La escuela, nunca mejor, en el peor de los tiempos



Equipos directivos agotados que aún no terminan de cerrar su año escolar cuando ya están planificando un hipotético retorno presencial para el 01 de marzo de 2021 en un escenario complejo y cambiante. Docentes agobiados revisando hasta última hora trabajos de alumnos cuyas familias se confiaron en el proyecto “promoción automática” y que recién, y a última hora, comenzaron a presentar trabajos. Equipos Pie y psicosociales hasta el límite con la labor de contención realizada.
Todo ello en un contexto donde cada mes significó un nuevo desafío para la escuela. Comenzamos en marzo como un año normal y a la semana y media las clases estaban suspendidas. El ritmo para retomar el contacto con sus estudiantes no dependió solo de los recursos de los establecimientos sino también, y en especial, de su organización, compromiso y planificación. Así hubo algunos que a la semana ya estaban con clases virtuales en tanto otras, recién el segundo semestre pudieron lograrlo, aunque retomaron más pronto que tarde el contacto con sus estudiantes por otras vías.
Abril, lo recuerdo muy bien fue el mes, donde mientras la escuela se adaptaba a sistemas de enseñanza remota se establecieron vacaciones adelantadas, generando confusión y molestia, dado el contexto de pandemia que se agravaba y extendía, y donde se hacia el esfuerzo por empezar a sistematizar el nuevo tipo de enseñanza, la decisión de la autoridad apareció como un balde de agua fría al proceso que se empezaba a gestar.
Dado el contexto de pandemia que se extendía en el tiempo y con muchas comunas ya ingresando a cuarentenas, hubo que empezar a buscar metodologías que se adaptasen rápidamente al nuevo contexto de enseñanza remota y tal vez solo con algunas asignaturas. En ese contexto aparecieron varios establecimientos, como Santa Cruz de Unco, que ya habían implementado la estrategia de Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP). Compartieron su experiencia y su director, Diego González, asistió a cuanto taller le pedí para apoyar, como sucedió con el microcentro de Peralillo, donde luego los establecimientos que lo componen comenzaron a trabajar transversalmente esa metodología.
En mayo, ya con un porcentaje mayoritario de establecimientos impartiendo enseñanza remota aparecieron dos nuevos desafíos. El primero, fue la inquietud por qué curricular implementar. Las escuelas, entonces, comenzaron a conversar entre sí, al alero de los departamentos provinciales, y fueron estableciendo sus propias priorizaciones. Conversando entre sí y sincerándose, descubrieron que tenían las mismas dificultades. El segundo empezó a aparecer a fines de ese mes ya que en cada reunión a la que asistíamos, la inquietud por la salud emocional de los integrantes de la comunidad educativa. Equipos directivos agobiados por las demandas externas e internas a sus colegios; docentes que habían transformados los espacios de su casa en salas de clase y que dedicaban mucho más tiempo a su trabajo del que disponían en forma presencial; matrimonios o parejas, a veces sin trabajo, que no estaban acostumbrados a convivir tanto tiempo juntos; niños y niñas muchas veces hacinados  en espacios hogareños reducidos, o sin el apoyo necesario para responder a las exigencias de plataformas, whatsapp, guías, etc., fueron los primeros indicios de que el sistema escolar podía reventar, en medio de un manejo gubernamental desastroso de la pandemia tanto a nivel sanitario, económico, político y social.
Pero allí, de nuevo, el compartir experiencias, relatar las iniciativas en desarrollo, el solo saber que “los otros”, tenían las mismas dificultades, allanó el camino a aprender de otras experiencias, a implementar iniciativas propias y mejorar la autoconfianza en lo que se estaba haciendo.
Aparecieron, entonces, en toda su dimensión los apoyos profesionales que, hasta la explosión de la pandemia, eran mirados bajo sospecha: los equipos PIE que desempeñaron un rol significativo no solo en el trabajo con los estudiantes del programa, sino en apoyar al resto de los estudiantes que en pandemia evidenciaban dificultades de aprendizaje; ni hablar de los psicólogos, orientadores y asistentes sociales que durante el invierno muchas veces cargaron con el peso de la contención emocional de toda la escuela.
