La educación que busca resultados no da resultado



Con todas las crisis globales que estamos enfrentando actualmente, (sanitaria, ambiental, política, económica y de humanidad) la educación es uno de los sistemas que más se ha visto afectado estas últimas décadas y en especial a partir del año 2020, donde sus enfoques y paradigmas han tenido que reinventarse constantemente junto con los diferentes adelantos tecnológicos, científicos y humanos. Esto último desde lo emocional, espiritual y socioafectivo, para así, dar repuestas a las múltiples necesidades que presenta nuestra sociedad, como lo son la justicia, la igualdad, el enfoque de género y la autosustentabilidad.
Es por esto, que la Educación debe ser incorporada como un derecho fundamental garantizado por el Estado, para que pueda ser verdaderamente inclusiva e integradora, donde el foco sean los y las estudiantes con sus diferentes particularidades.
Como bien señala su raíz etimológica que deriva del latín Educere que significa extraer o sacar, y del Educare que significa formar e instruir, todos y todas tenemos un rol fundamental en la formación de nuestras niñas, niños y jóvenes, orientando y guiando a cada uno de ellos y ellas en el proceso de enseñanza aprendizaje para que puedan desarrollar al máximo las diferentes habilidades que poseen.
¿Cómo podríamos lograr que nuestros y nuestras estudiantes alcancen un desarrollo académico formativo integral? La respuesta se encuentra en las comunidades educativas, pero principalmente en el Estado chileno. Mientras sigamos con un modelo educativo vertical y  discriminador, las diferentes comunidades educativas deberán triplicar sus esfuerzos, reinventándose y transformándose  en centros de innovación y aprendizaje activo, que den sustento a las necesidades y requerimientos de nuestro entorno cercano, hacia una mayor vinculación comunitaria, permitiendo el rescate de la identidad y tradiciones locales, anclando así la historia y el patrimonio cultural como parte del desarrollo integral de niños, niñas y jóvenes.
Debemos retomar el “espíritu” original de la jornada escolar completa, que dentro de sus principios y justificación describe la importancia de desarrollar actividades complementarias a las académicas, como talleres deportivos, científicos y artísticos en función del desarrollo integral de los niños, niñas y jóvenes de nuestro país, ya que hasta hoy se sigue modelando a les estudiantes en función del resultado y no del desarrollo integral. Necesitamos estudiantes felices, que se identifiquen con su comunidad educativa, que se sientan valorados como personas, con todas sus fortalezas y debilidades.
Necesitamos humanizar la educación, darle un nuevo enfoque, centrado en el desarrollo del ser humano en equilibrio con la naturaleza. Como docentes, no sólo somos movilizadores sociales, somos la voz y la esperanza que propende a impulsar un nuevo sistema educativo necesario y posible para las futuras generaciones.
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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