¿Quiénes deberían formar parte de la convención constitucional?



Estos días se observa un gran frenesí “gatopardista” en la clase política chilena. Ello a pesar de que los ciudadanos votaron en plebiscito a favor de una asamblea constituyente, dejando de lado la opción del proceso parlamentario alternativo, al estilo de lo que sucediera en España en los años setenta, donde, tras la dictadura, efectivamente una cámara de representantes se propuso a sí misma la meta de producir una constitución. No es el caso aquí.
Rechazar la vía parlamentaria tenía un contenido claro, y éste consistía en que existía una preferencia mayoritaria por una composición ciudadana, alejada de la política tradicional o en ejercicio, y por tanto también de sus políticos, quienes debían esperar y seguir en sus tareas convencionales. Esto es crucial para entender que en el momento actual se está produciendo un intento, seguramente al final exitoso, de vaciar de contenido la asamblea constituyente, deviniendo por los hechos una forma espúrea de parlamento con estas funciones. Basta mirar todos los movimientos de políticos o expolíticos, algunos de la pospandemia dictatorial, para que este hecho quede claro. Un Thriller de la política nacional se avecina en la forma de muertos vivientes, sostenidos por una supuesta vocación pública.
A propósito de ello y fundamentalmente para comprender el espíritu del voto a favor de la vía asamblearia o asambleística, conviene atender a una breve narración en números. De acuerdo a la encuesta ELSOC, del Centro de Estudios del Conflicto y la Cohesión Social (COES), en su versión de 2019, posterior a la movilización del 18 de octubre de ese mismo año, un 79 por ciento de las personas de la muestra estaban de acuerdo o totalmente de acuerdo con un cambio de la Constitución, siendo en el plebiscito esta cifra un 78 por ciento. Asimismo, en dicho estudio de opinión, un 70 por ciento de los encuestados manifestaron estar a favor de la asamblea constituyente como forma de cambiar la Constitución, cercano al 79 por ciento del plebiscito de octubre pasado. Como se observa, los números de la encuesta y de la consulta popular son muy similares, y es en esta lógica que podemos tomar más información de la primera para comprender mejor qué pensaba el votante, y en este sentido tratar de responder a la pregunta sobre quiénes deberían ser parte de la formalmente denominada “convención constitucional”.
Al respecto, el hecho de que apenas un 2 por ciento de la muestra se inclinase por instalar la redacción de la Constitución en el Parlamento debería ser indicativo del rechazo a que sus miembros formasen parte de este proceso. Y vamos rápidamente sumando en dicha dirección. Si atendemos a la confianza en las instituciones, un 0,6 por ciento de las personas confían “bastante” o “mucho” en los partidos políticos, un 1,1 por ciento piensa lo mismo respecto al Congreso Nacional, eventual fuente de constituyentes, un 4,1% obtiene la Presidencia de la República y un 3,2% el Gobierno. De un modo más genérico, la imagen de las personas de la élite, o con altos cargos (incluidos los políticos), en la sociedad es lastimosa: un 80% considera que no les importa una persona como uno, e igual porcentaje afirma que se trata de individuos indolentes respecto a lo que sucede en el barrio en el que viven, la justicia los favorece (92%) y piensan fundamentalmente a favor de los intereses de los empresarios.
De nuevo, ¿quiénes deberían formar parte de la convención que generará el texto con que Chile quiere dar aire saludable a su futuro? Desde luego, no la mayoría de los que se están presentando. Acusen recibo ustedes, señores del poder tradicional, y por una vez dejen espacio a ciudadanos del mundo de la sociedad civil, de un país real, al que pertenecen aquéllos que hoy no se sienten representados por unas instituciones cooptadas por años de pitutos, nepotismo y acuerdos entre bambalinas. Es precisamente hoy el momento de tener una Convención Constitucional con mayúsculas, interclasista y representativa de las múltiples identidades del país, del poder también, pero esta vez en una versión invertida. En este sentido, el 18 de octubre de 2019 fue una gran oportunidad, una invitación a tomarse en serio y de forma democrática el futuro. No la desperdiciemos.
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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