En junio nos dimos cuenta, a pesar de la obsesión de la autoridad por insistir en lo contrario, que la pandemia se prolongaría para rato y comenzó a surgir la inquietud por cómo comenzar a evaluar el proceso de enseñanza remota, mientras en paralelo corría una iniciativa legislativa que, afortunadamente no prospero, que pretendía la promoción automática y la repitencia a solicitud y que, de haberse aprobado le habría hecho un daño irreparable al sistema escolar en 2020.
De nuevo la socialización de experiencias, el compartir aciertos y errores permitió que muchas escuelas iniciarán el proceso de evaluación con el trabajo a distancia fuese formativo o sumativo.
Julio, estuvo marcado por un pequeño receso que permitió a las comunidades educativas darse un pequeño oxígeno y así poder retomar el enorme desafío planteado por la pandemia al sistema escolar. Pero en el contexto de una epidemia que se seguía agravando hizo posible vislumbrar que la situación se prolongaría por más tiempo en comunidades que se habían estado preparando para un retorno presencial.
Agosto fue el mes en que, con los dictámenes de la Superintendencia de educación los colegios pudieron ir cubriendo los nuevos requerimientos escolares en tiempos de calamidad, continuar trabajando la evaluación formativa, la priorización curricular que el Mineduc puso a su disposición en junio, también instrumentos para abordar la contención emocional, como la bitácora docente.
En agosto, también, se publicitó la votación del proyecto promoción automática que obligó al Mineduc a socializar el documento “Criterios de evaluación, calificación y promoción de estudiantes de 1° básico a 4° año medio” que aclaró el panorama a muchos colegios que veían en la iniciativa del parlamento un claro desconocimiento al trabajo pedagógico desarrollado durante el 2020 y un estímulo para que muchas familias y estudiantes abandonaran el feble vínculo construido.
Septiembre fue el mes, con otro pequeño receso de fiestas patrias, donde muchos establecimientos consultaron a sus padres y apoderados sobre un eventual retorno presencial a clases y la respuesta fue rotunda:  por sobre el 95% en las comunidades escolares que pude conocer señalaron un rotundo No.
En octubre en muchas reuniones ya comenzó a aparecer la consulta sobre los procesos de finalización del año escolar, en especial en aquellos cursos que cerraban ciclos en sus escuelas y liceos. Recuerdo que un colegio, San José de la Montaña, tuvo resultados contradictorios al encuestar a padres y apoderados:  mientras solo un 5% señalaba que retornaría a clases, un 95%, solicitaba que si se realizarán las ceremonias de fin de año en especial aquellas que involucraban licenciaturas.
Noviembre fue entonces, el mes en qué equipos directivos y comunidades escolares se esforzaron por comenzar a darle una formalidad al proceso evaluativo desarrollado durante el año y a ponerse de acuerdo en los criterios del proceso de calificación iniciado por allá en mayo con recepción de guías, pruebas formativas, metodologías ABP, en fin, en vísperas que se comenzaba a acercar el fin de año y había que dar marcha al proceso de certificación de sus estudiantes. También, fue el mes en que, comenzaron a diseñar, ya con muchas comunas en Colchagua, por ejemplo, entrando a fase 3 y 4, en cómo dar cierre a los cursos que en había continuidad de estudios en el colegio y empezaron de nuevo a conversar y diseñaron las más diversas iniciativas para ello.
En el curso de mi hijo Agustín, por ejemplo, se nos solicitó a los apoderados que tomáramos una foto en casa con la polera institucional del Nazareth. Lo mismo sucedió en el 5° B de su hermano Martín. Fotos a las que, luego se les agregaron las de su compañeros y, por supuesto, la de su profesor jefe y que se transformó luego en la foto oficial del término de su curso, como en cualquier año normal, que quedó estampada en un tazón que le regaló la directiva de su curso y colgada en la web oficial del establecimiento; en otros colegios, docentes hicieron conexión con sus estudiantes para comunicarle oficialmente la promoción al curso y el envió de los respectivos informes a sus correos; en el liceo Neandro Schilling, el docente Gonzalo Órdenes despidió presencialmente a su curso, cuyos estudiantes apenas alcanzaron a verse 10 días. La emoción los embargó y no pudieron contener las ganas de saludar y abrazarse.
