Miradas de largo plazo para iluminar el presente



Plantar un árbol es siempre regalar la sombra a otros, particularmente si apuestas a un árbol nativo que son de crecimiento magníficamente parsimonioso, como intuyendo que la eternidad es la única métrica definitiva. En la cultura de la instantaneidad, de la satisfacción inmediata y del individualismo, pensar en el largo plazo es contraintuitivo. Especialmente cuando el largo plazo, exige expandir la mirada no solo temporal sino también conceptual y afectivamente.
Las urgencias de las crisis que estamos viviendo nos aferran al presente como mecanismo inmediato de sobrevivencia, pero probablemente en el presente estamos constatando solo síntomas, no las causas de los problemas y poco de las posibles soluciones.
Pero el presente es lo único que “tenemos”, por lo tanto, es este presente el que nos permite construir un futuro mejor. Para lograrlo requerimos de un presente no reducido a lo utilitario, sino vivido como lo irrepetible y poderoso que es, pero con la conciencia de que cualquier cosa que hagamos (y lo que no) tiene infinitas consecuencias.
El filósofo australiano Roman Krznaric, con su libro libro The Good Ancestor (El buen antepasado), ha vuelto a instalar en el debate los costos “la era de la tiranía del ahora” y del “cortoplacismo frenético” en que vivimos. Como contraposición, Krznaric plantea la idea de “pensamiento catedral” como la capacidad de concebir y planificar proyectos en un horizonte intemporal. Las personas que participaron en la construcción de las catedrales de Europa sabían que no verían el resultado de su quehacer. El cual solo se podría apreciar décadas o siglos más adelante. Algo similar ocurrió con los constructores de las pirámides, de la muralla China y de muchos que a lo largo y ancho del mundo plantan árboles en un presente continuo, soñando con bosques del mañana.
Esas grandes obras solo fueron posibles con un propósito de largo plazo sostenido en ese presente. Esto obviamente tiene muchas implicancias en el mundo de los negocios. En particular porque cuando no hay propósito trascendente, las decisiones de corto plazo atentan contra las bases mismas de la institucionalidad ya que le quitan vuelo, flexibilidad y siempre, resultan mezquinas frente a lo mucho que seguirá sucediendo en ese presente infinito.
Mirar los ciclos largos, más allá del cortoplacismo evidente del hoy, requiere entender que el valor que construyen las empresas es para todo el entorno y no solo para sus dueños. Somos parte de una comunidad, de relaciones interdependientes, por lo tanto, mientras más lejos-amplia-profunda-compartidas puedan ser nuestras miradas para la toma de decisiones del presente, estas serán más perdurables y en algún momento reconocidas como exitosas en el futuro.
La complejidad de desafíos como la pandemia, la crisis social, la inteligencia artificial, la crisis climática, la pérdida de la biodiversidad nos exigen miradas que combinen el corto y el largo plazo. Tomar decisiones solo pensando en mi siempre pequeño mundo cercano (empresa, familia, conocidos), no solo provoca daños a otros, sino que finalmente también perjudica a mis más queridos; aquellos que trascienden mi efímera existencia.
En el libro The Good Ancestor, se relata la experiencia de un movimiento en Japón “diseño futuro”. Basado en una idea que practican comunidades aborígenes estadounidenses, en el proceso de toma de decisiones se considera el impacto de una decisión en las siguientes siete generaciones. Para concretarlo los participantes se dividen en dos grupos: a uno se les dice que son los residentes del presente y a la otra mitad se les dice que son los habitantes que vivirán allí a partir del año 2060. Los participantes que se sitúan a partir del 2060 conciben planes mucho más radicales y trasformadores para sus ciudades. ¿Cuánto cambiarían las decisiones de tu empresa y tu familia si lo aplicaras?
Por eso, en su próxima junta de accionistas, asamblea familiar o equivalente, recuerda dejar voz, y ojalá voto a las generaciones futuras, y te aseguro que llegarás más lejos, mejor acompañado y más satisfecho al final de tu camino cuando te toque pasar el testimonio a los que vienen.
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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