In-felices – El Mostrador



¿Será que son tan in-felices? Sobre el gobierno entero no puedo decir nada; me confundo con la docena de ministros que van mutando. Pero al capitán del barco sí que lo ubico. Y lo imagino en el baño de su casa, golpeándose el pecho –estilo macho alfa– muy feliz frente al espejo porque lo ha conseguido. Pasará a la historia como el primer mandatario que consiguió vacunar a toda la población. Y la sonrisa se le agranda cuando piensa en ella: con todo su prestigio ONU, no podrá igualarlo. “Mi hazaña –sólo comparable al rescate de los 33 mineros– me permitirá dar la vuelta al mundo, con o sin papelito”, piensa. Homosapiens en versión homozoide ha llegado al óvulo de destino.
Pero en la horizontal, la cosa cambia, otra vez la pesadilla, esa obsesión que ninguno de los ansiolíticos ha conseguido desterrar: ¿quién quemó el metro? “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso e implacable”, lo más lúcido que he dicho, pero la gente entendió mal, creyó que el enemigo eran ellos y salió a protestar. Y entonces la constituyente y después la pandemia. ¿A quién le importa ahora quién quemó el metro? Sólo a mí. En el día tengo bastante con los retiros del 10 %, ¿pero en las noches? Me asalta esa operación comando con tanta inteligencia y recursos. “Son alienígenas”, dijo la Ceci y en verdad parece que lo fueron, porque después de un año y medio aún no conseguimos dar con ellos.
Quien escribe, piensa todo esto mientras está con la boca abierta y mitad dormida, después de cuatro inyecciones de anestesia maxilofacial. Mientras la profesional hurga en la raíz de una de mis muelas, pienso que es lo peor que puede pasarme, sin considerar cuanto deberé pagar por tamaño maltrato consentido. Soy todo lo infeliz que puedo llegar a ser, pero aun así, si la doctora me dijese: “señora, veo que usted está siendo infeliz”, me rebelaría.
¿Qué puede saber usted acerca de mi felicidad, algo tan íntimo y subjetivo?, querría decirle, pero no puedo, claro está, porque estoy con la boca muy abierta, sujeta con un plástico que no me deja modular ni pío.
En el medio del revuelo, leí que lo que había dicho Izkia era muy suave, la gente en verdad piensa que son unos hijoeputas. Ya lo he dicho. Respecto del gobierno entero no lo sé porque me confundo, pero respecto al capitán de barco, sí lo sé y no estoy de acuerdo. No me parece que a la señora madre de Sebastián se le pueda atribuir ese oficio a consecuencia del desastroso gobierno de su hijo. Otro meme decía que es un conchesumadre, cosa con la que tampoco estoy de acuerdo. No me parece que la vagina de la señora madre del mismísimo Sebastián tenga alguna responsabilidad en la desastrosa y a ratos criminal gestión política de su hijo. Aunque el individuo en cuestión sea todo lo infantil e inmaduro que sabemos, ya es mayorcito y, por ende, se trata de una transferencia injusta y a todas luces machista.
Ni conchaesumadre, ni hijoeputa, ni “infeliz con un grano en la nariz”… “¿Y qué nombre le pondremos mandandirumdirundán?” (cantábamos las niñas en los sesenta). La palabra que se me viene a la cabeza es “inmoral”. “Inmoral” con un grano en… no encuentro la rima. Consulto Google.
Sinónimos. “Indecente” con un grano en algún diente. “Deshonesto” con un grano en el asiento. “Indecoroso” con un grano en ese coso. “Impúdico” con un grano en ….
Se ha dicho tanto acerca de su falta de pudor, de decoro, de decencia. Acerca de su falta de honestidad se escribirán libros. Enciendo la tele para despejarme, pero me lo encuentro en cadena nacional. Vuelve a sorprenderme la perfecta discordancia entre lo que dice con palabras y lo que nos habla con el cuerpo. Marioneta de gestos aprendidos. No le creemos así nos vacune a todxs diez veces.
En los días siguientes, las elecciones constituyentes entran a fase suspenso, la cuarentena llega hasta “las casitas del barrio alto, con rejas y antejardín” (cantaba Víctor Jara), la presidenta del Colegio Médico se disculpa por hablar de infelices, una columna dominical se pregunta quién le teme a Izkia Siches, un diputado de la república asegura que efectivamente se trata de un gobierno de infelices: gente que no es feliz y que le ha restado felicidad a la mayoría de los chilenos. “Todo cambia, lo superficial y también lo profundo” (cantaba Mercedes Sosa), pero en el último tiempo los punteros del reloj van más de prisa. También este cuento.
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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