También hubo licenciaturas, en contexto pandemia, en el nivel pre escolar y con mayor razón en 4° Medio donde, preservando  las medidas sanitarias respectivas, cada establecimiento, cual más – recuerdo el camión decorado del colegio Luterano llevando a casa la licencia de enseñanza media del estudiante en Punta Arenas en una ciudad en fase 1 – cual menos, pero todos con el mismo entusiasmo cumplieron el sueño de la ceremonia de graduación  de sus estudiantes y padres y apoderados y cada uno de ellos ya tiene en sus manos la licencia y la fotografía recuerdo  de este fin de ciclo añorado por todos que quedará para siempre eternizado en un lugar especial de sus respectivas viviendas
Epílogo: La escuela cumplió…
En un año contradictorio- con partidas de amigos y conocidos, viendo el sufrimiento de millones de chilenos y chilenas, pero también, como nunca, pasando mucho tiempo con mi hijo y su hermano y participando como nunca de su proceso de aprendizaje, cocinando, enseñándoles hábitos y también jugando mucho al atardecer – si hay instituciones o servicios, aparte de la de suministro de insumos, con los cuales sacarse el sombrero este 2020, son los empleados de la salud, las escuelas y la gente del servicio de aseo domiciliario, todos ellos primeras líneas, que han estado al pie del cañón manteniendo la cohesión de nuestro frágil sistema durante este año.
En el caso de la escuela, la pandemia, ha hecho posible la recuperación integral de ella como un espacio público con un tremendo rol social y comunitario, conectada a sus comunidades, en contacto permanente con ella y sobrepasando su mero rol normativo de fábrica dedicada a estandarizar alumnos cada año.
Así como Chile no volverá a ser el país pre 18/O, la escuela post pandemia tampoco volverá a ser la mera institución normalizadora que solo se dedica a “entrenar” estudiantes para que, luego sean clasificados adecuadamente según unos parámetros discutibles que siempre hablan más de nuestra segregación social que de las habilidades de nuestros niños y niñas.
Por estos momentos circula por la web la imagen dramática de un profesor norteamericano, infectado por el virus, que pasó sus últimos días revisando pruebas de sus alumnos antes de morir.  La postal es conmovedora, pero da cuenta del enorme compromiso profesional y humano que han hecho los docentes y profesionales de los establecimientos en pos de sus comunidades y en especial de sus estudiantes. Equipos directivos que estuvieron al pie del cañón dirigiendo sus escuelas luchando primero porque se diera continuidad al proceso de aprendizaje, luego haciendo contención emocional y finalmente terminando lo más normalmente posible, un año que ha sido absolutamente anormal; docentes que sacaron lo mejor de sí mismos para ofrecer a sus alumnos: se reinventaron, se auto capacitaron, innovaron  y dieron lo mejor de sí en el peor de los tiempos; y también padres y apoderados que, en su mayoría, respondieron a ese compromiso y que se la jugaron no solo por sus hijos, sino, además, por sacar adelante sus escuelas.
La escuela el 2020, no solo mantuvo la continuidad del proceso de aprendizaje, con altos y bajos; hizo contención emocional en sus comunidades educativas en las más variadas y diversa formas como lo relatamos en columnas anteriores; permitió finalizar el año con sus estudiantes y familias de la mejor forma posible;  si no que por sobre todo, en un año donde millones de chilenos y chilenas sintieron que fueron  abandonados a su propia suerte, la escuela mantuvo la cohesión social y un mínimo sentido de comunidad en cada territorio de este heterogéneo país. Ojalá que alguna investigación en educación de una vez por todas explore esa dimensión de la escuela, en especial en colegios vulnerables, y no siga la proliferación de estudios de hipotéticas escuelas exitosas solo porque movieron a sus estudiantes en unos gráficos con parámetros bastante discutibles.
Como lo dijo Dickens, es cierto que es el peor de los tiempos, pero también, en algunos aspectos, ha sido el mejor. El mundo pos pandemia no volverá a ser el mismo de antes. La escuela tampoco.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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