El derecho inviolable a la dignidad



En diciembre del 2010, la policía confiscó el carro y la fruta que Mohamed Bouazizi vendía en las calles de Túnez, no sin antes abofetearlo en público. Sus humillaciones continuaron en la oficina del gobernador donde acudió a pedir una explicación, y quien se negó a verlo. Al salir de la oficina, Bouazizi de 26 años gritó “¿cómo esperan que me gane la vida?”, al tiempo que se vertía bencina y se quemaba vivo. Este hecho, dio inicio a una revuelta popular en Túnez, la huida de Zine El Abidine Ben Ali, quien había dirigido Túnez con mano dura por un período de 24 años y gatilló en toda la península lo que sería posteriormente conocido como la Primavera Árabe. Bouazizi es un ejemplo de que los seres humanos, en muchas circunstancias, estamos dispuestos a sacrificar bienes materiales e incluso la vida con tal de defender nuestra dignidad. Esto que es incluso de sentido común, muchas veces es un aspecto invisible de nuestra vida social
Toda una generación de economistas hemos sido formados en una tradición en la que el bienestar (la felicidad) de las personas depende de un conjunto de bienes materiales en función de su utilidad (consumo, riqueza, ingreso, etc.) y de ahí la preocupación en el diseño de políticas públicas que dicen relación con el producto interno bruto, el nivel de inversión, el ingreso disponible, entre otras dimensiones. Sin embargo, lo anterior es controvertido por pensadores como Maslow, quien plantea que una vez satisfechas estas necesidades materiales, otras de orden superior (reconocimiento de la propia individualidad, por ejemplo) surgen. O por Manfred MaxNeef, quien sin estar de acuerdo con dicho orden jerárquico comparte la idea de que el hombre también tiene necesidades que escapan lo material, y quien, en el sur de Chile, ha dado lugar a una corriente de pensamiento que pretende adaptar la teoría económica tradicional para que refleje estas nuevas complejidades de las sociedades modernas.   
Todo indica que una de las más importantes aspiraciones del ser humano es el reconocimiento de su propia dignidad o más específicamente la exigencia de ser respetado por el resto de las personas. Si somos creados iguales, pero con libre albedrío, no existen ni personas ni grupos superiores a otros, ni desde el punto de vista del color, preferencias sexuales, género, identidad cultural, etc. El desafío es entonces cómo construir una sociedad inclusiva, donde convivan armoniosamente todas estas diferencias. 
Aun cuando no va a solucionar todos los males de nuestra sociedad ni los problemas que nos aquejan en el corto plazo, creo que un gran avance sería incorporar la defensa de la dignidad de las personas como un derecho fundamental en nuestra constitución. Este derecho existe actualmente en algunas de las constituciones más modernas del mundo, como la de Alemania, Canadá y Sudáfrica. En el caso de Alemania este derecho dice explícitamente: “La dignidad de cada persona es inviolable. Respetarla y protegerla debe ser el deber de toda autoridad pública”. Por inviolable, quiere decir que cualquier otro derecho está supeditado al derecho a la dignidad.
Esto tiene sentido pues no puede considerarse que la dignidad no ha sido violada si existe discriminación de algún tipo, abuso de poder de la autoridad, o violación de los derechos humanos, entre otros muchos males de la sociedad actual. Esto sería un primer paso en un largo camino para que el respeto a la dignidad de toda persona nacida en este territorio sea parte inherente de nuestra identidad como nación. 
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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