo de la medicina ha ejercido, de remotas épocas, un gran “poder”, pues es siempre un médico el que decide o certifica “la vida y la muerte”.  No lo puede hacer ningún otro profesional. Además, ante cualquier enfermedad, nadie puede opinar sobre las dolencias del cuerpo humano cuyos síntomas los debe reconocer un facultativo, en quien depositamos nuestra confianza. Los pacientes así concebimos a nuestro médico de cabecera, siempre al menos.
En los tiempos actuales, con pandemia incluida, lo único que nos queda es preguntarnos cuándo estamos frente a un profesional confiable, o alguien que no merece confianza, es decir, quién es bueno, más o menos, o simplemente NO acudir a su consulta. Es lo que nos ocurre cuando en la salud pública, en el desarrollo de una enfermedad, nos “toca cualquiera”. En esas interacciones médico-paciente, ¡por Dios que se descubren cosas!,  principalmente en las formas de comunicar.
En la medicina oficial nos olvidamos de Paracelso (1493- 1541), que en una ocasión dijo “la Medicina no se estudia, se adquiere como un don divino”. Es uno de los “padres de la medicina” considerado baluarte de la ciencia médica. Hipócrates (460 AC- 370 AC), por otro lado, también padre de la medicina, fue el realizador del “juramento” que “recitan” todos los médicos cuando reciben los títulos en las universidades actuales. Entre otras cosas, ese juramento establece que no se hará nunca negocio con la medicina  estableciendo que el médico  curará por igual al rico y al pobre (en clínicas, hospitales o consultorios).
F. Hartmann (1838-1912), médico teosófico alemán, nos legó “el verdadero médico no es un producto de las escuelas científicas, sino de la luz de la sabiduría (divina)”. Paracelso, hay que recordar, en Fundamento Sapientia (Murchie, 1999): “Hay dos especies de conocimiento: una ciencia y una sabiduría médica”. Agreguemos, mientras la ciencia médica inventa remedios de patente que cambian como cualquier moda, que hay una antiquísima sabiduría médica que tiene su origen en los primeros fundamentos del mundo que jamás han cambiado sus fórmulas. Hoy se conservan en santuarios alejados de la falsa  civilización materialista. Y se guarda celosamente en sitios secretos inaccesibles a los “mercaderes del templo”
Pregunta: ¿qué ocurre hoy? ¿Acaso se atiende igualmente al que tiene recursos como al que NO los tiene? Hay que decirlo, algunos medios (radio, TV, prensa) lo han denunciado de diferentes formas. La medicina se ha vuelto un negocio en el que intervienen intereses farmacéuticos, facultativos, y administrativos que llegan a constituirse como “cofradías”, ¡PERDON AL MÉDICO  DE VOCACIÓN REAL, PORQUE SÍ LOS HAY!
A través de la historia de la medicina podemos rescatar que en la antigua China, no la del coronavirus, y también en algunos recónditos lugares de la China actual, el médico era o es un sujeto al que se le pagaba una especie de diezmo mientras las personas no enfermaran. Pero sí enfermaban, se les dejaba de pagar, pues se consideraba que ese “médico” no había sido capaz de evitar que esa persona cayera enferma. Una vez recuperado(a) se volvía al diezmo. Cuenta Oscar Uzcátegui, en su texto El Hombre Absoluto (Ageac, España, 2008), que un médico podía vivir con esos ingresos, pues siempre estaba vigilante para que la gente no enfermara. Observamos que, mientras ese médico curaba, no cobraba, porque los antiguos médicos chinos sabían que “no se podía cobrar, pues el arte de curar era un don de Dios”. Paracelso e Hipócrates fueron o son “maestros de la medicina eterna”, fueron “adeptos que poseían este don”.
En fin, podríamos profundizar mucho más sobre esto que está en los anales de la medicina. Vivimos el racionalismo, positivismo y neopositivismo  en ciencia (barbarie en tiempos de una pandemia tenebrosa), donde se piden evidencias, evidencias y evidencias (Ortega y Gasset lo llamó “barbarie del especialismo”). Pensemos en ese antiguo proverbio latino demonium est deus inversus (lo malo/negro es dios a la inversa). La traición a Hipócrates lleva ya muchos años. ¿La OMS será confiable hoy con sus advertencias sobre el coronavirus? ¿Las estadísticas del Minsal?  ¿Genocidios solapados en distintas partes del mundo? Lo que sucede en África con las pruebas de medicamentos y vacunas.  ¿Por qué Bill Gates desde el 2005 se empeña tanto en sacar una u otra vacuna?  ¿Qué son realmente las vacunas? ¿La marca de la bestia? ¿La sangre de los ángeles caídos? Ante cualquier síntoma, ¿por qué varía  un diagnóstico médico? Como pacientes, ¿somos sujetos de experimentaciones constantes?
La medicina debiera ser un sacerdocio, afirma el D. Lama, muy sagrado, y ningún déspota ni orgulloso podrá ser jamás un médico auténtico. Gnosis es la antigua sabiduría médica que desde la aurora de la creación jamás ha cambiado sus fórmulas, pues son exactas como una tabla pitagórica. Así, comulgan la ciencia, mística y el arte regios dentro de “connubio divino”. Saque usted, estimado lector, sus propias conclusiones.
Nuestro antipoeta N. Parra escribió: “La realidad no cabe en un zapato chino, menos en un zapato ruso”, “cuando nosotros somos, la muerte no es, cuando la muerte es, entonces nosotros no somos: ¿entonces a qué le tenemos miedo?”, “es todo por ahora, lo demás es lo de menos”.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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