Baquedano: sociedad y Estado fracasados



El pasado viernes ocurrió un evento simbólico muy importante en el epicentro de las protestas chilenas desde el 18 de octubre del 2019: la destrucción y la remoción del monumento del general de división Manuel Baquedano. Por primera vez, después de casi 93 años, en la plaza neurálgica de la capital no estará el monumento que rendía homenaje al general. La estatua ha sido el vórtice de las protestas y las manifestaciones —tanto pacíficas como violentas— desde hace ya 17 meses, haciendo que la estatua haya sido vandalizada y arruinada en innumerables ocasiones, prácticamente cada viernes desde el 18 de octubre del 2019. El golpe de gracia ocurrió durante el 8M, en la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, cuando manifestantes intentaron derribarla provocando serios cortes y desgaste material en su estructura, lo que desencadenó la decisión de las autoridades de removerla. Al margen de los argumentos a favor o en contra de la imagen del general, este evento es relevante y simbólico por tres motivos que veremos a continuación.
Primero, aquella figura que hace algunos años servía para celebrar victorias tanto deportivas como políticas y que en cierto sentido actuaba de protagonista de nuestras alegrías, celebraciones y triunfos comunes, es hoy paradojalmente un monumento que divide y que genera odio y polarización. Resulta al menos interesante reflexionar en aquello para entender el grado de descomposición al que ha llegado nuestra convivencia y el grado de odio y de polarización que generan hoy símbolos e imágenes que, hace un par de años, eran sólo estatuas que servían para celebrar las victorias de la selección nacional de fútbol y sentirnos más unidos. Pareciera que hoy hasta el bronce y el mármol generan tirria y rabia entre algunos de nuestros compatriotas.
La remoción de la estatua del general representa entonces la imagen clara de la actual inexistencia de puntos comunes que nos convoquen y generen consensos pacíficos. Pareciera que no queda nada en pie que nos haga converger en cuanto ciudadanos de un mismo país que apuntan hacia un mismo horizonte de progreso y la plaza Baquedano, vacía y sin estatua, es la fiel muestra de aquello.
Segundo, cabe reconocer que nuestro problema jamás ha sido el general Baquedano o el Ejército y su historia. Por más que gente como Daniel Jadue definan al general como “un militar genocida que violó mujeres” y otros como Sergio Grez busquen justificar la barbarie diciendo que “el hecho de quemar una estatua tiene una dimensión simbólica, porque el fuego se supone es un elemento purificador que puede ser utilizado en sentidos distintos y contradictorios, pero puede constituirse como un rito emancipador”, lo que ha ocurrido aquí es más bien el resultado de que como sociedad nos hemos vuelto indiferentes y, peor aún, algunos hasta condescendientes y simpatizantes con la violencia, a la que hemos dejado avanzar lenta, pero implacablemente por el centro de nuestra ciudad por 17 meses consecutivos.  De otra forma no se explica que en el centro de Santiago se hayan quemado y vandalizado elementos e imágenes tan disímiles como el museo Violeta Parra, las dos bibliotecas y cafés literarios de Providencia (el Balmaceda y el Bustamante), la Iglesia de la Veracruz en Lastarria, y un largo etcétera de universidades, bancos, hoteles y negocios privados.
Difícilmente podríamos tildar a la gran Violeta Parra de genocida para justificar la quema del otrora maravilloso museo que le rendía honor o justificar la quema de los cafés literarios como un ejercicio “purificador”, cosa que ciertas personas quieren intentar presentar para justificar lo ocurrido con Baquedano. La única explicación plausible entonces es que Baquedano no tenía la culpa, sino que el error recae sobre nosotros mismos como sociedad. Sobre todo, en aquellos que han mantenido un silencio cómplice para con la violencia durante 17 meses, tratando de hacer lo posible por justificarla y aceptarla en cuanto les servía como instrumento para socavar al adversario político. De esta manera, la ausencia de la estatua de Baquedano refleja nuestro rotundo fracaso moral y desorientación intelectual en cuanto sociedad para combatir la barbarie y frenar la violencia que azota nuestra capital y que erosiona nuestros espacios públicos. La remoción de la estatua del general —al igual que la remoción de la obra visual de Violeta Parra de su museo— dan muestra clara de nuestra decadencia moral y extravío intelectual. El vacío que deja Baquedano en la plaza es entonces el símbolo de nuestro fracaso como sociedad.
Tercero y finalmente, la remoción de la estatua de Baquedano expresa de forma clara el rotundo fracaso del Estado en proveer uno de los bienes más básicos de una sociedad pacífica y civilizada, como es la mantención del orden público y garantizar tanto la seguridad como el libre tránsito de la población. Desde los años noventa hasta la fecha, comentaristas políticos emplean el término “Estado fallido” para describir a un Estado soberano que fracasa en garantizar servicios básicos a la población. Para ser más precisos, el centro de estudios Fund for Peace (2007) ha propuesto los siguientes parámetros para definir un Estado fallido:
1) Pérdida de control del territorio o del monopolio en el uso legítimo de la fuerza.
2) Erosión de la autoridad legítima.
3) Incapacidad para suministrar servicios básicos como el orden público.
4) Finalmente, la incapacidad para interactuar con otros Estados.
El término Estado fallido se usa entonces para describir un Estado que se ha hecho ineficaz en el ejercicio de sus funciones más básicas, teniendo sólo un control superficial sobre su territorio, habiendo entonces grupos violentos y armados (e incluso desarmados) que desafían directamente su autoridad. En términos del gran pensador alemán Max Weber, un Estado es exitoso en la medida en que mantiene el monopolio del uso legítimo de la fuerza para poder asegurar el orden público. Resulta evidente entonces, a la luz de estos conceptos, que la remoción de la estatua de Baquedano refleja nítidamente el fracaso del Estado en cumplir sus funciones más elementales y el inicio de un nuevo ciclo en el cual nuestro Estado comienza a transitar hacia convertirse en un Estado fallido. Si bien estamos lejos de Estados fallidos como Somalia y Afganistán, el hecho de que llevemos 17 meses seguidos con desmanes graves y severa destrucción del espacio público en la arteria más importante de la capital da ciertas luces sobre el camino que está siguiendo nuestra institucionalidad y el Estado nacional.
En síntesis, la constante destrucción y la posterior remoción del monumento del general Manuel Baquedano deja en evidencia la profunda derrota de la sociedad chilena y de su Estado en contener los embates de la barbarie y la violencia, así como también el profundo desvarío intelectual y moral de muchos que tratan de justificarla y de admitirla como elemento “purificador”. Así las cosas, el vacío que deja la estatua de Baquedano se asemeja tristemente al cuento “El rey desnudo” de Christian Andersen, al recordarnos hoy que nuestro Estado ¡va efectivamente desnudo! Fingiendo estar vestido y cumpliendo sus funciones.
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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