El Chile constituyente: una historia por contar



Cuando vemos, escuchamos o leemos historias sobre la Rusia zarista, la Francia napoleónica, la Alemania nazi o la Sudáfrica del apartheid, se nos viene a la mente un periodo histórico, un régimen político o una parte de la historia ilustrada por sus líderes o salvadores mesiánicos enmarcadas por unas fechas, una visión de nación totalizante y un quiebre entre periodos, que definen un antes y un después. De este modo, el Chile constituyente es una historia por contar.
El Chile constituyente, distinto a la Rusia de un zar, la Francia de un emperador, la Alemania de un dictador o la Sudáfrica de un régimen minoritario en el poder, se diferencia con estas historias porque tiene el potencial de poner en el centro de una historia por contar a su pueblo soberano. El Chile constituyente es diferente también a los países que han experimentado procesos revolucionarios, donde los vencedores han aplastado el orden existente para imponer el suyo.
La historia por contar del Chile constituyente surge de una crisis de legitimidad institucional sistémica, en medio de un curso de la historia donde se naturalizó el abuso del poder constituido, contextualizado por una democracia mezquina y un modelo económico excluyente que puso a la ciudadanía en las calles exigiendo dignidad y ejerciendo su poder constituyente.
El Chile constituyente es parte de un proceso de transformación y no de una revolución, ya que potencialmente podemos tener un órgano paritario con tendencia ciudadana. Una transformación que está en curso con la inscripción de listas de independientes que se dieron el trabajo de juntar firmas con el mérito de su esfuerzo y de casos donde los partidos abrieron cupos a independientes con méritos profesionales o trayectorias sociales suficientes y exigibles para la tarea común y compartida de redactar una nueva Constitución.
El Chile constituyente va a ser un proceso imperfecto, pero genuino, desafiante e histórico con el peso que aún tiene el poder constituido. Vamos a tener en la papeleta de la elección del 11 abril algunos candidatos que son parte de los mismos de siempre, los mixtos del poder constituido, los rostros de la TV y aquellos que suelen ganar campañas electorales por el despliegue de sus recursos económicos, manejo de las redes sociales y poder de exposición mediática. En estos casos, aún falta el pronunciamiento del pueblo soberano en la elección del 11 de abril de este año.
Otro elemento clave en esta historia por contar dice relación con la cultura política, creencias y prácticas habituales de los candidatos y futuros convencionales constituyentes que van a ser electos para redactar la nueva Constitución. El dato duro es que ya conocemos ciertas prácticas, discursos y poses de quienes se están postulando para convencionales constituyentes. Entre ellos hay consigneros y cocineros. Los primeros viven de la consigna y el pliego de peticiones y, a la hora de negociar para construir consensos y acuerdos, si no les dan en el gusto, se retiran de las negociaciones antes de que éstas den inicio. Los segundos son quienes ya tienen redactado o cocinado el acuerdo entre gallos y media noche, antes de comenzar a dialogar y negociar.
La luz y sombra de estas prácticas conocidas poco tienen que ver con las capacidades de diálogo y negociación abiertas y transparentes que requieren los convencionales constituyentes para redactar principios, derechos y deberes plausibles en una Constitución que va a exigir en cada capítulo, párrafo o artículo ser resistente al tiempo y flexible ante la contingencia, pensando en los desafíos que nos depara el siglo XXI con alto nivel de complejidad e incertidumbre.
A los consigneros y cocineros se les pueden agregar aquellos veleros que van a sumar su voto a los vientos que representan, sobre todo aquellos que se postulan para engrosar las filas de quienes rechazaron redactar una nueva Constitución. Entre consigneros, cocineros y veleros, los esfuerzos constituyentes se pueden desviar por un camino estéril que nos aparte de la Constitución que necesitamos. Una nueva Constitución nos exige adaptabilidad y resiliencia para aclimatarnos como país a las nuevas condiciones del presente y futuro.
Poner al pueblo soberano en el centro de la historia por contar es una necesidad imperiosa para que emerja una cultura del diálogo compatible con la profundidad de los problemas que cotidianamente vive la gente en su más amplia diversidad. En tal sentido, el cuerpo y alma del texto constitucional contendrá aspectos sustantivos (temas/problemas) y procedimentales (reglas del juego/soluciones de diseño) que demandan una conversación inteligente y fraterna.
Sería triste e impresentable en esta historia por contar que la Convención Constituyente se cope con bancadas de consigneros, cocineros y veleros –sean independientes o militantes, de derecha, centro o izquierda–, apostando a los dos tercios cuando estén de acuerdo con ellos y a un tercio para bloquear las propuestas en circulación. Un órgano constituyente paritario de ciudadanas o ciudadanos, tal cual se expresó en el plebiscito del 25 de octubre del 2020, debe estar en diálogo permanente con la ciudadanía durante todo el proceso constituyente, porque la ciudadanía es la fuente del poder constituyente.
Las chilenas y chilenos estamos haciendo historia y somos una historia por contar. La elección de convencionales constituyentes va a ser una elección única e histórica. Debería ser una elección colaborativa y no competitiva en el sentido de que los candidatos electos se vean invitados a jugar un partido de la selección de todos y no del club y los colores de cada uno. Podemos tener una Convención donde los constituyentes se confronten o paralicen cara a cara, o bien una Convención donde colaboren hombro con hombro gestando una Carta Magna extraordinaria.
La elección del 11 de abril del 2021 se trata de elegir una función y no un cargo. La función es especial e histórica: redactar una nueva Constitución. Los convencionales constituyentes van a tener la posibilidad de compartir una plataforma de diálogo y negociación conectada y en vínculo directo con el pueblo soberano. Esa plataforma convencional tiene que ser dinámica y abierta para el ejercicio de la innovación colaborativa y la creatividad dialógica.
Todas y todos podemos adaptarnos para entrar en modo innovación colaborativa y creatividad dialógica porque se lo merecen nuestros hijos, nietos y bisnietos si actuamos con sentido de herencia. También se lo merece la inmensa mayoría de personas que votaron “Apruebo” y “Convención Constitucional”. El beneficio de una nueva Constitución también se va a extender a todos los chilenos, inmigrantes y residentes extranjeros que viven en Chile. Se lo merecen las vidas y almas que se llevó la pandemia, una juventud que sufrió mutilaciones y violación a sus derechos humanos, aquellos que perdieron sus fuentes laborales y han sobrellevado el daño a sus patrimonios, sobre todo los más humildes y trabajadores.
A los candidatos convencionales electos les tocará aplicarse y buscar horizontes comunes. Les tocará leer y escribir, tendrán que dialogar, consensuar y negociar hasta que las velas no ardan en el palacio que los albergue. Van a ser óptimamente nueve meses de gestación de una nueva Constitución para el bien común, sin buenismo ni ingenuidad, sino con la consciencia clara y la convicción resiliente de la complejidad e incertidumbre de este tiempo histórico. El Chile constituyente es una historia por contar. Ya comenzó.
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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